Por: Elkin Villegas
En general pretendemos mostrar cómo, en el
curso de algunos momentos cruciales de la evolución cultural: la antigüedad
greco-romana, la Edad Media, la modernidad y la contemporaneidad
(posmodernidad), la culpabilidad como efecto del superyó (o de la consciencia
moral, de acuerdo con el diálogo de Paul Ricoeur con Freud, ha operado siempre
por exceso (como imperativo ideal que presiona a lo peor) o por defecto (como
reducción moral que deja sin controles internos en la perversión)[1] en
la psique del sujeto, presionándolo
hacia la ejecución de algún delito para hacerse castigar. El
investigador en Filosofía Vinicio Busacchi dice que “La confrontación de Paul
Ricoeur con la obra de Sigmund Freud es un diálogo complejo entre tradición
filosófica y tradición científica, uno de los más ricos y de los más densos que
él haya podido emprender […]
la reflexión sobre el psicoanálisis marca toda la obra de Paul Ricoeur […]
Efectivamente, la ‘lección freudiana’ estará siempre presente como un pivote de
su reflexión –tan pronto acompañándolo, tan pronto dirigiéndolo-, y esto hasta en las producciones más tardías” (Ricoeur, 2009b: 225-226).
El caso del rey Edipo, en la tragedia griega,
es un buen ejemplo de ello. Exceso o ausencia
de culpabilidad (sin una prudente mediación reguladora) que se
constituye, como mancilla del pecado (crimen) en la
subjetividad, en un indicio actual de las múltiples fallas estructurales de la
función paterna en la familia y la sociedad. Según la profesora Carmen García:
“La lectura teológica de la culpa, en la perspectiva cristiana, se denomina
pecado, y aflora en términos conscientes de remordimiento, transgresión,
perdón, ley o conciencia moral” (1995:
480). Así pues, la culpabilidad (pecado), como efecto de la conciencia moral,
hace que el sujeto sienta remordimiento, se avergüence, rompa sus relaciones
con quienes no ha tenido una conducta de responsabilidad ética y procure
ocultarse.
La tragedia de Sófocles, Edipo Rey,
describe lo siguiente: “Layo, rey de Atenas, fue a consultar el Oráculo de
Delfos porque su esposa Yocasta no conseguía tener hijos. Al responderle el
Oráculo que el hijo de su mujer lo mataría, decidió abandonar en la montaña al
recién nacido concebido justo después de esta predicción. Unos pastores
salvaron a Edipo, que fue adoptado por Pólibo, rey de Corinto, a quien
consideraría su padre. Edipo, que sentía el deseo de saber por sus orígenes y
su destino, también fue a consultar al Oráculo, que le reveló que mataría a su
padre y se casaría con su madre. Cuando se cruzó fortuitamente con Layo en la
encrucijada de dos caminos, Edipo se negó a cederle el paso y lo mató. Después
de vencer a la Esfinge fue proclamado rey de Tebas y se casó con Yocasta, con quien
tuvo cuatro hijos. Ésta, informada por el adivino Tiresias de la identidad de
Edipo, se ahorcó, mientras que su hijo se sacó los ojos. Edipo, perseguido por
las Erinias, diosas vengadoras, acaba sus días en Colono, donde Teseo asiste
sus últimos momentos” (Ménéchal, 1998: 30).
He aquí el primer cruce entre el
psicoanálisis y una teoría general de la cultura, en el que según Paul Ricoeur
(2009b: 16-129) Freud “se remonta a la primera interpretación del mito griego
de Edipo en una carta a Fliess fechada el 31 de mayo de 1897: ‘Una vislumbre me
dice, empero, como si yo lo supiera ya
–pero nada sé- que próximamente descubriré la fuente de la moral’ […] el objeto
del psicoanálisis no es el deseo humano como tal […] sino el deseo humano
captado en una relación más o menos conflictiva con un mundo cultural, ya sea
que ese mundo esté representado por los padres –y más particularmente por el
padre-, por las autoridades, por la previsiones anónimas, externas o internas,
articuladas por el discurso o incorporadas en obras de arte, en instituciones
sociales, políticas o religiosas: de una manera o de otra, el objeto del
psicoanálisis es siempre el deseo, más la
cultura […] la cultura, anota
Freud, ha comenzado con la prohibición de los más antiguos deseos, el incesto,
el canibalismo y el asesinato”. Como si
al final, nos expresa Ricoeur (2009b: 150),
Edipo se dijera a sí mismo “yo era ese hombre; en un sentido lo he
sabido siempre; pero en otro sentido, lo he ignorado; ahora sé quién soy”.
Con Sófocles se deduce, desde la óptica de
Paul Ricoeur y de Fernando Savater, que lo que hace responsable al sujeto no es
lo que proyecta hacer ni lo que hace efectivamente, sino lo que piensa o
reflexiona sobre lo que ha realizado. Tanto Sófocles como Shakespeare hablan de
una responsabilidad culpable atribuible al agente o sujeto principal de una
acción, el cual nunca es desligado totalmente del acto o de sus consecuencias. Según
Ricoeur la acción humana posee un discurso. Es El discurso de la acción el que nos permite pensar, en el curso del
presente trabajo, en una hermenéutica del acto criminal. Hermenéutica que,
según el filósofo (2001: 11) en La
naturaleza y la norma: Lo que nos hace pensar, es heredera “del método
interpretativo aplicado primero a los textos religiosos (exégesis), a los
textos literarios clásicos (filología) y a los textos jurídicos
(jurisprudencia), se pone el acento sobre la pluralidad de las interpretaciones
ligadas a lo que podría llamarse la lectura de la experiencia humana”.
Sin embargo, para los griegos parece que en
la vida social todos somos responsables de todo, en algún grado; así tendamos a
repartir la culpabilidad en la genética, en nuestros padres, en la educación
recibida o en la situación histórica, social o económica del momento que no podamos
controlar. Además, las ideologías, por el nexo con lo imaginario que poseen,
probablemente no nos han dejado ver la esencia subjetiva del crimen, la cual se
articula con lo inconsciente y la fantasía. De acuerdo con Freud, Ricoeur
(2009a:117) dice: “el inconsciente está fuera del tiempo; el inconsciente
desconoce la contradicción; el inconsciente sigue al principio del placer y no
al principio de realidad, etcétera.” Ahora bien, a la fantasía, nos dice el
mismo autor, también se le denomina “realidad
psíquica, en contraste con la realidad material […] el psicoanálisis ‘sólo’
trata con la realidad psíquica y no con la realidad material. A partir de ese
momento, el criterio de esa realidad no es ya que sea observable, sino que
presente una coherencia y una resistencia comparables a las de la realidad
material” (Ricoeur, 2009b: 22-23). La fantasía de muerte opera, en este
trabajo, como realidad psíquica y, por lo tanto, como motivación del crimen. En
esta misma perspectiva nos dice la profesora García lo siguiente: “Nos
encontramos así con el empeño freudiano por hacer antropología y por hacer
historia confiriendo cuerpo real de acontecimiento y suceso localizable al
deseo de muerte del padre” (García de la
Haza, C,. 1995: 472).
Tal asesinato mítico se constituye como
necesario para dar cuenta del origen social de la religión y la moral, lo mismo
que del sentimiento de culpabilidad. De acuerdo con Vinicio Busacchi, Paul
Ricoeur en Autobiografía intelectual
(2009b: 226) “afirma que es precisamente la temática de la culpabilidad la que
lo empujó hacia la vertiente de Freud”. En nuestro caso fue la situación
inversa, el trabajo con el concepto de culpabilidad inconsciente en Freud, nos
llevó al reconocimiento de la noción de culpabilidad en la obra del filósofo.
En cuanto al sentimiento de culpabilidad, se podría decir, además, según Hugo
Bleichmar (1988: 122), que “el sujeto se vive por lo tanto como responsable por
una conducta que va activamente en contra de la norma, violándola”. En esta lógica Ricoeur (2009b: 160) nos dice:
la confirmación más o menos probable de que
la humanidad ha pasado por un drama original, más precisamente por un episodio
criminal, que constituye el núcleo del complejo de Edipo de la humanidad; en el
origen de la historia, un padre muy cruel habría sido asesinado por sus hijos
coaligados; de este pacto entre los hermanos habría surgido la institución
social propiamente dicha; pero el asesinato del padre habría dejado una herida
profunda que exigía una reconciliación con la imagen del padre ofendido; la
obediencia retrospectiva a la ley del padre sería así uno de los elementos de
esta reconciliación, el otro consistiría en la conmemoración del
arrepentimiento por medio del banquete totémico, donde sería a la vez repetido
bajo forma disfrazada el asesinato del padre e instaurada la reconciliación con
su imagen interiorizada y sublimada.
Las dos prohibiciones que de aquí se derivan
–incesto y parricidio– se instauran como ley que da origen a los primeros
sistemas de regulación de las conductas humanas. En esta onda de pensamiento
Paul Ricoeur (2009b: 143) dice:
sin los ‘celos’ del padre de la horda no
habría interdicción, como no habría interrupción de los celos sin ‘parricidio’; pero estas dos claves de
los ‘celos’ y del ‘parricidio’ siguen siendo claves de la violencia: el
parricidio acaba con los celos, pero ¿qué es lo que acaba con el parricidio
como crimen repetido? Tal era el problema de Esquilo en la Orestiada. Freud lo reconoce de buen grado: el remordimiento y la
obediencia retrospectiva permiten hablar de un ‘pacto con el padre’, pero esto
explica a lo sumo la prohibición de matar, no la prohibición del incesto, ésta
requiere otro pacto, un pacto entre los hermanos, por el cual se decide no
repetir los celos del padre y renunciar a la posesión violenta que fue, no
obstante, el motivo del asesinato.
Según Lacan, la genuina función del padre
consiste en la articulación del deseo con la ley; dos significantes que,
enlazados en una lógica de continuidad moebiana por la noción de culpa (en
tanto que proceso mental de larga duración), constituyen una condensación
singular de las relaciones múltiples y complejas entre el discurso del
psicoanálisis y el de la filosofía del derecho. Lo singular, en el
psicoanálisis, se diferencia de las categorías filosóficas de lo particular y
lo universal, nociones estas que tanto el discurso de la filosofía como el de
la ciencia tienden a considerar como las únicas válidas. Lo singular (al estar
en sintonía lógica con lo real en Lacan) tiende a quedar por fuera de las
consideraciones de esos dos discursos, razón por la que probablemente la
explicación del fenómeno criminal, desde la perspectiva de la culpabilidad en
Freud, no haya sido considerada seria, como si lo serio o lo sensato en una
investigación fuera centrarse en tales categorías aceptadas por todos, y no en
los aspectos de la singularidad de cada sujeto. Ahora, el nombre de lo
singular, en la lógica del psicoanalista francés, es el Sinthome, asunto del que nos ocupamos en el capítulo alusivo a
Santo Tomás.
He aquí una buena razón para repensar la
génesis de lo simbólico, de la ley, el derecho y de todo nuestro aparato
jurídico-penal. Propósito que también se articula, entre otras posturas
teóricas de muchos autores, con la racionalidad foucaultiana expuesta en sus
cinco conferencias en la Pontificia Universidad Católica do Rio de Janeiro,
entre el 21 y el 25 de mayo de 1973, bajo el título La verdad y las formas
jurídicas. Una oposición entre dos sectores de la realidad simbólica que,
en términos de Ricoeur, continúa dando que pensar, dada la dialéctica implícita
entre el poder, la ciencia y la dinámica social. Así que, como dice Carmen
García de la Haza, “Caminar con Freud hacia las fuentes de esos sentimientos de
culpabilidad y asistir, con él, al origen de la religión, la moral, el derecho,
el pacto social, nos supone una aventura apasionante y una necesidad de
equilibrio emocional e integración personal” (1995: 459). Problemas todos ellos
ante los cuales Ricoeur (2009b: 8) nunca fue indiferente, pues como lo dice
Jean-Louis Schlegel, sociólogo de la religión: “Quienes lo conocieron y
siguieron en el proceso de su obra y de su vida hasta el fin, saben hasta qué
punto fue siempre “reactivo”, nunca indiferente, capaz de reaccionar tanto
sobre la actualidad del pensamiento como sobre la de la vida pública”.
Digamos, apoyados en las palabras del
escritor antioqueño Pablo Montoya, que el presente trabajo se caracteriza, a la
manera del romanticismo, por un estilo “fragmentario” (similar a la
fragmentación del sujeto, en la lógica del capitalismo), el cual podría
espantar o molestar al lector pasivo. Sin embargo, se podría decir que el
estilo fragmentario es más bien de la modernidad. Es fragmentaria la manera de
mirar moderna porque la realidad es esencia ilimitada y el conocimiento no
tiene límites. Estilo inconcluso que requiere trabajo creativo, audacia y,
sobre todo, interpretación por parte del lector. Asuntos que el autor
mencionaba en el contexto del lanzamiento de su tercera novela titulada Los derrotados,[2] obra
en la que se refiere simultáneamente, al mejor estilo literario, al fenómeno de la violencia y la guerra en
Colombia y a la primer derrota de la intelectualidad y del espíritu científico,
al narrar “la vida del sabio Francisco José de Caldas y sus inquietudes
naturalistas e independistas”, pensador con quien se siente profundamente
identificado el que aquí escribe, dadas las vicisitudes académicas y los
avatares jurídicos experimentados en el curso de la presente elaboración. El
talante del presente trabajo es como el de la novela de Pablo Montoya, la cual
sorprende al lector por los cortes imprevistos en la narración, en momentos en
los que se esperaba una aclaración o quizá una mayor profundización.
Según Jean-Louis Schlegel, en la presentación
del libro de Ricoeur (2009b: 9) titulado Escritos
y conferencias. Alrededor del psicoanálisis, “lo más espinoso o en todo
caso lo más controvertido en el itinerario filosófico de Paul Ricoeur: su
reflexión sobre el psicoanálisis”. En este mismo texto Ricoeur (2009b: 140)
dice: “Una primera cosa impresiona a todo lector de los primeros escritos de Freud,
y es el carácter fulgurante del descubrimiento del Edipo, captado de un solo
golpe y en bloque, como drama individual y como destino colectivo de la
humanidad, como hecho psicológico y como fuente de la moralidad, como origen de
la neurosis y como origen de la cultura”.
Así pues, examinamos desde una mirada
hermenéutica una serie de huellas, símbolos, metáforas y significantes que se
relacionan (partiendo del mito de Sófocles Edipo
Rey) a lo largo de la evolución de nuestra historia sociocultural (simbolizada en el presente
trabajo por una síntesis de los períodos representativos: greco-romano,
medieval, moderno y contemporáneo)[3] con el siempre y significativo
fenómeno del crimen, bien sea a partir de los conceptos de finitud y
culpabilidad, íntimamente relacionados con una serie de conceptos y de
reflexiones de la filosofía, o bien articulado con formaciones de compromiso,
reactivas, sintomáticas, sustitutivas o sublimaciones[4]
(traducidas en hechos, construcciones o elaboraciones culturales) que tendrían
por propósito encausar o limitar la variopinta expresión de las motivaciones
(pasiones) internas a cometer delitos.
En esta perspectiva, pensamos que el crimen, en
tanto inclinación pulsional del mal radical del hombre (simbólica del mal según
Ricoeur), hace parte de las pasiones de ese ser primitivo que todos llevamos
dentro en nuestro inconsciente, el cual requiere ser controlado. Paul Ricoeur es claro en su
escrito titulado El mal. Un desafío a la
filosofía y a la teología. Texto del cual su sinopsis dice:
El efecto más visible de esta extraña
experiencia de pasividad que yace en el corazón del obrar mal es que el hombre
se siente víctima precisamente por ser culpable. Similar desdibujamiento de la
frontera entre culpable y víctima se observa cuando se parte del otro polo.
Puesto que la punición es un sufrimiento que se considera merecido, ¿quién sabe
si todo sufrimiento no es, de una u otra manera, el castigo por una falta
personal o colectiva, conocida o desconocida? Esta interrogación, que verifica
incluso en nuestras sociedades secularizadas la experiencia del duelo (...)
recibe un refuerzo por parte de la demonización paralela que convierte el
sufrimiento y el pecado en expresión de las mismas potencias maléficas. Tal es
el fondo tenebroso, jamás desmitificado por completo, que hace del mal un único
enigma.[5]
Si bien es cierto que el mal es algo
estructural en el hombre, también es cierto que pueden haber circunstancias que
lo pueden fijar y/o desencadenar. Es el caso del personaje de la película
dirigida por Peter Webber titulada “Hannibal: El origen del mal”, la cual es
inspirada en una novela, del mismo nombre, del escritor Thomas Harris. En el
Filme se muestra cómo un niño de ocho años, tras el trauma de la muerte de los
integrantes de su familia, en el contexto de la segunda guerra mundial,
establece una especie de identificación inconsciente con los criminales que lo
convierte, posteriormente, pese a su formación médica, en un peligroso asesino
en serie. El mal en
Ricoeur es el predominio de las pasiones. Ahora bien, tanto el propósito de
regulación del impulso destructivo como el del acto criminal, que se encuentra
motivado por aquel, son pensados aquí por los dispositivos simbólicos (fruto
del trabajo y la creación cultural del hombre) con la finalidad de operar como
instancias subjetivas de control. Lo simbólico, lo sabemos con Lacan, es un
medio que limita aspectos tanto reales como imaginarios o míticos del
actuar humano.
Respecto a esto nos referimos más ampliamente
en el capítulo titulado “Culpabilidad y simbólica del mal”, basados en Ana
Escribar Wicks en su escrito “Caracterización de la hermenéutica en Paul
Ricoeur”. Autor que definía (2003b: 58-59) al símbolo por su estructura
semántica de doble sentido: uno explícito o científico (connotación
cognoscitiva) y otro implícito o literario (denotación emocional),
caracterizado este último por un “excedente de sentido”, al cual bien podríamos
llamar con Lacan lo “imaginario”. Con relación a los mitos (puesta en intriga,
según Aristóteles), Ricoeur (2009a: 483) considera que “no serían fábulas, esto
es, historias falsas, irreales e ilusorias, sino la exploración en forma
simbólica de nuestra relación con los seres y con el ser”. El filósofo francés
parte de la relación entre los mitos griegos (como el de Edipo Rey) y hebraicos
(como el de Adán). En esta lógica el mito, como vehículo de la verdad, es un
“juego del lenguaje” como el discurso científico y se puede elevar al rango de
las formaciones inconscientes de Freud. O como función reveladora de la metáfora, es
una simbólica que apunta en la dirección arqueológica. En cierto sentido los
símbolos son “modos irreemplazables de decir lo indecible” (Giannini, H. 2005:
13) En: “Hermenéutica de los símbolos y reflexión. Homenaje a Paul Ricoeur”. En
una referencia a la verdad en Ricoeur.
En la presente investigación nos ocupamos pues
de responder la pregunta: Desde una hermenéutica del diálogo de Paul Ricoeur
con Freud ¿cómo se relacionan los conceptos de culpabilidad y crimen, en momentos
cruciales de la evolución cultural? La categoría de diálogo que aquí empleamos
entre Ricoeur y Freud, si bien se asemeja al procedimiento dialéctico (o
demostración lógica) de Sócrates, con el propósito de indagar nuevas ideas o
conceptos subyacentes en la información con un interlocutor real, en el
presente trabajo adquiere otro matiz, pues al diálogo lo pensamos con el
profesor Gonzalo Soto Posada (2007: 6) en su Filosofía medieval en términos “del consejo dado por la Pitia a Zenón, el estoico, para hacerse sabio: ‘copular con los muertos’”, es decir
rumiando, masticando y digiriendo las
ideas de los pensadores en sus textos para interpretarlas mejor, en una
especie de necrofilia hermenéutica.[6]
Momentos que, por la relación entre los
conceptos mencionados, se caracterizarían por una lógica de continuidad. Ahora
bien, aunque en el diálogo de los dos autores no se observa un interés
explícito por hacer un análisis histórico, de todas maneras consideramos que es
interesante desde nuestra propia labor y propuesta realizar, así sea de manera
general, una interpretación de la evolución cultural en lo tocante al problema
que hemos decidido investigar. Entonces, podríamos decir que el pensamiento de
Ricoeur abarca desde los mitos griegos y judíos más arcaicos hasta nuestros
días, razón por la cual hemos inscrito su reflexión sobre la culpabilidad y el
crimen como dos hechos respectivos de la correlación entre la subjetividad y el acto que se
repiten y se perpetúan en cuatro de los grandes períodos más significativos de
la evolución cultural. Así pues, procuramos entender los resortes internos del
fenómeno del crimen con la ayuda del método hermenéutico del filósofo, a partir
de varios de sus textos, en especial Freud:
una interpretación de la cultura, Finitud
y culpabilidad (particularmente el artículo sobre “la simbólica del mal”), La memoria, la historia y el olvido, El conflicto de las interpretaciones, y Pensar la Biblia (sobre todo desde el
imperativo moral “No matarás”), entre otros escritos.
Los dos primeros textos ofrecen, a nuestra
manera de ver, una exposición del fenómeno del crimen poco tenida en cuenta en
la actualidad, inscrita, en muchos sentidos, en el proyecto moderno según el
cual todo lo racional, observable y empírico deben ser tenidos en cuenta. Es lo
que se destaca en las teorías coetáneas sobre el fenómeno del crimen, como si
desde el ángulo de los procesos simbólicos e imaginarios (propios del mito, o
más bien de lo que son las ideologías y las utopías en Ricoeur) no se pudiera
dar cuenta de esa realidad de manera
efectiva y puntual, en comparación con otros modelos explicativos que se han
perfilado como los más objetivos y verificables. Aunque de manera explícita
Ricoeur no quiera hacer un aporte a las ciencias que tratan sobre el crimen,
digamos que su reflexión sobre la culpabilidad y el mal constituye un tema
ético-hermenéutico que puede dar luces para esclarecer dicha problemática desde
otros ángulos o perspectivas.
Al parecer el problema del mal (íntimamente
relacionado con las nociones de delito y
crimen), es el concepto que en la filosofía se tiende a privilegiar,
mientras que las otras dos nociones son de uso más frecuente en el campo del
derecho penal y la criminología. Sin embargo, ello no quiere decir que el
filósofo no se pueda ocupar de los problemas que se derivan del mal, como es el
caso del crimen. Otro autor contemporáneo que se ocupa del problema del mal (aparte
de Michel Serres, de la academia francesa, con su reflexión sobre El mal propio, Texto traducido en
nuestro medio por el profesor Luis Alfonso Paláu) es el alemán Rudiger
Safranski (discípulo de Theodor Adorno) en su escrito El mal. O el drama de la libertad, texto en el que en su sinopsis
se dice que “Efectivamente, tarde o temprano, con mayor o menor intensidad, y
desde una u otra posición, todos acabamos teniendo que afrontar la experiencia del mal en nuestra
vida. Safranski plantea su
investigación en torno a dos ejes fundamentales: de dónde surge el mal y por
qué. La primera es la pregunta acerca del origen; y tanto en los relatos
bíblicos como en las teogonías griegas aparece la sospecha de que el caos, la
violencia y la destrucción no sólo son el principio de todas las cosas, sino
que siguen ahí, latentes en la civilización. La segunda es la pregunta acerca
del porqué del mal, y aquí nos vemos enfrentados al tema de la libertad y al
hecho de que el hombre es, como se ha dicho, el «animal no fijado», el que
tiene la posibilidad de elegir”.
La conciencia de la finitud, o sea del hecho
inevitable de que vamos a morir, puede aquietar y pacificar a unos, como al
hombre virtuoso y sabio, e inquietar y trastornar a otros como al sujeto poco
virtuoso, compulsivo y criminal. En esta lógica, las virtudes griegas operan
como un dispositivo de regulación de las pasiones o del mal, el cual, como algo
real en la experiencia humana, se manifiesta por medio de lo que Ricoeur ha
llamado con la expresión “simbólica del
mal”. Sobre la importancia de la intersección entre la razón y las pasiones,
las cuales tienden a determinar muchas veces los juicios y las acciones
humanas, Enrico Berti, profesor emérito de la Universidad de Padua (Italia), en
el prólogo del libro Aristóteles.
Retórica, pasiones y persuasión, de la profesora Luz Gloria Cárdenas Mejía
(2011: 7, 22), dice que él mismo en una publicación suya anterior, a diferencia
de la profesora Cárdenas, había descuidado “la importancia que había tenido
Aristóteles en el pensamiento de P. Ricoeur, hoy oportunamente puesto a la luz
por la autora, y no alcancé, por motivos cronológicos, a registrar los estudios
sobre la teoría de las pasiones realizada por Martha Nussbaum y Paul Ricoeur en
sus publicaciones recientes”. Y más adelante, la señora Cárdenas dice sobre las
pasiones: “El tema de las pasiones no fue abordado, por la mayoría de los
filósofos, en el siglo xx; el miedo al psicologismo parece ser su causa. A su
vez, se ha dado lo que se puede denominar una “psicologización” o
“psicoanalización” de la cultura”. En Aristóteles, dice la misma autora, los
enunciados sobre las pasiones aparecen en el libro sobre la Retórica. No obstante, aunque parezca
superfluo e innecesario, es preciso
indicar que dicha expresión (simbólica del mal) se deriva del concepto del mal,
el cual es interpretado, en el presente trabajo, como otro de los nombres de la
falta o el crimen.
Lo anterior requiere partir de estos elementos
como indicios para luego, mediante una labor hermenéutica, dar lugar a una
constitución teórica que ilumine el fenómeno del crimen. Partimos pues de
indicios objetivos y subjetivos que conservan la lógica de la continuidad y
centramos la atención en el polo subjetivo de la culpabilidad, desde la
perspectiva del diálogo entre la filosofía hermenéutica y el psicoanálisis,
para intentar explicar lo real del crimen. Así pues, Ricoeur sospecha al
seguirle el rastro a Freud que las fantasías agresivas o de muerte requieren de
una instancia reguladora interna, la cual, en lo sucesivo, denominaremos
conciencia moral, superyó o ley. Así esas fantasías no compongan, en sentido
propio, el mundo de la acción en Ricoeur, es necesario recordar que en el
presente trabajo se pretende realizar una labor hermenéutica del diálogo entre
Ricoeur y Freud, por lo cual es válido tener en cuenta aquí los conceptos del
psicoanálisis.
En tal perspectiva consideramos que Ricoeur
como filósofo no se salta, en el examen de la acción humana, el problema del
mal en el mundo, como tampoco lo hace Freud al dar cuenta de su teoría de la
pulsión de muerte. Parafraseando a Aristóteles “la ley es la
razón libre de pasión”. Sin embargo, se podría decir que tanto Ricoeur
como Blanchot están de acuerdo en que la ley engendra el pecado, la agresión y
la violencia. Un logro de la evolución cultural y de la
eficacia en la instalación de una región psíquica conformada a partir del
significante regulador del nombre del padre. Por ello, dice Ricoeur (2009b:
143), “Freud pone en los orígenes de la humanidad un complejo de Edipo real, un
parricidio original, cuya cicatriz arrastrará toda la historia posterior”.
Por la lectura rigurosa de Freud, Ricoeur sabe
que la deficiente instalación de ese trozo simbólico (el nombre del padre)
puede dar lugar a la conformación de una perversión, o su no inscripción a una
estructura psicopatológica como la psicosis. Entidad nosológica en la que el
sujeto padece de una falla en el encadenamiento simbólico, al faltarle aquel
significante inaugural, y por ello está
desprovisto de normas internas que le permiten respetar la dignidad y la
integridad de sus semejantes, aunque quizá sea mejor decir que esto corresponde
más bien a la perversión. Es lo que se denomina hoy caída de los ideales o
declive de la función paterna, fenómeno que acaece, siguiendo al psicoanálisis
y a Lacan, por la forclusión (verwerfung,
repudiación, término extraído del derecho que se traduce como exclusión o
rechazo) del universo simbólico del sujeto, también conocido como Significante-Nombre-Del-Padre,[7]
aspecto que incide en la falta de
respeto a la autoridad y a la ley, cuestión que tiende a caracterizar la
dinámica de las familias y un elemento clave a la hora de pensar los factores
etiológicos de la criminalidad en nuestro país.
Algo que en términos de Jean Baudrillar en su
bello libro El crimen perfecto (2009:
10), bien se podría interpretar como el asesinato de lo real, el exterminio de
una simbología vital, o la supresión de una ilusión radical del mundo. Se trata
de un crimen singular en el que no se han descubierto aún sus móviles, que
carece de motivación y de autor y, por ello, es inexplicable. En este punto
dice el mismo autor: “Solo podemos concebir la unidad de la raza humana si
podemos concebir, en todo su horror, la verdad de su equivalencia esencial”.[8] En
esta perspectiva Paul Ricoeur (2009b: 144-145) afirma: “hay que presuponer la
autoridad, la interdicción, para pasar de la prehistoria, individual y
colectiva, a la historia del adulto y el civilizado. Todo el esfuerzo de la
nueva teoría de las instancias constituye en insertar la autoridad en la
historia del deseo y hacerla ver como una ‘diferencia’ del deseo; la
institución del superyó responderá a tal exigencia”.
De acuerdo con Freud, Ricoeur sabe que la
libido derivada de las pulsiones sexuales coincide con el Eros de los poetas y
los filósofos; Eros que mantiene unidas las cosas vivientes y contribuye, a
diferencia del impulso destructivo desligado, a la preservación de los lazos
sociales. En este sentido, es necesario decir que la función del padre,
simbolizada por medio de la noción lacaniana del
“Significante-Nombre–del–Padre” (otro de los nombres del superyó), está
íntimamente relacionada con el concepto de Eros, dado que su razón de ser en la
vida interna del sujeto es la de ejercer control y regulación de las pulsiones.
Tesis simbólica que (aunque parezca estar dirigida a la comunidad de los
psicoanalistas, puede ser pensada a partir de la hermenéutica del diálogo que
aquí hemos propuesto, con fines de esclarecer problemas teóricos entre las
disciplinas) es poco aceptada por la mayoría de los investigadores, entre los
que figuran quienes consideran, según la hermenéutica que hemos realizado de
los datos sobre el fenómeno del crimen, que existe una mayor validéz explicativa
en la descripción de fenómenos observables directamente.
Es importante aclarar que desde la perspectiva
del concepto de culpabilidad, que aquí sólo esbozamos, no pretendemos aportar
soluciones efectivas o radicales como las que muchos sueñan, sino solo un
pequeño fragmento que nos ayude a iluminar la senda del intrincado asunto de la
actividad criminal en el país. Elemento que, dadas las condiciones actuales y
la resistencia frente a las implicaciones de verdad y ética, se tiende a
menospreciar. Con lo anterior no sugerimos que se deba educar para la
culpabilidad, sino en torno a la responsabilidad. Sin embargo, como dice
Ricoeur (2009b: 133): “el sentimiento de culpabilidad es el medio específico
del cual la cultura se sirve para hacer fracasar la agresividad”. El culpable,
lo veremos más adelante, no es necesariamente responsable, es lo que evidencia
Freud en su artículo traducido por Luis López Ballesteros como "Los delincuentes por sentimiento de
culpabilidad" (1916: Vol XIV, 338-339) o “Los que delinquen por conciencia
de culpa” según la versión de José Luis Echeverri, algo que Ricoeur también
advierte en su lectura de Freud y que se puede constatar en la clínica de la
depresión y la melancolía.
Trabajo de Freud que constituye en la presente
elaboración un soporte documental básico para dilucidar las relaciones entre
culpabilidad y crimen, en el curso de la evolución cultural desde la
perspectiva de la hermenéutica del diálogo entre Paul Ricoeur y Freud, ambos
como intérpretes de la cultura. En tal artículo el médico vienés muestra, a
diferencia de los discursos dominantes sobre el crimen, como la culpabilidad
preexiste a la falta, a la realización de los delitos o del crimen. Aspecto que
explica porqué hemos ubicado, en el título de nuestro trabajo de investigación,
primero el significante de culpabilidad y luego el de crimen. Respecto al sentimiento nos dice
el filósofo (2004a: 105) : “la psicología de las profundidades objetará que el
sentimiento vivido sólo da el sentido aparente de la vida y que, gracias a una
hermenéutica especial, hay que descifrar el sentido latente, que es asimismo el
sentido real, del cual el sentido manifiesto no es, en contrapartida, más que
un síntoma”.
Sabemos que muchos autores en la literatura,
entre ellos Giorgio Faletti en su novela intitulada Yo mato, consideran como Freud que existen sujetos que cometen
delitos por sentimiento de culpa y necesidad de castigo. En tal obra, el autor
nos presenta al personaje: un asesino que ejecuta a sus víctimas, en medio de
morbosos rituales, confiesa sus crímenes en una emisión de radio en la que
dice: “Para curar mi mal, yo mato”. En relación con esto Freud (1916: 338) dice
en el artículo arriba mencionado: “tales fechorías se consumaban sobre todo
porque eran prohibidas y porque a su ejecución iba unido cierto alivio anímico
para el malhechor. Este sufría de una conciencia de culpa, de origen
desconocido, y después de cometer una falta esa presión se aliviaba”. Ahora,
¿de qué mal se trata? ¿Del mal radical kantiano, de la pulsión de muerte
freudiana o quizá del sentimiento imaginario de culpabilidad, que mueve a muchos sujetos a convertirse en criminales para hacerse
castigar y, de este modo, quedar a paz y salvo con su conciencia moral?
Conciencia moral que, según Freud en el mismo artículo, la humanidad ha
adquirido de manera congénita “merced al complejo
de Edipo”.
Sin embargo, es necesario precisar que la
presente exposición no obedece a una postura determinista pura o absoluta, tal
y como en un primer momento se podría concebir, sino que se trata de una
postura relativa o multicausal, en la que un hecho (o un acto) puede ser
causado por muchos factores a la vez, algo que se articula con la lógica de la
investigación cualitativa actual. Entonces, una cosa es decir que el superyó y
la culpabilidad determinan el acto criminal y otra bien distinta considerarlos,
entre muchos otros factores, como elementos que lo podrían desencadenar, tal y
como Edgar Morín enseña con su teoría del pensamiento complejo y del caos. Para la teoría del caos la realidad no
es sólo azar ni sólo determinismo, sino la mezcla de ambos. Tanto la religión
como la ciencia en general tienden a ser deterministas en términos absolutos,
mientras que la explicación aquí es compleja o multicausal, lo cual no impide
que se aísle uno de los posibles elementos causales para un más focalizado
estudio.[9] En
cuanto a la pulsión de muerte Paul Ricoeur (2009b: 131) agrega: “La pulsión que
perturba de esta manera la relación del hombre con el hombre y requiere que la
sociedad se alce como implacable justiciera es, como se ha reconocido, la
pulsión de muerte, la hostilidad primordial del hombre por el hombre”. O peor
aún, del hombre contra sí mismo, pulsión que opera como la destrucción lánguida
de un cáncer silencioso.
He aquí la importancia de la labor hermenéutica
del pensador francés, la cual nos permitirá esclarecer, no desde la clínica
psicoanalítica sino desde la articulación entre la Filosofía hermenéutica y las
teorías freudianas, una serie de interrogantes como los anteriores a partir de
la pregunta de investigación arriba explicitada, todo ello en el marco de la explicación simbólica, para
comprender mejor, el
fenómeno del crimen. Según Ricoeur (2003b: 13), el conflicto entre la
explicación y la comprensión es sólo aparente y “puede ser superado si se logra
demostrar que estas dos actitudes están dialécticamente relacionadas una con la
otra”. Hermenéutica esa que, al mismo tiempo, nos ha permitido poner en escena
nuestro propio ejercicio de interpretación ligado a las nociones de
culpabilidad y crimen, las cuales atraviesan, de principio a fin, cada uno de
los capítulos que componen el presente trabajo, tal y como a continuación se
esboza.
En la revisión de antecedentes se muestran, con
Vicente Garrido Genovés, los enfoques teóricos que hasta el presente se han
ocupado de explicar el fenómeno del crimen. También mencionamos el lugar que al
concepto de culpabilidad se le ha asignado en la investigación criminológica,
desde la perspectiva de Alessandro Baratta en su libro Criminología crítica y crítica del derecho penal y mostramos la
importancia del concepto de culpabilidad, desde la óptica de Paul Ricoeur con
Freud, para intentar explicar desde dicho concepto (como idea reguladora en la
obra del filósofo y como base del lazo social según Freud) el fenómeno del
crimen desde un trasfondo interno o subjetivo que se tiende a desconocer, en
una época en la que al parecer todo funciona como si las motivaciones
subjetivas no tuvieran un lugar preponderante en las acciones humanas.
Asunto que la Filosofía y el mismo
Psicoanálisis repudian no sólo por la falta de conciencia de responsabilidad
individual y colectiva por las acciones humanas, sino también por la ausencia
progresiva de lo que con Foucault llamamos (en La ética del cuidado de si como practica de la libertad) el cuidado
de sí (ética), vacío que incide en el
cuidado de los otros (política) y en el cuidado de las cosas (ciencia). Ya al
final del capítulo nos referimos al marco teórico y referencial de nuestro
quehacer y mostramos cómo la perspectiva filosófico-hermenéutica de Ricoeur
hunde sus raíces en el pensamiento de Freud,
uno de los autores que más han influido su obra al lado de mentores originales
como Descartes, Heidegger y Husserl, entre otros; razón por la que las
múltiples alusiones al pensador de Viena en el curso del presente trabajo no
son extrañas. Ahora, tanto el delito como el acto criminal son pensados como
falencias en el “cuidado del otro”, entendido éste en términos políticos; ambos
son reflejo de la falta de virtud, razón por la que nos ocupamos en el aparte
de las virtudes griegas.
En el capítulo uno de la primera parte[10] nos
ocupamos de la relación entre el concepto de culpabilidad y la noción de virtud
presente en la filosofía de Sócrates,
Platón y Aristóteles. La virtud es pensada como otro de los nombres de la
culpabilidad y como un modo de operar sabio, moderado y prudente que protege la
vida propia y la de los demás. La virtud griega es considerada como dominio de
sí, control de las pasiones y por tanto es capacidad para la sublimación. Lo
contrario de la virtud, pensada como efecto de la culpabilidad (meditada en el
curso del presente trabajo, de acuerdo con Jacques-Alain Miller como el
fundamento de la responsabilidad ética y
del lazo social), es la perversión (cinismo patológico), la cual pone en
evidencia una incapacidad estructural del sujeto para realizar sus pasiones de
manera sustitutiva, por medio de actividades creativas y preservadoras del
vínculo social como el arte, la poesía, la filosofía, la vida espiritual o la
actividad científica, entre otras.
Siguiendo a Ricoeur con Freud, se podría
decir que aunque la culpabilidad no alcanzó entre los griegos el sentido y los
niveles que conquistó en la mentalidad del judeo-cristianismo, sí aparece, de
manera atenuada, por la vía de la responsabilidad y de la ética, con el nombre
de virtud. Según Cristóbal Holzapfel (2005), en homenaje a Paul Ricoeur, autor
al que nos referimos más ampliamente en el apartado intitulado “Culpabilidad y
simbólica del mal”, existe en el pensador francés una relación intrínseca entre
la labilidad del hombre, el mal y la culpabilidad. Adicionalmente, es
pertinente decir, que tanto para el teólogo agustino Aldo Marcelo Cáceres (en
su artículo “Aproximaciones a la fenomenología de la culpa”, publicado en la
revista Religión y cultura de los PP.
Agustinos) como para la licenciada en psicología Carmen García de la Haza (en
su texto Tótem y tabú: culpabilidad y religión, editado en la revista de
Teología y Ciencias Humanas Miscelánea
Comillas), existe una culpabilidad sana y otra insana.
Dice la profesora García: “Ciertamente la
culpabilidad constituye una estructura básica para la integración del sujeto y
para su acceso a la realidad y al mundo de los valores. Por ello no todo
sentimiento de culpa podrá ser considerado patológico. La culpabilidad ha
presidido momentos fundamentales de nuestro devenir como sujetos humanos,
nuestro paso de la naturaleza a la cultura, etc. […] En [la] culpa insana, foco permanente de autodestrucción,
revestido muchas veces de exigencia o imperativo de fe, se verifica una culpa
persecutoria, angustiosa más que triste o depresiva, que resulta infecunda […]
Junto a esta culpa persecutoria, insana, existe una culpa fecunda; algunos
prefieren acentuar el carácter de responsabilidad fecunda, que genera un
dinamismo de conversión y de cambio. Culpabilidad que mira al futuro evitando
una reconsideración minuciosa del pasado, que se pone al servicio de las
pulsiones de vida y expresa, por tanto, un profundo deseo de seguir viviendo
más y mejor. Culpabilidad en la que el centro de su expresión religiosa es el
Dios liberador, misericordioso, más que el ego narcicísticamente manchado”
(1995: 482-483).
Como continuidad de la reflexión sobre las
virtudes entre los griegos, nociones que se caracterizan por una cierta
idealización de la antigüedad clásica, pasamos luego a considerar el concepto
de los deberes (tanto en la filosofía como en el derecho), desde la perspectiva
de Cicerón. Los deberes, como la culpabilidad, son considerados ideas
reguladoras que le permiten al sujeto ejercer control de sus pasiones y poder así preservar la vida, la relación
con los otros y los bienes comunes. Sin los deberes, cuyo fundamento sería la
culpabilidad en nuestra propuesta de investigación, el respeto a la vida y el
contrato social no serían posibles.
Así pues, el capítulo dos gira en torno a la
reflexión sobre los deberes, desde la perspectiva del De officiis de Marco Tulio Cicerón. Los deberes son aquí una
metáfora de la noción de culpabilidad y, por tanto, del cuidado de sí y del
concepto del Derecho que los romanos diseñaron para la posteridad. Según la
enciclopedia del Círculo de lectores sobre Historia
universal, (1984: 11-12) en el
volumen 3 dedicado a Roma, se lee: “El romano era, ante todo, un hombre
cumplidor. El deber era el objeto de su vida: lo que le daba sentido. La
grandeza de los romanos radica en la creación de su estado y en su estructura
social […] idealistas los griegos; llenos de
sentido práctico los romanos”. Recordemos que el discurso jurídico está desde
entonces íntimamente ligado a las nociones de culpabilidad y responsabilidad,
tanto así que desde el punto de vista de la dogmática penal contemporánea el
delito es definido como una acción típica, antijurídica y culpable.
La culpabilidad opera pues, en el Derecho
Penal, como causa moral o como elemento subjetivo o psicológico del delito, las
otras dos partes funcionan como factores objetivos y como expresión de lo que
el sujeto ha considerado en su interior. Desde el punto de vista de la
subjetividad, se atribuye al hombre lo que ha querido o deseado; en tanto que
desde la perspectiva de lo objetivo se le imputa solo aquello que él ha
causado. Así pues, existe una relación intrínseca entre el acto del sujeto y
sus motivaciones internas. Dos cuestiones que desde Cicerón y con el Derecho
romano aparecen relacionadas y que, en el presente trabajo, interpretamos y
asociamos con las nociones de crimen y culpabilidad, ambas relacionadas, desde
la óptica de Ricoeur y Freud, con el concepto de superyó. Respecto a tal concepto nos
dice Ricoeur (2009b: 137): “La conciencia social designa, a su vez, el rigor y
la crueldad de esa instancia; se opone a la acción –como el demonio de Sócrates
diciendo ‘no’ – y reprueba después de la acción, y así es como el yo se siente
no sólo mirado sino maltratado por su otro interior y superior”.
Como consecuencia de las ideas reguladoras
anteriores, o sea las virtudes y los deberes, influidas ambas por la concepción
estructural de la culpabilidad, en el capítulo uno de la segunda parte
procuramos establecer algunas relaciones entre los conceptos de Edad Media,
Santo Tomás y la idea de la santidad. Para ello, y como recurso metafórico, nos
servimos de la elaboración del psicoanalista Jacques Lacan en torno a la noción
de Sinthome (o sea la palabra síntoma, escrita con la antigua ortografía del francés,
noción que remite a los términos del inglés sin,
el pecado, y home, la casa; o también
al francés seint, forma antigua de
“Saint”, santo y de homme, hombre).
En este apartado mostramos las relaciones estrechas existentes entre las
nociones de culpabilidad y crimen, las cuales se ocultan tras lo manifiesto de
los conceptos de síntoma, santidad y sinthome,
que operan como símbolos que dan muchos elementos para pensar y como intentos
de una sublimación que procura disimular una parte estructural de nuestras
inclinaciones.
La santidad es un ideal que el hombre nunca
ha podido realizar, dado el mal radical y la simbólica sombría que caracterizan
su naturaleza. Razón por la que desde Sócrates aún nos planteamos el
interrogante: ¿cuál es la naturaleza de la santidad? En el diálogo conocido
como Eutifrón o de la Santidad, Sócrates (1985: 54) pregunta: “Has oído jamás
que se haya atrevido nadie a sostener que el que ha cometido una muerte
infamemente, o cometido cualquiera otra injusticia, pueda quedar sin castigo?”.
En lo tocante al ideal de santidad, como otro de los recursos simbólicos al
servicio de la regulación de las pasiones y
de la sublimación, se podría decir además con Freud que en ella las
pulsiones también se satisfacen de manera silenciosa o muda, aún en la
pasividad y la renunciación. Tema este que a la postre, de poderse desarrollar, sería suficiente como
proyecto de investigación en un trabajo de grado para una maestría.
No obstante,
la santidad es una forma de renuncia a la satisfacción pulsional que al
hombre no le resulta del todo placentera, pues le genera malestar, culpa y
depresión al procurar preservar el lazo social y la evolución cultural. Paul
Ricoeur sabe, por su lectura cuidadosa de Freud, que el malestar del sujeto en
la cultura es la consecuencia inevitable de la renuncia a la satisfacción de
las pasiones, lo cual hace que él procure ser un “hombre santo” en medio del
dolor de existir. En esta onda de pensamiento Ricoeur (2009b: 159) indica: “En
efecto, al mismo tiempo que se interiorizan los ideales impuestos por la
autoridad de los padres y los que los suceden, el deseo proyecta en una región
trascendental la fuente de la prohibición y, quizá más todavía, la fuente del
consuelo. Todo se organiza aquí alrededor del núcleo paterno, de la nostalgia
del padre”. De ahí la noción lacaniana de Sinthome,
la cual integra la idea del hombre santo pero también la del hombre que sufre,
por aquello de la relación con el síntoma. Síntoma que simboliza el sufrimiento
inevitable del hombre que, al servicio de la cultura, no le queda otro camino
que el de intentar renunciar a la satisfacción egoísta de sus inclinaciones y
de paso preservar su vida y la de los demás.
El capítulo dos (de la segunda parte) es una
reflexión en torno a la modernidad a la luz de los intentos de esta época por
suprimir las expresiones del ser en la actividad artística, sociocultural,
filosófica y científica. Una época que promueve una razón instrumental al
servicio de las apariencias donde lo oral es desplazado por lo visual, lo
cualitativo por lo cuantitativo y lo
analógico por lo disyuntivo. La modernidad es pensada como olvido y destitución
de los símbolos que en el pasado constituyeron el fundamento de la vida social.
Es la época del declive de la función paterna, de la caída de los ideales (tal
y como Oswaldo Spengler lo esboza en su libro La decadencia de occidente) y por tanto de la reducción o ausencia
de culpabilidad. Idea que, como la interpretamos con Paul Ricoeur, al estar más
ausente que presente no logra operar como mecanismo de regulación[11]
para el sujeto, impidiéndole cuidar de
sí, de los otros y de las cosas.
La modernidad está en tensión respecto a la
subjetividad, pues lo característico de aquella es la objetividad, la
diferenciación y la autonomía y lo propio de esta es la racionalidad que se
deriva de la subjetividad y los símbolos. La modernidad como olvido, si es
lícito decirlo así con Ricoeur, sepulta la memoria y la historia, haciendo del
hombre un ser repetitivo cuya racionalidad no le alcanza para cualificar su
existencia. Los intentos de supresión de la subjetividad hacen del hombre moderno un ser triste y
aburrido, ingredientes que le impiden una valoración de sí y una falta de
cuidado de los demás. En tan lamentable panorama es entendible la desazón
existencial del sujeto moderno y su desgano por la existencia, factores que
sabemos muy bien entran a configurar las bases subjetivas de una mentalidad
propicia a la criminalidad. Cuando todo ha perdido sentido para el hombre y la
dinámica del consumo ya no es una promesa de felicidad, no queda otro camino que el de la
autodestrucción y el daño a los demás.
En la tercera parte profundizamos (capítulo
uno) en los conceptos de culpabilidad y
simbólica del mal. En este trecho del trabajo bosquejamos la idea según la cual
sin labor hermenéutica de los símbolos, esto es, sin el trabajo con la propia
subjetividad y con los síntomas de la época, es poco probable que el sujeto sea
consciente de su responsabilidad (culpabilidad) por el mal simbólico que lo
caracteriza. Puede interpretar el mal de los otros como el paranoico, para
quien la maldad es sólo la que proviene de los demás, pero es incapaz de hacerse cargo del mal
propio que lo corroe internamente y busca dañar a sus semejantes. Según Ricoeur
(2003b: 67), el estudio de los símbolos pasa por tres campos de investigación
diferentes: el psicoanálisis, la poética y la historia de las religiones. “Así,
el psicoanálisis vincula sus símbolos a conflictos psíquicos ocultos, mientras
que el crítico literario se remite a algo semejante, a una visión del mundo o a
un deseo de transformar todo el lenguaje en literatura, y el historiador de
religión ve en los símbolos el ámbito de manifestaciones de lo sagrado, o lo
que Eliade llama hierofanías”.
El sujeto criminal siempre tiene excusas para
incriminar o hacer responsable de sus actos a los demás, como si en el fondo
tuviera la idea de que sus crímenes hacen parte de una “guerra justa y santa”
que no tendría por qué ser cuestionada o sancionada como delictiva. Las
consecuencias de nuestros actos nos conciernen como sujetos y no podemos echar
mano de pseudo-explicaciones científicas, como lo hacen las teorías sobre el crimen, para
justificar y diluir nuestra responsabilidad como seres humanos. En esta
perspectiva, siguiendo a René Girard (2010), hay que decir que la
reconciliación, como consecuencia del sentimiento de culpabilidad y de la
responsabilidad en el vínculo social, es el reverso del crimen y la
violencia.
En el capítulo dos de la tercera parte, tras
haber sembrado en el camino de la microhistoria unas cuantas semillas sobre las
relaciones entre la culpabilidad y el crimen, nos proponemos dar cuenta de una
teoría sobre este fenómeno a partir de la articulación del pensamiento de
Ricoeur con el de Freud alrededor de algunas ideas sobre el derecho y la
culpabilidad. En esta parte del trabajo nos atrevemos a postular como causa del
crimen en el sujeto, la mengua o la exuberancia de una instancia moral que en
la subjetividad pueda regular desde adentro las inclinaciones perversas del
sujeto. Tanto la ausencia en las perversiones y la psicopatía, como el exceso
de una conciencia moral en las neurosis obsesivas, la melancolía y la
depresión, pueden hacer del sujeto un criminal en acto.
Para ello nos apoyamos en el artículo de
Freud titulado: “Los delincuentes por sentimiento de culpabilidad”, el cual nos
lleva a preguntarnos a la luz del discurso jurídico ¿en el principio fue la
culpa o en el principio fue la acción? Es lo que con Lacan bien podríamos
denominar “crímenes del superyó”, los cuales son, si somos responsables de
nuestra condición subjetiva, una consecuencia del mal radical o de la simbólica
del mal contenida en nuestro propio superyó. Algo de lo que nos hemos de hacer
cargo y no dejar simplemente al azar, como si se tratara de una fuerza extraña
demoníaca externa que no pudiéramos controlar. La mayoría de edad de la que
hablara Kant, implica también que seamos responsables por nuestras
inclinaciones internas.
El capítulo tres es una puesta en escena de
dos casos (que metaforizan lo que acontece en nuestro medio) en los que el
crimen aparece asociado a las nociones
de culpabilidad y castigo. El primero es el del Meursault, el personaje
de la novela de Albert Camus titulada El
extranjero y, el segundo caso, es el del teniente coronel Adolf Eichmann,
ajusticiado en Jerusalén por los múltiples crímenes por los que se le
responsabilizó contra los judíos y la humanidad. Según Michel Onfray (2011:
473), Camus corre la cortina sobre la verdad de “la naturaleza criminal del
régimen soviético”, en su obra El hombre
rebelde. En este capítulo indicamos, con argumentos que se articulan con la
lógica de los capítulos anteriores, cómo en un sujeto afloran actitudes de
falta de sensibilidad consigo mismo y con sus semejantes cuando en su vida
interna no opera esa idea reguladora que hemos llamado, culpabilidad. Idea
moderadora que solo opera cuando ha sido instalada una consciencia moral
(también llamada por Freud el superyó), como efecto simbólico en la psique del
niño del influjo de la instancia parental y de la familia.
La conciencia moral en nosotros es, pues, una
consecuencia del influjo de nuestros padres, de nuestra educación en la
infancia y no simplemente, como dijera Kant, una inscripción subjetiva de la
que es responsable la divinidad. Si así fueran las cosas, también a ella le
endosaríamos la responsabilidad por nuestros excesos en la relación con los
demás, pero hoy sabemos por la hermenéutica y por Freud que los seres humanos
somos responsables por los efectos de nuestra relación con los padres de la
infancia y por los procesos educativos que de tal experiencia singular se
derivan. Ser conscientes de esto nos podría mover a una profunda revisión de
nuestros valores y prioridades en la familia, en la escuela y en la sociedad.
Finalmente, en el mismo capítulo, en el
aparte titulado: “Entonces: ¿La vida está en apuros?”, centramos la atención en
la propensión al mal del hombre y mostramos que, por la disminución del influjo
regulador por parte de las ideas de culpabilidad y responsabilidad, la vida
contemporánea está en distintos ámbitos de la sociedad en una situación de riesgo máximo. Según René
Girard (2010: 103): “Por detrás de esos temas, encontramos una dislocación de
los lazos sociales, lo que Hobbes denomina ‘guerra de todos contra todos’”. El
sentimiento de culpabilidad, interpretando a Ricoeur, es el fundamento de la
responsabilidad,[12] la
cual se enraíza en las virtudes griegas y constituye el fundamento de los
vínculos humanos para vivir en sociedad. Cuando tal sentimiento se encuentra
reducido, como consecuencia de las crisis morales de la época, las acciones
humanas en los oficios y en las profesiones pierden el sentido para el que
fueron creados y el hombre experimenta una intensa frustración al ver
colapsados los principios que preservan su integridad, la de los otros y la de
las cosas.
Así pues, cuando la vida se pone al servicio
de fines mezquinos y utilitaristas que desgreñan su valor en los aspectos más
esenciales, el ser humano queda convertido en una mera cosa que se mercantiliza
y se tira como cualquiera de los objetos de consumo. En tales circunstancias la
vida pierde todo valor hasta para los Estados y ninguna profesión u oficio se
ejecuta con dignidad y el ánimo de cualificar y proteger la vida de las
personas. La ciencia, lo sabemos muy bien hoy, es una sierva de los intereses
oscuros del capitalismo y las instituciones del Estado, cuya finalidad es la de
servir, protegiendo la vida y los derechos humanos, terminan por ser una simple
apariencia que descuida los aspectos esenciales de la vida. El hecho de que
casi todos los sujetos y las sociedades contemporáneas giren en torno a la
lógica descontrolada de la producción capitalista, pone en grave riesgo los
derechos humanos, la vida y la preservación del hombre sobre la faz de la
tierra.
El Autor
[3]
Disposición diacrónica que nos sirve, en el presente trabajo, para representar
y de paso parafrasear el pensamiento de Paul Ricoeur en torno a sus
elaboraciones sobre la historia y su relación con la verdad. Según Roland
Dubertrand (embajador de Francia en República Dominicana, en la conferencia:
“El pensamiento de Paul Ricoeur y el choque de civilizaciones”, realizada el 12
de Febrero de 2010), “Ricoeur hablaba por la época de 1955 en Historia y verdad del diálogo entre las
culturas (nacionales entre los países)”. Así pues, fundado en el filósofo
francés, decía que “hay una civilización universal e intercomunicación, de
acuerdo con Habermas, entre culturas
nacionales”. Consulta realizada en línea el 05 de marzo de 2012.
Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=2hG4W8VK_70
[5]
Consulta hecha en línea el 20 de enero de 2012. En: http://www.casadellibro.com/libro-el-mal-un-desafio-a-la-filosofia-y-a-la
teologia/9788461090020/1115620
[6]
En la perspectiva del mencionado diálogo, en El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de Hermenéutica, en
la segunda parte titulada “Hermenéutica y psicoanálisis”
(fragmento) “Lo consciente y lo inconsciente”, el mismo Paul Ricoeur nos dice:
“Para quien ha sido formado por la fenomenología, la filosofía existencial, la
renovación de los estudios hegelianos y las investigaciones de tendencia
lingüística, el encuentro con el psicoanálisis constituye una conmoción
importante. No es tal o cual tema de la reflexión filosófica aquello que se
trata y discute, sino la totalidad misma del proyecto filosófico. El filósofo
contemporáneo se encuentra con Freud en los mismos parajes en los que halla a
Nietzsche y a Marx; los tres se erigen ante él como protagonistas de la
sospecha, como desenmascaradores”. Consulta hecha en: www.pedrogarciaolivoliteratura.com/Sala%20virtual%20de%20lectura_archivos/conflicto.pdf.
El 05 de febrero de 2012.
[8]
Con el título de “Crimen perfecto” también existe una película, relacionada con
nuestro problema de investigación, del director Gregory Hoblit. En ella,
Anthony Hopkins encarna a Ted Crawford, millonario esposo de Jennifer (Embeth
Davidtz), quien lo está engañando. Así pues "Crimen Perfecto" se
centra en el enfrentamiento de dos mentes brillantes: un frío criminal Ted
Crawford (Anthony Hopkins) lleno de secretos y un agente de la justicia Willy
Beachum (Ryan Gosling), con una pesada carga emocional.
[9] Ahora bien, ¿qué se entiende
usualmente por determinismo? Según el diccionario de Psicología científica y
filosófica es una: “Teoría filosófica según la cual
los acontecimientos o sucesos del mundo ocurren por necesidad. En la historia
de la filosofía se han dado distintos tipos de determinismos, entre los que
destacan: el determinismo teológico,
para el cual todos las cosas que se han dado, se dan y se darán están ya
prefijadas por el pensamiento y la voluntad de Dios; el determinismo físico, para el cual los acontecimientos del mundo
ocurren por necesidad como consecuencia de la universalidad del principio de
causalidad (todo lo que ocurre tiene una causa), que excluye cualquier
excepción, y de la existencia de leyes físicas estrictas que rigen el
comportamiento de las cosas. Cabe también defender la existencia del
determinismo en un ámbito de lo real y del comportamiento espontáneo y libre en
otro, tal y como hizo descartes con su concepción mecanicista del mundo físico
y espiritualista de la mente. Las explicaciones mecanicistas, tanto filosóficas
como psicológicas, tienden claramente al determinismo, frente a las
explicaciones teleológicas o finalistas, a las que les es más fácil la defensa
de la libertad. En psicología también encontramos el punto de vista determinista:
cuanto más objetivo y científico quiere ser un enfoque o paradigma psicológico
más determinista es dicho enfoque y menos cabida tiene en él la libertad
humana. El enfoque más claramente determinista en psicología lo tenemos en el
conductismo, aunque pensada hasta el final, seguramente la psicología cognitiva
acaba siendo determinista, por su concepción de la vida mental en términos
computacionales y en último término automáticos”. En: http://www.e-torredebabel.com/Psicologia/Vocabulario/Determinismo.htm Consulta realizada en
línea el día 13 de Febrero de 2012.
[10]
En realidad consideramos que mientras los capítulos uno y dos (de la primera
parte), dedicados respectivamente a las virtudes griegas y a los deberes
romanos, hacen parte de nuestra memoria cultural antigua; el capítulo uno de la
segunda parte se focaliza en una especie de microhistoria de la mentalidad
medieval, a manera de rememoración, por parte de Santo Tomás del pensamiento
griego, sobre todo de la racionalidad de Aristóteles y el capítulo dos (también
de la segunda parte, concentrado en la modernidad, está más en relación con el
olvido de la fe, los deberes y las virtudes. Así pues, en esas dos primeras partes
procuramos dar cuenta de una disposición diacrónica presente entre los
significantes: memoria, historia y olvido, los cuales poseen, en una de las
obras de Paul Ricoeur, una importancia lógica significativa a la hora de pensar
la relación entre los conceptos de culpabilidad y crimen en el diálogo que el
filósofo realiza con Freud.
[11]
Al ser la culpabilidad (como efecto de la instancia moral) un mecanismo de
regulación de las pasiones, se relaciona con la virtud y el concepto de “ataraxia
(del griego ἀταραξία, "ausencia de turbación") a la disposición del
ánimo propuesta por los epicúreos, estoicos y escépticos, gracias a la cual un
sujeto, mediante la disminución de la intensidad de sus pasiones y deseos y la
fortaleza frente a la adversidad, alcanza el equilibrio y finalmente la
felicidad, que es el fin de estas tres corrientes filosóficas. La ataraxia es,
por tanto, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad en relación con el alma,
la razón y los sentimientos. El budismo no es ajeno a este tipo de
planteamientos” En: http://es.wikipedia.org/wiki/Ataraxia
[12]
Y de acuerdo con Marta Gerez-Ambertín en su artículo titulado: “Sacrificio
Pére-versión” (trabajo presentado en el VII Encuentro de la Asociación
Universitaria de Psicología Fundamental. Petrópolis. Septiembre de 2003),
existe un “Pasaje posible del sujeto
víctima al sujeto culpable, y
desde el sujeto culpable al sujeto
responsable. Pasaje desde la pasiva posición de padecimiento a la posible
involucración del sujeto del inconsciente que pueda interrogar esa oscura
fascinación por los senderos del deseo, esto es, del síntoma”. Consulta hecha
en línea el 14 de febrero de 2012 Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/pdf/271/27140102.pdf. En esta misma perspectiva se ubica el artículo
titulado “El concepto de culpa y de responsabilidad”. Charla dictada por Edgardo Castro en Apertura, Sociedad
Psicoanalítica de La Plata. Fecha: 1 de octubre de 2005. Consulta realizada el
01 de marzo de 2012. Disponible en: http://www.apertura.org.ar/textos.htm
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