Se sabe que cuesta avanzar en
cierta dirección […]. Se puede incluso presentir que si no se tienen totalmente
claras las cuentas con su deseo, es porque no se puede hacer nada mejor, pues
no es una vía en la que se pueda avanzar sin pagar nada.
JACQUES LACAN
Lograr en el dispositivo
analítico que un sujeto neurótico se cure del sentimiento de culpa es una de
las operaciones simbólicas más difíciles. Implica, tal y como hemos mostrado,
el paso a la responsabilidad ética, a la emergencia del deseo. Este deseo,
distinto al deseo inconsciente de Freud, no atravesado por la experiencia del
análisis, estaría impregnado de responsabilidad ética y, por lo tanto, sería un
deseo responsable distinto al del sujeto no analizado o analizado a medias.
Serían dos tipos de deseos, uno ético el otro no. ¿Uno inconsciente y
freudiano, en tanto que el otro no es inconsciente ni freudiano? La cura
analítica del sentimiento de culpabilidad es, pues, como despejar la autopista
de una gran ciudad para que los vehículos transiten con mayor facilidad,
queriendo decir que para que un sujeto realice sus posibilidades el obstáculo
es, sin duda, el sentimiento de culpa.
Freud pensaba que lo esencial en
el éxito consistía en llegar más lejos que el padre y que por eso, aludiendo a
las contradicciones en el superyó, estaba prohibido querer sobrepasarlo.
Mientras hay sujeto supuesto saber, así seamos tildados de reduccionistas, no
existe espacio para la creación, hay sólo repetición. La operación
psicoanalítica es desalienante y por consiguiente decimos que conduce al sujeto
por el camino del deseo. Un deseo desprovisto de los ideales del Otro,
producido sin él y separado de él. Al final del análisis las identificaciones
caen, no se sostiene más el Otro, y el deseo del sujeto se abre camino y se
impone. Lo anterior instaura, según Melanie Klein, un momento depresivo en el
analizado, fruto de su confrontación con el vacío y con la falta estructural.
El sentimiento de culpa es la
razón principal por la que muchos sujetos no actúan en conformidad con su deseo
sino por el deseo del Otro, constituyendo esto, en la vida social cotidiana,
una alienación que impide a cada uno operar con su deseo responsablemente y sin
perjudicar a otros. El deseo del Otro, al final del análisis, tiene poca
incidencia, ya que lo más importante, en lo sucesivo, para el analizado es ser
un sujeto deseante. La emergencia del deseo en el analizado, que puede o no más
tarde acceder a la práctica del psicoanálisis, es el prerrequisito para que la
creatividad en un sujeto se despliegue. A este respecto es pertinente decir que
quien crea no está exento del sufrimiento, del daño al otro o de la tontería.
El acto de creación implica restar libido al síntoma –en términos de sufrimiento–,
daño al Otro y disminución de la tontería. Quien crea algo valioso, para el
progreso de la teoría psicoanalítica, no lo hace por fuera de su competencia
ética.
Sin embargo, cuando un creador
irrumpe en una época su acto de creación puede verse por sus contradictores
como un síntoma, un daño al Otro o una simple tontería… De todos modos, del
concepto freudiano de sublimación Lacan sustrajo el de creación, no sin tener
buenas razones para ello. El creador, se podría decir, sufre, daña al otro o es
tonto de manera sublime . Freud, Melanie Klein, Ferenczi y Lacan , entre otros,
son una prueba de ello. Su único daño, a la humanidad, ha consistido en
contribuir a reducir lo imaginario. Lacan, por ejemplo, de haber operado del
lado de la cobardía moral, propia del culpable, seguramente no habría generado
la revolución psicoanalítica que hizo en el seno de la institución analítica
creada por Freud.
u actitud, luego de la
experiencia analítica por más de seis años con Rudolph Loewenstein , es la
prueba más contundente de la emergencia del deseo, el despliegue creativo, la
superación del padre y la caída de los ideales o del sujeto supuesto sabedor.
Si Lacan no hubiera logrado desmontar a su analista de esta posición, lo mismo
que a Freud y a los analistas de la época, con toda seguridad no habría sido
más que un simple cobarde que se habría amilanado ante la imagen amenazante de
las autoridades de su tiempo. En este punto no habría hecho sino repetir la
actitud del niño frente a sus padres, el cual, por temor de perder el amor de
ellos, tiene que renunciar a sus deseos y aspiraciones y conformarse con
intentar satisfacer sus exigencias, borrándose como sujeto. Por eso Lacan decía
que “el deseo es el deseo del Otro”, queriendo con esto decir que el sujeto, al
estar ligado al Otro, por medio del significante, no puede sino hacer lo que
éste quiere pero no lo que desea.
La actitud creativa, sea en el
ámbito filosófico, científico, artístico o literario, etc., es, sin duda, un
producto de la emergencia del deseo tras la superación del sentimiento de
culpabilidad que amenaza, imaginariamente, con un castigo por superar al padre
simbólicamente hablando. Recordemos que, según el trébol de la culpa, hay un
punto en el sentimiento de culpa en el que lo imaginario y lo simbólico se
fusionan y el sujeto termina confundiendo la superación del padre por la vía
simbólica mediante un despliegue creativo, por ejemplo con la muerte imaginaria
del padre. Recordemos el imperativo superyoico: “Así como tu padre debes ser,
así como tu padre no puedes ser”, que hace que el sujeto se sienta culpable al
triunfar en cualquier ámbito de la creatividad humana.
No haber podido ir más allá que
el padre, en algún aspecto específico, toma la forma hoy de la depresión, es
decir, un sujeto al que le falta deseo y le sobra goce. En general, Freud ubica
los fenómenos de la depresión (que no distingue mucho de la melancolía) en
estrecho vínculo con la culpa. Significante que simboliza otro de los nombres
del padre, de quien al final del análisis el sujeto ha de separarse como
consecuencia de un duelo terminado. En este sentido es imprescindible
distinguir la depresión referida al final de la cura, de la relativa a la
decepción fálica (amorosa) fundada en la creencia sobre la relación sexual. La
ausencia de la relación sexual es la falla que hace del hombre un enfermo
incurable.
Según la señora Klein el sujeto
al final del análisis se topa con la soledad, como efecto de la separación del
Otro, que no es ruptura con los demás; una forma adicional de llamar la
conclusión de la cura, en términos de vacío, falta o deseo, distinta de las
pretensiones de un “yo fuerte”, según la psicología del yo. Mostrándose así, en
un punto, que el psicoanálisis es uno y el efecto del análisis (sea kleiniano o
lacaniano) tiende a ser el mismo, siempre y cuando los principios de la
dirección de la cura operen en ambos y el analista quede reducido a la posición
de objeto, un objeto del que hay que hacer duelo como efecto de la caída del
sujeto supuesto saber. La depresión, en esta onda de pensamiento, opera como
mecanismo que evita al sujeto la asunción de la deuda y la falta como condición
del deseo.
Es ese resto del padre que no
logra inscribirse en lo simbólico que da cuenta de un residuo de lo real: el
superyó, el cual presiona a violar las prohibiciones del incesto y el
parricidio. ¡Fornica! y ¡mata! son su imperativo. Paradoja de la ley del padre,
pues de un lado protege y preserva la vida en la dirección del deseo, y de
otro, atemoriza y comanda a lo peor. Curarse del sentimiento de culpa es, en
este orden de ideas, abandonar el yo la posición temerosa respecto al superyó y
con relación a todas aquellas otras figuras en la realidad exterior que
operarían, o serían percibidas así por fijaciones a la infancia, como los
propios padres. Sería superar la transferencia como tendencia imaginaria a
vivir confundiendo a los otros con los primeros objetos de la fase tierna.
Confusión que se da aún desde el momento en que se instala el superyó en el
niño, pues una cosa es el trato que la criatura recibe de los padres y otro el
que el superyó termina adoptando con el yo.
El culpable no es un héroe
El sentimiento de culpa es el
responsable de que muchos sujetos no puedan superar al padre y tengan que vivir
en la vida institucional temerosos, sosteniendo a otros en su posición de amos,
dioses e ideales omniscientes, a los que su saber no se les podría cuestionar.
Esta es la triste condición, muchas veces, del sujeto en las instituciones
educativas que imparten “formación” en niveles superiores de especialización,
maestría o doctorado, donde su deseo de investigador tiene que quedar relegado
a un segundo plano, todo por el temor a no retar a las autoridades
universitarias, de ser excluido y no poder obtener el título académico
codiciado, para ascender en el escalafón o en prestigio social, con un título
que opera, de manera fraudulenta, como todas las marquillas del mercadeo
actual. El capitalismo es un fraude. Es necesario advertir que la conquista de
un “deseo decidido”, atravesado por una postura de responsabilidad ética, es
algo que en ocasiones sale sumamente costoso. Lacan, por ejemplo, fue excluido
por eso de la IPA y hoy día, aún en instituciones que se supone deben funcionar
del lado de la protección de los derechos fundamentales del ciudadano, éstos se
irrespetan pasando por encima del “contrato social” que el derecho plantea como
pacto simbólico.
Es tal la dinámica de nuestras
instituciones que prácticamente se podría decir que avalan y promueven la
timidez, la expulsión radical del deseo, como consecuencia de la forclusión del
Nombre-del-Padre y la cobardía moral. De un lado, se invita a superar a las
autoridades castrantes, pero eso sólo se hace para atraer incautos, y, de otro,
se prohíbe, evidenciando así un “sí pero no”, una renegación como mecanismo
propio de la perversión. Dando a conocer con esto, como en la lógica del
capitalismo, que el sujeto es objeto del lenguaje, del significante, de los
discursos, con los cuales el amo actual no tiene ningún reparo en engañar a
otros para alcanzar sus fines.
En este punto el amo parece
conocer la fisura y la confusión entre “las palabras y las cosas”, sólo que la
mayoría al mezclar los significantes con los hechos o las realidades a que
estos remiten son presa fácil del engaño. Quien no cae fácilmente en dicha
trampa es por lo general excluido y considerado una amenaza. Dudar y pensar,
así no lo consideremos hoy, sigue siendo una intimidación para todos aquellos
que se rehúsan a dejar de ocupar su puesto de amos, dioses e ideales. En este
sentido hay que decir, como bien anotaba en cierta ocasión Juan Fernando Pérez,
“que el analista, en tanto ‘no incauto’ es un mal mensajero, pues es quien dice
lo contrario. A los mensajeros que traen malas noticias ya sabemos cuál es su
destino: su liquidación, ya que no soportamos a quienes nos traen malas
noticias”.
El verdadero analista en este
punto no tiene mucho problema, pues sabe por su propio análisis que la
conquista de su deseo es precisamente la adquisición de una nada. Su deseo es
eso, nada; colonizó un agujero, la conciencia de saber que no es más que una
falta en ser; anda muy contento por el mundo porque finalmente advirtió que no
tiene que seguir trabajando por ser, puesto que el ser en tanto completitud es
algo imaginario, algo que no puede ser, su ser es la falta, el agujero, la
hiancia y con ello ha de aprender a conducirse, a operar. El verdadero analista
va por el mundo, así como en el dispositivo analítico, sin creer que tiene
algo, un saber por ejemplo, pues conoce, como Sartre en El ser y la nada, que
su único patrimonio es un agujero en el saber que le hace desear más y más
saber. Así como Sócrates, el cual sabía que no sabía, y si algo sabía era que
el saber de otros no era nunca completo, por eso se divertía tanto cavando el
agujero en el saber supuesto de los otros, los cuales se molestaban por su
persistente actitud herética. Pues bien, las cosas desde la época de Sócrates
hasta el presente no han cambiado mucho, no es sino confrontarle el saber a
algún amo moderno en el discurso universitario para advertirlo.
La experiencia analítica enseña,
a pesar de la propagación del saber teórico en las universidades, que no
cuentan con el sujeto del inconsciente, y del escepticismo creciente en su
dispositivo clínico, el cual es efectivo cuando se aplica inspirado en los
principios, pues son éstos y su correcta aplicación los que garantizan la
dirección adecuada de una cura. Cuando un analizante concluye su análisis, y
esta disolución coincide con el desmonte del superyó y la consecuente cura del
sentimiento de culpa del sujeto, no sólo emerge el deseo y la responsabilidad
ética sino que, además, en muchos casos la capacidad creativa se dispara al no
estar el sujeto sometido en buena medida a la tiranía del padre imaginario, a
los ideales y los amos inhibidores que operan como sujetos supuestos sabedores.
Es lo que Michel Onfray identifica en Freud. El crepúsculo de un ídolo, en el
pensamiento y en la práctica del creador del psicoanálisis, como la pasión por
el regicidio y el asesinato del padre punitivo y opresor.
No es sino que el temor al
superyó caiga, o se minimice, para que el sujeto se sienta libre y pueda actuar
con mayor potencia creadora. Recordemos que tanto el padre, como los ideales
venerados en la sociedad y todos aquellos individuos que son percibidos como
los portadores de un saber, se encuentran representados en la vida psíquica por
el superyó, luego cuando esta instancia acosadora cede, la consecuencia lógica
y natural es que también cae el padre arcaico, declinan los ideales y decae el
sujeto supuesto saber. Una separación que coincide, al concluir el análisis,
con lo que Lacan nombrara con la expresión fuerte del “analista desecho al
final”. Mientras más sabe un sujeto de algún aspecto inconsciente, más se
acerca también a lo que no se sabe.
Curarse del sentimiento de culpa
es reducir en último término los embates, la crítica y los excesos del superyó.
Toda causa, consideran los físicos, tiene efectos. De un modo análogo,
dependiendo de la fuerza y la presión del superyó sobre el yo va a ser el monto
del malestar y la culpa en éste, luego si dicha presión es descargada, lo que
no quiere decir que sus catexias sean suprimidas, el efecto de tal operación es
que el sujeto se va a sentir más liviano y libre de tensiones por su amo.
Ahora, al no tener que efectuar un gasto energético o libidinal tan grande en
defenderse del superyó, puede disponer de una carga extra de libido para
realizar acciones creativas al servicio de la sublimación. En estas
circunstancias, el yo deja de percibir al superyó como un amo cruel y comienza
a experimentar sus favores. Aquí el sujeto comienza a servirse también del
superyó, es a lo que hemos llamado “superar al padre a condición de servirse de
él”. Un efecto similar se produce en la familia, en una institución o en el
gobierno de una nación, cuando los niveles de exigencia e intolerancia de la
autoridad se merman.
Al superyó podríamos compararlo
en el caso colombiano con la subversión, ¿qué efectos creativos y productivos
surgirían, en distintos ámbitos en lo social, en el caso de que tal amenaza se
disminuyera? Por eso al psicoanalista, en todas las orientaciones, se le piensa
como un posibilitador, como un facilitador de las opciones inconscientes y
desconocidas por el sujeto; claro, como el analista no opera como un superyó
sádico, este modo de operar va siendo interiorizado poco a poco, constituyendo
simultáneamente el desmonte progresivo de la instancia arcaica y punitiva. Este
descenso es la cura del sentimiento de culpa, que da lugar a la irrupción del
deseo, a la responsabilidad ética, al despliegue creativo y a la destitución
del otro como sujeto supuesto saber. Por eso decimos que la conclusión de una
cura coincide con la inexistencia del Otro, pues es ya el sujeto el que existe
en tanto deseante.
Antes de la cura el “creyente”
creía y apostaba todo al Otro, después duda y cavila antes de invertir su
libido en ese Otro, pues ya está avisado del efecto de engaño y sabe que es más
notable confiar en sí y aventurarse en su propia empresa, que permanecer como
feligrés hipotecado en su creatividad a Dios. Aquí Dios ha muerto, su poder e
influjo por la acción de la cura han caído. Así, la muerte de Dios, de la que
hablara Nietzsche, adquiere un sentido nuevo y se reduce en último término al
desmonte del superyó. Si Freud especifica en Tótem y tabú que si el muerto
deviene soberano poderoso –y lo son Dios y el superyó para el sujeto– es porque
se lo ama y se lo odia. Luego si por la operación analítica el sujeto logra
superar la postura ambivalente con el padre, se genera, tal y como lo
observamos al final de la cura, el efecto de la caída de los ideales. Esta es
la muerte de Dios y su consiguiente destitución del superyó como amo interno
acosador.
Tanto Dios como el superyó, desde
la postura imaginaria, son un obstáculo para la creatividad del sujeto, por eso
aquí hemos hablado de su decadencia. Sólo así es posible la emergencia del
deseo del analista, el cual se diferencia del trabajador decidido en el hecho
de que el deseo del analista apunta a la cura, a llevar a otros a
experimentarla y no es una apariencia centrada en el saber de los
exhibicionismos universitarios. Sin embargo, ¿existen diferencias entre
trabajador decidido y profesor de psicoanálisis? Quien realmente finaliza su
análisis por medio de la destitución del Otro como sujeto supuesto saber, tras
la cura del sentimiento de culpa, pierde la pasión por el exhibicionismo; por
eso usualmente no se le ve paseando su plumaje por la universidad y el cartel
del pase adquiere todo su atractivo para él, asemejándose más a la salamandra
ciega de la que habláramos en otra elaboración. Ahora, ¿la reducción del sentimiento
de culpa tiene efectos didácticos, los cuales operan, al mismo tiempo, como
principios?
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