Se necesita que el analista, por su
propia salud mental, haya sido curado del sentimiento de culpa […]. Es peligroso,
de otro modo, dirigirse a un analista […] porque la formación de los analistas
está cercana a la formación de canallas y por eso hay que distinguir: hay que
curarlos del sentimiento de culpa en tanto que dirigen la cura y al mismo
tiempo, y es lo más difícil, no curarlos de él en tanto que sujetos.
JACQUES-ALAIN MILLER
Miller es claro cuando afirma que
“es peligroso, de otro modo, dirigirse a un analista”. Lo que quiere decir que
si el analista no está analizado, es decir, curado del sentimiento de culpa,
tras un largo proceso de elaboración de lo imaginario impuesto por el superyó
al yo, no puede operar en la dirección de la cura con su deseo ni con
responsabilidad ética. Ahora, la reducción del sentimiento de culpa, antes que
producir un canalla, ha de crear las condiciones favorables para que en el
curso de un análisis emerja un sujeto responsable y ético, en los términos
descritos en páginas atrás, pues la creación de un canalla sería un
contrasentido del análisis y, a la postre, un efecto que pondría en evidencia
la falta de formación, en términos de la cura, de quien fabrica un canalla
antes que un sujeto ético o un analista adecuado. En este sentido podemos
distinguir, bajo la luz y la guía recientes de Miller, tres tipos de análisis:
el análisis que comienza, el que dura y el que termina. El analista que ha
concluido su análisis es el que mejor estaría a la altura de hacer finalizar la
experiencia analítica a sus pacientes.
El canalla en este sentido es
culpable y, por lo tanto, un sujeto que no actúa desde una postura de
responsabilidad ética sino desde su necesidad inconsciente de castigo, la cual
lo mueve no sólo a practicar el psicoanálisis de manera poco acorde a los
principios, sino también generando efectos nefastos en los pacientes y en las
consecuencias de los actos de éstos. Quien no está liberado del sentimiento de
culpa, difícilmente puede conducir un análisis y curar a otro de la patología
de la responsabilidad ética. Por esta razón consideramos con Miller que
lógicamente puede ser la cura de dicho sentimiento el núcleo de la formación de
los analistas.
¿Por qué el núcleo o esencia?
Porque la formación, así como en la IPA se concibe, implica tres aspectos
básicos: el análisis personal o cura, el cual tiene efectos didácticos, el análisis
de control y la enseñanza teórica, siendo la cura el factor principal y el que
crea las condiciones para que los otros dos se den, aunque en ocasiones puede
presentarse sólo el tercero y servir a fines cínicos y poco éticos en algunas
instituciones, en las que lo único que importa son los intereses económicos y
gremiales de distinto tipo y donde la responsabilidad ética termina siendo la
cenicienta y la sacrificada. El análisis de control, desde la óptica de la
banda de Moebius, puede ser pensado como prolongación, como continuidad del
análisis personal. En este sentido puede ser llevado a cabo por el mismo
analista, sólo que en el primer análisis el énfasis se pone en lo terapéutico,
en la cura; mientras que en el segundo se pone en lo didáctico, aunque cada uno
posee elementos del otro.
Estos tres criterios,
independientemente de la orientación y de las escuelas, se conservan. En la
AMP, por ejemplo, tienen leves variaciones en lo conceptual y en el sentido.
Por eso Jacques-Alain Miller considera en “Política lacaniana” que hay en la
política de Lacan tres niveles: la institución, el pase y la dirección de la
cura. El pase presenta, a su vez, tres caras: la institucional, la epistémica y
la clínica, las cuales se anudan por medio de la cura del sentimiento de
culpabilidad. Es importante decir que tanto en la dirección de la cura, como en
el pase y en la institución, el analista es responsable y su responsabilidad,
tal y como lo hemos dicho, no es fruto de su “deseo de ser responsable” sino de
haberse curado del sentimiento de culpabilidad, luego la responsabilidad no es
como en ocasiones se imagina en la vida cotidiana: un rasgo que caracteriza a
todos los sujetos por igual, sin que se haya tenido que hacer algún esfuerzo
para adquirirlo. La responsabilidad ética, en términos psicoanalíticos, es una
consecuencia de la cura y no, como muchos creen en lo imaginario, algo que
tendrían por el solo hecho de nombrarla como “ser analista”, sin pasar por la
experiencia de la cura y basados sólo en el saber, en el dominio conceptual y
teórico. La culpa implica, de todos modos, la división subjetiva, y ésta es un
indicio de la responsabilidad del sujeto.
En la dimensión política del pase
se anuda, según Miller, una dimensión clínica y una línea ética que desencadenó
la crisis de la Asociación Mundial de Psicoanálisis en Barcelona 98. Lo que
quiere decir, según Miller, que “no hay clínica sin ética”, sin responsabilidad
ética, como tampoco, “tratamiento posible con culpa”, la cual es la patología,
la enfermedad de aquélla. Pero eso no significa que la ética del psicoanálisis
no reconozca el derecho al duelo y a la tristeza, sin pensarlos necesariamente
–tal y como lo hace la dinámica medicamentosa de la época, que presiona a todos
los sujetos a “estar bien y sonriendo todo el tiempo”– como una expresión
psicopatológica. En esta dirección, mientras la religión procura colectivizar
la culpa, la tristeza y la depresión, los mercados, amparados en la psiquiatría
y en la industria rentable de fármacos, pretenden suprimirlas totalmente; el
psicoanálisis plantea, en el caso por caso, otra salida mediante la reducción
del influjo imaginario del superyó capitalista. Evidentemente, la transferencia
cura la depresión (entendida como dificultad con relación al deseo) al darle un
lugar al sujeto.
Entonces, dado que curarse del
sentimiento de culpa no es un proceso de elaboración sencillo de días o unos
cuantos meses de sesiones cortísimas, es probable que al conquistar este
propósito el analizado haya inscrito en la subjetividad, como una convicción
que nada la podrá contrariar jamás, los principios de la dirección de la cura
como parte de su formación didáctica. Sólo que este aprendizaje didáctico es
inconsciente, se logra sólo en el análisis y no por medio del estudio de la
teoría. Los principios aquí son, pues, todos aquellos elementos imprescindibles
para que se dé una cura y no tienen nada que ver con conceptos fundamentales
como en ocasiones se cree, pues hay quienes consideran que al leer Los cuatro
principios fundamentales del psicoanálisis, de Lacan, con ello estarían
facultados para orientar una cura, sin que la verdad de tales principios se
inscriba. Por eso Miller nos recuerda que:
Lacan no dice que alguien se
transforme en analista de la escuela porque enseña mucho, porque publica mucho,
porque tiene […] muchos amigos, porque sabe decir a otro la palabra que
conviene para tener partidarios. No es haciendo la pequeña política como
alguien se transforma en analista de la escuela, sino haciendo su análisis […].
Realmente puede decirse que tal institución favorece al discurso analítico, por
lo tanto, favorece el análisis. Eso significa no engañarse en lo que respecta a
la relación entre psicoanálisis e institución; saber qué es un medio y qué es
un fin. Crear una escuela significa estar dispuesto, en todo momento, a
sacrificar la institución, si es necesario, a favor del psicoanálisis.
Analizarse, esto es, curarse del
sentimiento de culpa, es algo esencial en la formación de un psicoanalista y
los principios sólo se aprehenden en el interior de la cura. Por eso el mismo
Miller dice: “Es verdad que esos principios, principios de la práctica, se
transmiten sin explicitación a través del propio análisis”.
¿Qué podríamos entender por el
término “principio”? Según José Ferrater Mora, designa el carácter del elemento
al cual se reducen todos los demás. Tal elemento sería, en cuanto a realidad
fundamental, el principio de todas las cosas. Entonces, principio sería aquello
de lo cual derivan todas las demás cosas. Principio es básicamente “principio
de realidad”, es decir, una proposición (o conjunto de ellas) que “da razón
de”. Hay dos modos de entender el principio. El primero es el principio como
realidad, es el principio del ser; el segundo es el principio como razón y es
el principio del conocer. Si se da la primacía del primero sobre el segundo
estamos hablando de un pensamiento filosófico realista; si se da el caso
contrario se da un pensamiento filosófico idealista, pero si se da la fusión de
ambos, tenemos una doctrina en la que hay identidad entre la realidad y la
razón de la realidad.
Los principios, la duración y
la culpa
Según Aristóteles, el carácter
común de todos los principios es ser la fuente de donde derivan el ser o la
generación o el conocimiento. Los principios de la práctica psicoanalítica se
aprehenden en el curso de la cura y ésta requiere, como lo dice el mismo Freud,
de “tiempo” y no es posible justificar un análisis con sesiones cortísimas de
cinco o seis minutos, como lo señala Élisabeth Roudinesco, con el argumento de
que “en lo inconsciente no hay tiempo”, es como si la cura fuera un efecto
mágico, imaginario, que no requiere de tiempo, esfuerzo y dinero. A este
respecto dice Freud: “La experiencia nos ha enseñado que la terapéutica
psicoanalítica –la liberación de alguno de los síntomas neuróticos,
inhibiciones y anormalidades del carácter– es un asunto que consume mucho
tiempo. Por eso ya desde el principio se han hecho intentos para abreviar la
duración del análisis. Tales intentos no requieren justificación y es evidente
que se basan en imperativas consideraciones de razón y de conveniencia”.
Mientras las reglas técnicas de Freud (expuestas en sus escritos técnicos) son
éticas y le apuntan a la singularidad del sujeto, las normas técnicas en
general, son morales y pretenden la homogeneización.
Entonces, es factible que Lacan,
fundamentado en la autoconfianza, en la eficacia de su práctica clínica e
influido no sólo por el pensamiento de Marx en El capital, haya decidido, tras
una deducción lógica, reducir el tiempo de trabajo en la sesión analítica,
apoyado en la idea, según la cual el tiempo de trabajo necesario para producir
un objeto o fin depende de la capacidad de rendimiento o efectividad. He aquí
la lógica de la escansión, la cual puede descansar en una posición defensiva y
narcisista que no da lugar a la interpretación, al agotar el tiempo para
escuchar la demanda de los pacientes. Sin embargo, es necesario decir que la
práctica de la sesión corta y variable no eran para Lacan precisamente, un
estándar, como suelen creer muchos, sino algo que inauguró con un paciente que
solía dedicarse a hablar, a desplegar su saber, sobre Dostoievski. Como si con
el corte vigilara y preservara los principios de la dirección de la cura y le
dijera: “Estoy dispuesto a escucharte si intentas hablar de tu inconsciente y a
cortarte la sesión si te pones a racionalizar, a intelectualizar y a defenderte
del análisis”. Entre el tiempo cronológico y el tiempo lógico no hay,
exactamente, oposición sino complementariedad; además este último no existiría
sin aquél. Otro analista con distinta orientación dirá, no obstante, que en
ello el saber no sabido de lo inconsciente también se expresa y, por lo tanto,
no es necesario cortarle la sesión, sino interpretar (en el momento adecuado)
dicha resistencia.
En este mismo sentido, Françoise
Dolto, una psicoanalista cercana a Lacan, decía: “Estoy totalmente en contra
[de las sesiones cortas], he visto tantos estragos debidos a ello, a ese
sadismo que hace que la persona se sienta mal paciente, pues se deshace uno de
ella”. La señora Dolto inició su análisis en 1924 con Laforgue, en parte para
liberarse de la culpabilidad, y lo concluyó en 1937. Además estuvo en controles
con el analista de Lacan. La duración, según Miller, sería la gran manzana de
la discordia entre los lacanianos y los psicoanalistas de la IPA. Con todo, es
claro que, el tiempo es un real al que lo simbólico está unido y por eso, según
François Perrier, a Lacan en la década de 1950, siendo “presidente de la
Sociedad Psicoanalítica de París, colegas y exalumnos lo destituyeron a causa
de las sesiones breves […]. Ciertamente, las famosas sesiones de Lacan eran
inadmisibles. El análisis es un diálogo que supone una cantidad mensurable de
tiempo”.
Respecto al tiempo existe una
sospecha, pues conjeturamos que si bien el asunto del tiempo de la sesión
podría estar en relación con las formulaciones teóricas de Marx (a las que nos
hemos referido en otra parte) pensamos, de manera adicional, que también pudo
haber sido algo sugerido por el pensamiento de Joice. Fue así como, al parecer,
el autor irlandés se hizo políglota en Trieste, donde enseñaba inglés a los
extranjeros, con quienes, de cuando en cuando, intercambiaba la enseñanza del
inglés por el aprendizaje de algún otro idioma. Se dice que con un danés
aprendió su idioma en quince días, lo cual produjo un gran desconcierto en el
extranjero, quien había aceptado el acuerdo, según el cual el intercambio
terminaba cuando uno de los implicados aprendiera el idioma del otro. Pues
bien, sospechamos que Lacan tomó, para el psicoanálisis, algo esencial en la
experiencia de Joice, pues no sólo lo inspiró a procurar el hallazgo de
la-lengua del inconsciente, sino que además se sientan las bases para razonar una
posible explicación sobre la sesión corta.
Y a propósito del sentimiento de
culpa y cómo mueve a la reparación necesaria en el curso de la formación
analítica, Juan David Nasio nos dice de Françoise Dolto: “En vísperas de su
primera comunión, la madre de Françoise le anuncia que su hermana tiene una
enfermedad mortal y que hay que rezar, pues Dios quizá pueda hacer un milagro:
‘Y como yo no supe decir bien una oración, ella murió dos meses después […]. Me
sentí totalmente culpable, y mi madre me lo confirmó. Sin este duelo que
conmovió a toda la economía familiar, nunca me habría hecho psicoanalista’”.
Sin la elaboración de tal duelo, que sin duda requirió de una buena cantidad de
tiempo cronológico, no habría sido posible la cura, que la hizo desear ser
psicoanalista.
Cuando el psicoanalista no se ha
curado del sentimiento de culpa, es decir, de la patología de la
responsabilidad ética, no puede, de manera responsable, aplicar los principios
de la dirección de la cura al no haberlos aprehendido e interiorizado en su
subjetividad. Así, un análisis con sesiones de cinco o seis minutos cada una no
sólo es un pseudoanálisis sino que, además, como lo dice el mismo Freud, no hay
condiciones para que la cura se dé acorde a los principios; siendo el tiempo,
la duración de la sesión, algo básico para que el proceso de elaboración
analítica germine, ya que una cosa es soñar con el “tiempo lógico” de la
elaboración y otra muy distinta que ella se dé como consecuencia del tiempo
real que se dedica a eso.
Recordemos que el sueño se puede
producir en segundos y el sujeto, al despertar, quedar con la sensación de que
estuvo soñando toda la noche. En este sentido es probable que quienes hayan
realizado un “análisis” con sesiones cortísimas y en unos cuantos días o meses
hayan quedado, como el soñante, creyendo que hicieron un análisis de años y lo
concluyeron con la cura del sentimiento de culpabilidad. Siendo esta
experiencia sólo imaginaria pero no acorde a la realidad. El colmo, según
Miller en Efectos terapéuticos rápidos, es la cura de cero sesiones; uno que al
escuchar ideas en una conferencia se siente curado. Finalmente, alguien podría
objetar, no sin justificaciones de conveniencia, que una cuestión es el tiempo
largo para la duración del análisis y, otra muy distinta, la duración de la
sesión.
Sobre la cuestión del tiempo
Jacques-Alain Miller dice: “Con la sesión corta se creyó poder abreviar la
espera, pero esto no basta para dar cuenta de la solución que requiere la
voluntad de justificación, que demora y rechaza el advenimiento del ser, dado
que es sostén, incluso adoración, de la falta en ser” .
La verdad es que no es posible
analizarse hasta sus últimas consecuencias, vale decir, hasta curarse del
sentimiento de culpabilidad, con sesiones cortísimas, una tras otra entre
semanas, de cinco o seis minutos. Constituyendo el tiempo en tanto duración de
la sesión un principio sin el cual los otros difícilmente se pueden desplegar,
pues si en un dispositivo no hay tiempo, ¿cómo puede el analizante, si es que
pasa algún día de las entrevistas preliminares y no se quema antes, poner a
operar la regla fundamental o vencer sus resistencias? ¿O es que acaso se cree
que quien demanda un análisis no tiene resistencias? Si esto es así, a la larga
o a la corta, el sujeto no requiere análisis, ya que sus condiciones
estructurales, bien sea en la perversión o en la psicosis paranoica, le
permiten estar libre de la censura moral del superyó. En consecuencia, el
analizante es alguien que ha declarado sufrir por los efectos de aquella
instancia cruel.
Sobre la cuestión del tiempo, que
tanto le preocupaba a Rank y a Ferenczi, nos dice Ernest Jones en su biografía
sobre Freud lo que éste consideraba respecto a la “técnica activa” de Ferenczi:
“La “técnica activa” de Ferenczi es una peligrosa tentación para los novicios
excesivamente ambiciosos, y difícilmente podremos disponer de algún modo de
evitar que realicen tales experimentos […]. No me resulta fácil creer, por lo
tanto, que en un período apenas mayor, de cuatro o cinco meses, pueda uno
penetrar las capas más profundas del inconsciente y lograr con ello cambios
duraderos en la psique de una persona. Así y todo, por supuesto, me inclinaré
ante la experiencia”.
Es probable que un sujeto con una
estructura distinta a la neurótica, que está repleta de represiones, llegue al
dispositivo hablando, como a cielo abierto, de lo concreto de su deseo. Estos
análisis es probable que sean de corta duración, implicando ello el
inconveniente de impedir que los principios se aprehendan, poco a poco, y no
dando luego ocasión a una convicción en cuanto a la práctica del psicoanálisis
pero regida sólo por principios. Una cosa es una “convicción” y otra muy
distinta una “certeza delirante”; la primera implica la experiencia, la
confrontación permanente de una teoría con la realidad, mientras que la
“certeza delirante” carece por completo de los hechos de la realidad, de lo
empírico como sustento, teoría que no soporta el examen de la realidad, de los
hechos, o de la comprobación empírica, tiene estructura de idea delirante.
Según Lacan, en el seminario XXIII, el sinthome
posee dos vertientes: el sinthome madaquin (alusivo a santo Tomás de
Aquino) que no requiere de ningún chequeo o confirmación y el sinthome rule (con
rueditas, del nudo o enlace borromeo) que sí pasa por la lógica y la
verificación. Algo de lo anterior se juega, a manera de herejía, en los finales
de análisis y, sobre todo, en la elección espontánea del pase.
Entonces, ¿cuáles son, en
esencia, esos principios que se derivan del fundamento básico según el cual es
imposible practicar el psicoanálisis con éxito, es decir, hasta el final,
operando una reducción en el tiempo como la descrita? A tales principios y
verdades propias del curso de una cura los podemos rastrear en el texto Los
fundamentos de la técnica psicoanalítica de Ricardo Horacio Etchegoyen. De
todas maneras es fundamental advertir que sin encuadre es prácticamente
imposible que un sujeto se cure del sentimiento de culpa. El encuadre ordena
una relación distinta y particular entre el analista y el analizante, una
relación no convencional y asimétrica. El paciente comunica sus vivencias (o al
menos lo intenta) y el analista, aunque no siempre, sólo responde a lo que dijo
aquel con lo que considera pertinente. La práctica analítica es sin estándares
pero con principios.
El uso del diván, lo mismo que la
aplicación de los principios, es algo que puede dolerle a quien tiene
sentimientos de culpa no resueltos, le puede parecer muy excesivo e inhumano.
Hay quienes consideran que el uso del diván no es exclusivo ni tiene por qué
considerarse un estándar. En la AMP, por ejemplo, un AE dio su testimonio del
pase y comentó no haberse recostado nunca en el diván. Sin embargo, no estamos
muy convencidos de esto en lo que atañe a la cura del sentimiento de culpa,
como criterio del final de un análisis, pues su utilización nos parece
imprescindible, ya que entre otros factores, contribuye a evitar la censura por
la vía de la mirada. Criterios como éste, ligados a la lógica del pase, han
sido considerados por el autor desde el inicio en la presente investigación
(como medios de chequeo y verificación del tránsito de analizante a
psicoanalista) y por eso, muy probablemente, se le trató como a un hereje al
que se le debía segregar.
Por lo general, casi todos los
psicoanalistas que dejan de serlo porque cuestionan los principios del
psicoanálisis, empiezan por remover el diván de su consultorio, como Adler, que
buscaba que sus pacientes no se sintieran inferiores. Esto puede ser importante
para un psicólogo individual, pero nunca para un psicoanalista que reconoce en
el sentimiento de inferioridad algo más que una simple posición social entre
analizante y analista. No obstante, hay quienes consideran en la Nueva Escuela
Lacaniana (NEL) que existen finales de análisis sin el uso clásico del diván,
asunto que, para el caso de la cura del sentimiento de culpa, no es
suficientemente convincente para el autor; sin embargo, dado que no hay
estándares, contemplamos con reservas tal posibilidad. Podemos variar nuestro
estilo, pero los principios, que emergen del propio análisis y de la comunidad
analítica, no. He aquí una combinación dialéctica y moebiana entre ortodoxia y
herejía.
Los principios se relacionan,
según una reflexión reciente motivada por Juan Fernando Pérez (psicoanalista
miembro de la NEL-Medellín y de la AMP),
en su seminario sobre El sinthome, de Jacques Lacan, con los tiempos lógicos:
instante de ver, tiempo de comprender y momento de concluir, y, por otro lado
con el concepto aristotélico de “segmento de recta”, donde se diferencian
claramente los principios, los medios y los fines, factores que se asocian, de
manera lógica, con los elementos temporales y constitutivos de toda experiencia
analítica. En cuanto al sinthome se podría decir además que no es apropiado
hablar de clínica del sinthome (como tampoco de clínica de lo real), tal y como
algunos suelen hacerlo con cierta ligereza, pues ambos conceptos son fruto de
la experiencia psicoanalítica y antes que ser un punto de partida es un punto
de llegada por medio de la elaboración. La clínica se asocia con un trabajo,
con un proceso de elaboración y por ello es inadmisible hablar de clínica del
sinthome (en lugar de clínica del síntoma) o de clínica de lo real (en vez de
clínica de lo imaginario-simbólico), como si estas nociones no fueran efecto de
la experiencia analítica, sino sólo un juego del lenguaje o una cuestión
conceptual más con la que de paso se da indicios para inferir que de la
experiencia analítica se podría hoy prescindir.
Ahora bien, es interesante pensar
todo esto a la luz de la racionalidad lacaniana presente en sus tres famosos
registros. Así, podríamos decir, si somos un poco osados, que los fines, o sea
la cura, se ubican en lo imaginario y hacen parte del instante de ver o de la
mirada, sin que se logren detectar, en este primer momento, las implicaciones
del final; los medios, es decir la palabra y el dispositivo analítico, se
encuentran en lo simbólico y constituyen el tiempo necesario para comprender y
elaborar, como en el caso que aquí nos ocupa, la destitución subjetiva del
superyó hostil, y, finalmente los principios, esto es, los factores esenciales
sin los cuales no es posible conducir una cura, se ubican en lo real y
configuran el momento de concluir la experiencia.
Parece un poco arriesgado decir
que el final del análisis coincide con la inscripción, en la subjetividad del
futuro practicante o no del psicoanálisis (como es el caso de François
Regnault), de los principios de la dirección de la cura, pero si atendemos a la
lógica de la clínica, presente en los análisis, en los controles y en el pase
advertimos que son los principios la pieza fundamental que todo pasador
verifica en el dispositivo creado por Lacan. En este sentido pensamos que no
hay final sin inscripción de principios y a éstos sólo los puede identificar
quien está a punto de concluir su experiencia o la ha terminado. Sin embargo,
es claro que la formación del analista no concluye aquí, por lo cual se habla
de una formación permanente e inagotable.
En fin, cuando los principios o fundamentos de
la práctica psicoanalítica no se aplican correctamente es porque el analista no
los ha aprehendido suficientemente y no sólo en la subjetividad. En tanto los
principios no se inscriban en la subjetividad del “analista”, ello dará cuenta
de la conducción del análisis por su propio analista, de la falta de análisis o
de su ausencia.
Remediar el sentimiento de culpa
es, con todo derecho, realizar un análisis hasta el final, hasta sus últimas
consecuencias. Después de esto, ¿qué más se podría esperar?
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