El individuo no debe sanar, sino
permanecer enfermo, pues no merece nada mejor […]. Es muy asombrosa, pero
también delatora, la resignación sin quejas con que tales personas suelen
llevar su duro destino. Para defendernos de esta resistencia, estamos limitados
a hacerla consciente y al intento de desmontar, poco a poco, ese superyó
hostil.
SIGMUND FREUD
Curarse del sentimiento de culpa
es matar la tiranía superyoica, aniquilar la enfermedad. Liberarse del kakón
(el mal) es preservarse de la afección, del enemigo interior. En este sentido,
el psicoanalista es como una especie de “cazador” apostado en el ángulo
adecuado, dispuesto en todo momento a liquidar lo imaginario de la enfermedad,
el sufrimiento, el malestar y los síntomas; siendo el desmonte del superyó su
objetivo principal. Tal desmonte no es posible sin el trabajo decidido del
analizante o, más exactamente, del inconsciente de éste. Según Gallo, la
“liviandad de la culpa al final de un análisis, en lugar de producir un saldo
cínico, nos hace responsables en el plano del deseo y más entusiastas en el
[campo] del saber” . Si ello no ocurre hemos de suponer, parafraseando a Lacan,
que estamos en presencia de un débil mental que, por los efectos del análisis,
no sólo se ha desculpabilizado sino que, además, se ha transformado en canalla.
La clínica del superyó se
articula con la idea del Otro malo, la cual evoca a la paranoia. Dicha noción
remite a una cuestión estructural, a una rivalidad primordial que, si es lícito
decirlo así, permite inferir que la clínica del Otro malo es múltiple y dinámica,
tal y como lo sugieren en sus casos clínicos varios analistas como Miquel
Bassols, Carole Dewambrechies-La Sagna, Antonio Di Ciaccia, Philippe De
Georges, Jean-Daniel Matet y Alfredo Zenoni, bajo la dirección de Jacques-Alain
Miller en la Maison de la Mutualité, en París .
Así pues, el Otro malo no es sólo
un individuo, puede ser también el órgano que martiriza en la hipocondría o el
superyó que aflige y devora en la depresión profunda o en la melancolía. El
superyó arcaico, en tanto imagen o espejo del complejo de Edipo, es el causante
del sentimiento de culpa y por eso debe ser extraído o extirpado su modo de
operar imaginario, como si se tratara de una substancia venenosa que corroe en
la subjetividad. Sin embargo, es claro que para una gran mayoría de autores el
propósito del análisis no consiste en desculpabilizar al sujeto, lo cual no
sólo es poco probable y reprochable desde la perspectiva de muchos ángulos
disciplinares, sino que además tiene muy poco que ver con la tesis que
exponemos aquí. A partir de la experiencia analítica se deduce que el origen
imaginario del sentimiento de culpa, reposa en el superyó.
A lo largo de los capítulos que
preceden hemos dicho que curarse del sentimiento de culpa implica, en último
término, reducir la fuerza y la capacidad ofensiva del superyó, generando de
paso una especie de tranquilidad estoica. Sería, como en el caso colombiano,
hacer que los grupos al margen de la ley (guerrillas, paramilitares,
narcotraficantes, delincuencia organizada y delincuencia común) depusieran las
armas para alcanzar la paz, la cual no hay que entender como ausencia absoluta
de conflictos, sino como la reducción de tensiones que garantizaría un modus
operandi con mayores oportunidades para el desarrollo económico y social.
El sentimiento de culpa, tal y
como nos lo enseña Freud, y como lo constatamos en la experiencia analítica, es
la consecuencia en el yo del influjo de un superyó cruel. Por eso, afirma: “La
tensión creada entre el severo superyó y el yo subordinado al mismo es
calificada de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de
necesidad de castigo” , siendo en realidad el superyó el lugar de la operación
analítica y no, como usualmente se cree, el robustecimiento del yo, pues, ¿qué
sentido tendría fortalecer al yo si el poder que lo amenaza no se reduce en
intensidad? Sería como reforzar el pie de fuerza de los militares pero sin que
las filas de la subversión se debiliten, constituyendo dicho fortalecimiento
una invitación para que esta última hiciera lo mismo, quedando el conflicto
similar o peor a como estaba antes. Todo ello se asocia con la depresión y
digamos que un sujeto se deprime cuando advierte que la vida no es como se la
imaginó y no admite la verdad de los límites y de la ley. El problema aquí es
que el sujeto experimenta nostalgia y duelo por perder lo malo, lo
inconveniente también se añora.
Cuando Freud habla en el Esquema
del psicoanálisis, ya al final de su vida y tras una larga experiencia
analítica, del “intento de desmontar poco a poco ese superyó hostil”, está
haciendo referencia, sin decirlo directamente, a la cura o reducción del
sentimiento de culpabilidad, pues al atenuar o debilitar el poder amenazante
del superyó en su relación con el yo, éste descansa de su influjo cruel y, como
consecuencia, la tensión se merma y el sentimiento de culpa en el yo se
desvanece. En este sentido dice Karl Jaspers: “Si nosotros hombres nos
pudiéramos liberar de aquella culpa metafísica seríamos ángeles”. Luego, lo que
llamamos “cura o disminución del sentimiento de culpa”, como algo que sólo es
alcanzable con dificultad en las neurosis obsesivas y no tan fácilmente en la
melancolía, no es su supresión total, sino sólo la reducción o recorte de su
sector imaginario, como mostrábamos hace poco en el “trébol de la culpa”.
Curarse del sentimiento de culpa
es, en realidad, transformar la culpa en responsabilidad. En esta dirección es
fundamental el silencio de la ética analítica, el cual hace callar el
imperativo de la moral religiosa y el de la ley universal kantiana. Sin
embargo, sustraer la culpa a quien, por estructura, no puede acceder a un nivel
ético superior, representa, sin lugar a dudas, un grave peligro. Ahora, es
claro que lo más útil para el psicoanálisis
es lo que parece más inútil para la demanda social en las “consultas y
tratamientos”. Todo esto en relación con los debates recientes, promovidos por
Miller en la AMP, sobre los Centros Psicoanalíticos de Consultas y Tratamiento
(CPCT), en los cuales se practica la psicoterapia o el psicoanálisis aplicado,
que se tiende a confundir con el psicoanálisis puro.
Desmontar, poco a poco, ese
superyó hostil es una labor en la dirección de la cura que implica un tiempo
cronológico extenso para alcanzar dicha elaboración. Supone, tal y como hoy son
pensados en la AMP los criterios para definir el paso del analizante a
analista, precisar el tiempo en que el aspirante ha estado en análisis, si tal
experiencia se ha llevado a cabo con un analista y se ha llegado al final. Por
esto consideramos que la “cura (entendida como reducción y en el par de
situaciones psicopatológicas arriba descritas) del sentimiento de culpa” puede
ser considerada el núcleo de la formación de los analistas. Sobre un efecto así
los profesionales de la salud mental bien podrían decir: ¡Tanto tiempo, dinero
y esfuerzos para obtener algo tan singular, que a la postre no pasa por el
control de las estadísticas! Sin embargo, es necesario recordar a Freud, en
Sobre la iniciación del tratamiento, cuando decía que “no hay en la vida nada más
costoso que la enfermedad y… la estupidez o la estulticia”.
En contraposición a las políticas
de los estados, el psicoanálisis plantea una posición menos optimista cuando
sostiene que no hay salud mental. No obstante, según la lógica darwiniana, es
preciso decir que quien se analiza hasta el final está mejor dotado para
tolerar lo real de las frustraciones propias de la vida y la práctica
psicoanalítica. La reducción de lo imaginario, que algunos autores tienden a
minimizar o a considerar como algo superfluo y superado en lo teórico, al final
de la obra de Lacan, es algo esencial y semejante a la elaboración que hemos
realizado. Reducción que concuerda, precisamente, con el testimonio del pase de
Gustavo Stiglitz, quien fue nominado analista de la escuela (AE) por la Escuela
de la Orientación Lacaniana (EOL) en el 2010, luego de un largo análisis, de
más de 25 años, con cinco psicoanalistas distintos.
Parafraseando al psiquiatra y
psicoanalista argentino, desde su testimonio transmitido en Lima el 17 de julio
de 2010 y en correlación con nuestro objetivo, decimos que la cura o reducción
del sentimiento de culpa se da, cuando se presenta el paso de un superyó
imaginario que conmina (al estar cargado de sentido, de acusaciones y de odio)
a un superyó más simbólico y liviano que ama e invita al sujeto a la producción
creativa. En otras palabras, es el paso del rugiente superyó arcaico (en tanto
significante amo acosador) a otro cuyas voces son más silenciosas, suaves y
tranquilizadoras, como resto de la operación analítica. Un tránsito que
implica, según Hugo Bleichmar, analizar la articulación entre agresión (como
efecto de la pulsión de muerte), sentimiento de culpa y depresión.
El concepto de tiempo que
empleamos, lo sabemos muy bien, despierta escozor entre quienes consideran que
la cura pensada así, impulsaría la infinitización del proceso analítico y la
loca pasión de la falta en ser. ¿Sería favorecer el goce-sentido que produce la
elaboración? Sin embargo, la experiencia enseña que no es cuestión que se
alcance en unos cuantos meses y con un dispositivo de sesiones estandarizadas
de cinco o seis minutos cada una. Es algo que se da “poco a poco”, esto no
quiere decir sin riesgos, y no como son los tratamientos hoy según la dinámica
del capitalismo, el cual aspira a que todo se lleve a cabo con éxito en el
menor tiempo posible. Un mecanismo así ¿no estaría más bien al servicio del amo
moderno capitalista y de las psicoterapias, antes que del psicoanálisis? Una
práctica de tal naturaleza no merece ser llamada psicoanalítica.
Pensar la cura del sentimiento de
culpa como consecuencia de la destitución de la instancia arcaica del superyó,
es algo que analistas como Ricardo Horacio Etchegoyen ha intentado explicitar.
Por eso llega a decir: “La contribución de Sachs (1925) sugiere que el cambio
estructural que provoca el análisis depende de una modificación del ideal del
yo (superyó) […]. El superyó del paciente se conforma a la actitud del superyó
analítico” . Y unas cuantas páginas más adelante comenta que en el curso de la
cura “Dado el comportamiento real del analista y en el supuesto de que el
analizado (analizante diríamos con Lacan) tenga un mínimo contacto con la
realidad, éste incorpora al analista como un objeto diferente del resto y a
esto Strachey lo llamó superyó auxiliar” . Sobre esta forma de proceder del
analista en la dirección de la cura, remitimos al lector, para una mejor
comprensión del asunto, al modelo 3, expuesto en el capítulo I de la tercera
parte de este libro.
Lo esencial en el apaciguamiento del superyó
Con lo anterior, el analista
ipeísta quiere decir que en el curso de un análisis, dada la actitud que ha de
ser, según Bion, “sin memoria y sin deseo”, se ponen en contacto dos clases de
superyó: uno arcaico, que corresponde al del analizante, y otro auxiliar, el
del analista no censurador ni culpabilizante ni castigador. Por incorporación
de la imagen o representación del analista la periferia del superyó arcaico,
acusador y amenazante, va dando lugar, como si se tratara de un injerto, al
superyó auxiliar. La nueva instalación en la periferia del superyó, a imagen de
la actitud no crítica del analista, opera en lo sucesivo con el yo de un modo
por entero diferente a como el superyó arcaico funcionara. Esta es la verdadera
rectificación subjetiva que luego hace que el analista no adopte, en el trato
con sus pacientes, una actitud como la de un superyó hostil. Ahora, es probable
que al autor se le reproche, conceptualmente, traer el problema de la enseñanza
de Miller y Lacan, para solucionarlo con las teorizaciones de un kleiniano. Sin
embargo, nos podríamos interrogar, ¿es acaso el psicoanálisis una construcción
solamente lacaniana? Desde luego que no. Como tampoco la física es solo
kepleriana, newtoniana o einsteniana.
Es importante advertir que una
operación de este tipo en el curso de una cura es algo que se logra, pero tras
un penoso esfuerzo de elaboración sistemática que usualmente suele durar años y
no es un fruto que se obtiene por medio de un análisis caricaturesco, como el
que ya hemos descrito. Aunque un análisis largo, en condiciones desfavorables
en lo estructural del analista o del analizante, puede tomar dicha figura.
Entonces, es apenas lógico que al modificarse el superyó del analizante y
tornarse más laxo, tolerante y menos culpabilizador con el yo, éste llegue a
sentirse más liviano de las presiones de su amo. Tal es la cura del sentimiento
de culpa. En tal dirección, dice Etchegoyen: “Como la diferencia entre el
superyó arcaico y el auxiliar es por demás lábil y aleatoria, no pasará mucho
hasta que el analizado encuentre en su fantasía o en la realidad motivos más
que suficientes para recorrer esa distancia, con lo que el nuevo superyó
quedará subsumido en el antiguo” . El mismo Freud llegó a verse obligado, en
varios casos clínicos y con fines terapéuticos, a batallar contra el superyó,
con el propósito de rebajar sus aspiraciones.
Parafraseando a Lacan se podría
decir que el superyó arcaico es una especie de fantasma, inscrito en lo
imaginario, que se caracteriza por ser una precondición para el goce. Así pues,
la instancia punitiva y cruel es un mestizaje entre el significante y el goce,
coincidiendo, en un punto, con la noción de sinthome (o sea la palabra síntoma,
escrita con la antigua ortografía del francés, noción que remite a los términos
del inglés sin, el pecado, y home, la casa; o también al francés seint, forma
antigua de “Saint”, santo y de homme, hombre), el cual anuncia la meta final de
un análisis por medio de la reducción del goce (llamado por Freud displacer) y
el posterior aumento del deseo (o el placer). Una empresa en la que se trabaja,
al mismo tiempo, para perder goce y ganar deseo, efecto que se transparenta en
el pase y justifica, pese al costo de la experiencia analítica, el gran
esfuerzo realizado durante años de análisis para, tras un largo rodeo, obtener
un pequeño saldo de satisfacción incluido en el síntoma.
Según Etchegoyen, cuando el
analista se aparta de su función, esto es, de aplicar los principios,
consumando algún tipo de conducta que no le corresponde (acting out), la
inmediata y lógica reacción del analizante será incluirlo en la serie de sus
objetos del superyó arcaico. En este punto el analista queda inhabilitado. He
aquí la importancia de que realice su análisis hasta el final y que haya
experimentado el efecto terapéutico del desciframiento analítico por asociación
libre, pues es de este modo como puede conducirse, en la relación analítica, de
manera distinta a la de un juez acusador y culpabilizante. A esta altura es
pertinente decir, basados en los dos criterios referidos por George Canguilhem
en su texto Lo normal y lo patológico, que la cura del sentimiento de culpa
como núcleo de la formación del psicoanalista no pasa, como criterio de
normalidad en medicina, por el ideal del silenciamiento del síntoma ni por el
promedio estadístico, ya que al final del análisis el sujeto no es sin inconsciente,
sin síntomas y totalmente adaptado y conforme con la sociedad.
Esta es la gran diferencia entre
el analista, el cual no opera como el superyó arcaico del paciente y los demás
terapeutas, llámense psiquiatras, psicólogos o psicoterapeutas, pues ninguno de
éstos, al faltarles la experiencia del análisis con el respectivo desmonte del
superyó, estaría en condiciones de adoptar durante años tal actitud en la
relación con un paciente. La experiencia enseña que, a lo sumo, pueden imitarla
durante un período relativamente corto, pero nunca durante un tiempo largo,
constituyendo esto la verdadera prueba de fuego del analista. Extirpar al
superyó antiguo , como cáncer de la subjetividad encamina al sujeto,
simultáneamente, por la senda del deseo y de la ley, lo cual conduce por el
camino de la identificación al síntoma (no a la manera como se concibe en la
IPA y en otros contextos, por la vía imaginaria sino como algo real) como un
resto de la operación analítica. De ahí que se infiera que, al final del análisis,
se termina compartiendo con el a-nalista una misma identidad, la del objeto.
Por consiguiente, una cosa es
practicar el psicoanálisis, con carencias esenciales en la formación, y otra
muy distinta ser psicoanalista. El analista por excelencia es el analizado y su
final del análisis se ha dado justamente después de la caída de la instancia
punitiva e implacable de su subjetividad; destitución subjetiva que lo pone en
condiciones para recibir, como dice Colette Soler, a las víctimas del superyó
capitalista, quienes, a su vez, son sujetos culpables que pueden por ello
entrar en consonancia con el método psicoanalítico, el cual propende por la
responsabilidad del sujeto. La reducción del sentimiento de culpa tiene por
efecto curarse, en último término, de la depresión y la tristeza que corroe y
aqueja al sujeto contemporáneo. La depresión es pensada, por autores como Luis
Izcovich, como un efecto de la pasión por la ignorancia. Por lo tanto,
destituir la ferocidad imaginaria del superyó capitalista, conduce a tramitar
las manifestaciones de la depresión como el aburrimiento, el tedio, el desgano,
la apatía, el desinterés y la tristeza propia del influjo de aquella instancia
cruel, poniendo al sujeto, al mismo tiempo, en la senda del deseo y de la
conquista de sus posibilidades.
¿Qué sucede cuando el paciente
incorpora en su superyó, por la acción eficaz de la dirección de la cura
orientada por principios, la actitud del analista? Que el superyó arcaico del
paciente se modifica, adoptando con el yo una actitud menos tensa y hace que
éste no se sienta tan culpable. La cura del sentimiento de culpa, tal y como la
hemos descrito en este trabajo, es merecedora de ser llamada con acierto y
rigor “clínica del fin de análisis”, ya que permite evaluar en el pase los resultados
terapéuticos del psicoanálisis puro, como aquel que está dirigido a producir un
psicoanalista, a diferencia de la psicoterapia, la psicoterapia de inspiración
analítica o el psicoanálisis aplicado. En este sentido el psicoanálisis puro,
el cual es regido por principios, es el amo de los tres. El psicoanalista es
quien no está adherido al “ideal de malignidad”, el cual está íntimamente
ligado al superyó; pues bien, así esté constituido el analista por lo que
Ricoeur denominara simbólica del mal, no opera del lado de éste ni en el
consultorio ni en la ciudad. Por eso decimos que la convivencia civilizada es
la consecuencia lógica de la articulación entre la ley, el sentimiento de culpa
y la responsabilidad ética.
Un aspecto que pone en evidencia
la cura del sentimiento de culpa, sin que ello coincida con el cinismo o la
canallada perversa, es la posibilidad de vivenciar afectos hostiles plenamente
justificados sin que el sujeto se sienta culpable y acosado en exceso por el
superyó. En la postura cínica o canalla, lo hemos dicho ya, el sujeto no se
siente culpable. Este hecho lo mueve a no sentir vergüenza, a la desvergüenza,
a ser un “sinvergüenza”. El pudor, digámoslo así, es ese sentimiento que habla
de quien teme no escapar al canallismo. A este respecto Lacan habló de Joseph
Goebbels –jefe de propaganda de Hitler, de la Gestapo (Policía Secreta del
Estado, del régimen nazi alemán creada en 1933)– quien había realizado un
análisis “sumamente extenso”, curándose de paso del sentimiento de culpa, haciendo
de él un canalla. Aquí, el profesor Gallo es certero cuando dice: “No es
gratuito que allí donde alguien se comporta ante la ley como si no fuera un
acusado, se hable de perversión. El perverso es ese que no admite ser un
acusado, es un ser que desmiente la acusación” . Mientras el sujeto histérico
procura marcar la falta en el otro, lo cual coincide con la función
agujereadora del análisis, el perverso intenta (por todos los medios) taponarla
o encubrirla, hasta con el saber.
El analista, por el contrario, es
quien asume la falta, acepta la castración y afronta su identidad de separación
de los ideales comunes, ruines y mezquinos de la sociedad. Todo ello en
consonancia con la identificación al síntoma y, sobre todo, con la aceptación,
dolorosa por lo demás, de que no hay relación sexual. Poniéndose en su lugar el
lazo social, como metáfora del amor. Una asunción que constituye, al final del
análisis, el efecto propio de la experiencia analítica, sin la compañía de los
molestos sentimientos de culpabilidad. Algo que se podría escribir así:
Lazo social
_________________
No relación sexual
Sin embargo, hay que decirlo
aquí, el analista curado del sentimiento de culpa no es un canalla, parece un
canalla pero no lo es. El canalla es un perverso y el análisis del neurótico no
lo hace perverso, pues nadie cambia de estructura a partir del análisis. Otra
cosa es que un perverso con rasgos neuróticos, como pudo ser el caso de
Goebbels, luego del análisis quede su estructura al descubierto, así como en el
proceso de revelado de un negativo para transformarlo en fotografía. Por eso
Freud decía que “la neurosis es el negativo de la perversión”. Recordemos lo
que afirmaba en El malestar en la cultura: “Cuando un impulso instintual
(pulsional) sufre la represión, sus elementos libidinales se convierten en
síntomas, y sus componentes agresivos, en sentimiento de culpabilidad” .
Sentimiento que por la acción de la cura es posible atenuar, dando de este modo
lugar a la responsabilidad ética y al deseo, el cual coincide en un punto con
el del poeta que, al estar libre de represiones patológicas e imperativos
morales que culpabilizan, puede decir como Heine:
Mis deseos son: una modesta choza,
un techo de paja; pero buena cama, buena mesa, manteca y leche bien frescas,
unas flores ante la ventana, algunos árboles hermosos ante la puerta, y si el
buen Dios quiere hacerme completamente feliz, me concederá la alegría de ver
colgados de estos árboles a unos seis o siete de mis enemigos. Con el corazón
enternecido les perdonaré antes de su muerte todas las iniquidades que me
hicieron sufrir en vida. Es cierto: se debe perdonar a los enemigos, pero no
antes de su ejecución.
Es claro que una actitud así en
una mentalidad social como la nuestra, afectada por múltiples paradigmas judeocristianos
que refuerzan el sentimiento inconsciente de culpabilidad y donde se confunden
las palabras con las cosas, con la realidad, no es plausible para la mayoría
que prefiere mantener veladas las verdades psicológicas más rigurosamente
condenadas. A este respecto agreguemos que cuando se fracasa en una
satisfacción pulsional agresiva se potencia la culpa, lo que podría traducirse
así: toda sofocación, en la consumación de la agresión de venganza, aumenta la
culpa. Clara muestra del doblez de la culpa: por un lado, revela el amor (en la
renuncia a la venganza) y, por otro, descubre el odio que busca su destrucción.
Quien reprime sus deseos y fantasías, en un intento obsesivo por acallarlos, no
está por ello exento de pasajes al acto.
Según Miller, Freud explica, en
una larga nota a pie de página, que el sentimiento de culpa es el límite
crucial de la acción analítica y tanto él como con la angustia, tras la
aceptación de la castración, son factores con los que el sujeto se las tiene
que ver al final de su análisis, como efecto del deseo y de la responsabilidad.
El deseo del psicoanalista opera como contención del goce de la transferencia y
es lo que le permite soportar semejante posición. Es lo que hace que un
analista se sostenga, pues su posición no consiste sólo en analizar a los demás
sino, y sobre todo, en continuar analizándose. Es lo que Freud denominó como
contratransferencia.
Para concluir esta parte digamos
que el psicoanálisis puro, independientemente de la estructura psicopatológica
del sujeto, tiende a surtir efectos no sólo en la instancia del superyó (tal y
como lo hemos señalado mediante la alusión al superyó analítico) sino también
en el propio yo, en lo concerniente a la instauración de sentimientos de
culpabilidad. ¿Qué quiere decir esto? Cuando el superyó arcaico o primitivo es
muy punitivo, asemejándose al padre cruel, como es el caso en la neurosis
obsesiva o en la melancolía, el efecto del análisis consiste en restarle
potencia o intensidad para que sus relaciones con el yo no sean tan tensas;
mientras que cuando existe una reducción considerable del influjo de tal
instancia en el yo, como suele ser la cuestión en la perversión o en la
psicopatía, el trabajo analítico consiste ya, en reforzarlo para que ejerza
cierta dosis de presión culpógena y alcance a imprimir una función responsable,
de regulación y de preservación de la vida.
Un reordenamiento o
redistribución de la energía –rememorativo de la concepción atómica y física
del alma en Epicuro– que se traduce en quantum de afecto acumulado en el
superyó, que termina por pacificar al sujeto, aún en la psicosis (sobre todo en
la paranoia) donde el superyó es prácticamente una entidad imaginaria y
terrorífica que se confunde con lo real. El desmonte del superyó capitalista e
imaginario conduce, en último análisis, a la superación del padre cruel,
implacable y asfixiante y de paso a la caída de los ideales, los cuales son
otra forma de acoso que termina por inocular, en el núcleo del ser, una buena
dosis de malestar.
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