Por: Elkin Villegas
Pero una comunidad que dedique su tiempo a bajar los humos de quienes
creen hacer hallazgos aunque se equivoquen estaría perdida para lo que está en juego,
que es hacer avanzar el psicoanálisis. Se necesita más bien una comunidad que reconozca y admita los hallazgos de unos y otros y les
dé un valor propio. .
JACQUES-
ALAIN MILLER
Una cuestión preliminar
Apoyado en Kant, quien
contemplaba la divisa ilustrada: ¡Sapore
aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, y aún en el
espíritu crítico que también a Lacan inspiró, quiero dedicar la presente
reflexión, como ejercicio hermenéutico y analítico en pro de la duda cartesiana,
a una serie de cuestiones relacionadas con la existencia de la escuela en
nuestro medio y sus posibles objetivos. Así pues, sin las vacilaciones del
deseo que mueven a dar rodeos obsesivos, entremos de inmediato en materia. Se
dice en la Gaceta No.7 de la NEL (Nueva Escuela Lacaniana)
que ésta es una escuela que pertenece a la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) y que
tiene por objetivos “el psicoanálisis, la transmisión de su saber, la formación
de psicoanalistas y el control de la práctica analítica de sus miembros”. Sin
embargo, considero que antes de repetir y perpetuar tales ideas, sin dudar o
sin pensar, conviene detenerse y examinar con rigor si las cosas son en
realidad así, o ello se dice con cierto aire de seducción.
En primer lugar, propongo someter
a profundo examen la idea según la cual la escuela es un hecho o una realidad
para, en segundo lugar, meditar un poco en torno a sus objetivos, en especial
el concerniente a “la formación de psicoanalistas”. Mi propósito consiste pues en
dudar y criticar algunas ideas que al parecer operan como dogmas, se han
sobreentendido, no se las confronta con la experiencia y terminan funcionando de manera independiente
de la posibilidad de ser verificadas o contrastadas. Saber que no se controla,
diríamos con Kant, es un conocimiento que carece del entendimiento necesario
para darle un lugar privilegiado a la razón científica, la cual sólo se
sostiene en postulados lógicos, articulados con la experiencia. Planteamiento
con el que Freud estaría de acuerdo en El
porvenir de una ilusión, texto en el que piensa la ilusión como la
complicidad entre la realización del deseo y la ausencia de verificabilidad.
Entonces, ¿qué se entiende por formación
de psicoanalistas? ¿Acaso la formación de los analistas se confunde hoy con hacer
discursos, con clases magistrales, con la rápida producción intelectual o
académica y con lo que el mismo Miller ha denominado, recientemente, como “efectos
epistemológicos” distintos de los efectos terapéuticos? El psicoanalista es
efecto de una experiencia de psicoanálisis puro llevada a cabo hasta el final y
no de un psicoanálisis “silvestre”. Conviene aquí diferenciar las dos vertientes
que constituyen al psicoanálisis. Una cosa es el psicoanálisis en extensión y
otra bien distinta el psicoanálisis en intensión. La respuesta a dicha pregunta
es bien conocida y, en general, se podría decir que sí predomina tal confusión,
pues lo que se observa en nuestro medio es que el interés por la teoría (que
según Freud puede obedecer a una resistencia o defensa contra el psicoanálisis)
termina por apagar el deseo y la poquita disposición por saber de sí, en el
dispositivo psicoanalítico.
Es cierto que la actividad
intelectual en la institución analítica (Escuela), por medio de los mecanismos
que se tienen para ello, contribuye a la formación, de eso no hay duda; sin
embargo, todo el mundo sabe que la auténtica formación de los analistas depende
del análisis personal, de los controles y del pase, único medio en realidad
para verificar el tránsito de analizante (si es que se tuvo tal posibilidad) a
analista en propiedad. Esto es claro en lo que concierne a las escuelas de la
orientación lacaniana, pues en la
IPA (Asociación Psicoanalítica Internacional, fundada por
Freud) tengo entendido que las cosas son un poco diferentes. Por ello pretendo
reflexionar aquí los cuatro aspectos arriba mencionados, que al parecer
constituyen la razón de ser de la dinámica institucional de la NEL-Medellín . Espero
que la presente reflexión sea asimilada con espíritu crítico y esclarecedor, y
no como una retaliación por parte de quien aquí se expone.
Mi idea de entrada es que la
escuela aún no existe, que sólo está en proceso de construcción, lo mismo que la
formación de psicoanalistas, entre quienes si existen dificultades para
conformar carteles, como el del pase, es porque muy probablemente los mismos
analistas (miembros de la escuela) estarían en deuda con su análisis personal y
por ello se tienden a mostrar escépticos con tal dispositivo. Deuda que los
haría silenciar todo tipo de reflexiones relacionadas con dar cuenta de sus
propios análisis, controles y eventuales pases, lo cual los haría sentir de
paso incapaces para transmitir a otros, con la fuerza y la serenidad necesarias,
aquello de lo que no estarían suficientemente convencidos. El analista no es
nunca un producto terminado, sino alguien en permanente formación. De la
escuela se podría decir algo similar. Al respecto existe una vasta información
bibliográfica, así como argumentos lógicos suficientes que le dan consistencia
a dicha afirmación.
En general se puede hablar de
tres posibilidades en cuanto al dispositivo de control que representa el pase.
Están las instituciones analíticas que, en otras latitudes distintas a la
nuestra, poseen en sus escuelas varios pases efectivos para mostrar y demostrar
los efectos terapéuticos del psicoanálisis. Se trata, sin duda, de ambientes
analíticos con mucha más pasión y vocación por la verdad del descubrimiento
freudiano. En segundo lugar, están las organizaciones que, aunque entre sus
miembros no existen muchas condiciones reales para hablar de dicho dispositivo, crean espacios
de discusión sobre el asunto, bien sea para promover entre los convocados en la
“escuela” la importancia del pase, o bien para simular ante la mayoría que están
cumpliendo con los criterios de calidad y de exigencia clínica y epistemológica
de otras latitudes. Es el caso en nuestro medio de la Asociación Foro
del Campo Lacaniano de Medellín (AFCLM) donde no hay sino una sola Analista de la Escuela (AE), nominación
que no ha sido acogida con mucho agrado por los demás miembros. También están
las agremiaciones que ni una ni otra cosa hacen, en las que no se crean
discursos sobre lo que no existe; sin embargo, promueven de paso el pensamiento
imaginario de que todos sus miembros son analistas probados, esto es, analistas
de la escuela (AE) y no habría por qué dudar de nada ni de nadie. Hablando con
rigor, ¿cuál de las tres opciones es la mejor, tanto para el psicoanálisis como
para la dinámica y el avance de las escuelas? Cada quien puede hacer sus
inferencias a partir de la ortodoxia y los principios freudianos.
Algunos aspectos problemáticos básicos
1. Entonces, ¿es la NEL-Medellín una
Escuela tal y como se ha definido en otras latitudes dicha noción, tanto por
Lacan como por los analistas de la orientación a que él da lugar? Definido este
interrogante, creo que, ahí sí estaríamos en condiciones de saber si en
realidad en la NEL-Medellín
los objetivos mencionados tienen pertinencia o no, pues considero que ellos
estarían anudados y supeditados a ese primer interrogante.
El primer inconveniente que
advierto sobre la existencia de la escuela es la ausencia de analistas de la escuela (AE),
pues como lo dice Eric Laurent en su informe moral presentado ante la Asamblea General
de la AMP , el 24
de enero del año 2009: “Hay
que notar que una de las particularidades de la NEL es que aún no tiene AE”. Entonces, si aún no hay Analista de la Escuela es probable que la
dinámica interna de tal agremiación no sea sometida a constante revisión, cuestión
que, a mi manera de ver, afecta su modus
operandi y la conformación de la misma, ya que se entra cojeando desde el
inicio con miembros que no saben, desde su propia experiencia personal, qué es
el final de análisis y menos aún la experiencia del pase. ¿Es acaso el analista
en nuestro medio una excepción, o sea, alguien que se considera exonerado de la
exigencia de control y de verificación en dispositivos como el del pase? Si ello
es así, estimo que existe un gran problema de entrada.
Un saber de oídas, esto es, no
experimentado por quienes lo promueven, genera resistencia y falta de confianza
en su dispositivo clínico. El control y la verificación en la ciencia son
necesarios. En esta
perspectiva decía la Directora de la NEL-Medellín[1]
lo siguiente: “Los científicos hacen, practican, imitando un modelo más o menos
igual, pero cuando hablan (o exponen sus teorías) aparecen las diferencias.
Nosotros hacemos lo contrario. Procuramos hacer una práctica singular y luego
hablar todos lo mismo”. He aquí un gran problema del discurso y la práctica
analíticas, pues cuando el analista está muy preocupado por hacer distinto (por
hacer demostraciones para descrestar a los colegas), por esa vía es probable
que se tienda a olvidar de los principio que rigen su práctica. En tales
condiciones la escuela se puede dedicar, por resistencia de sus miembros, a
impedir el trabajo de otros, incluyendo el de los “colegas” que querrían
participar en la conformación de la escuela y en el logro de sus objetivos.
Entonces, una cosa es crear asociaciones en torno al discurso y la transmisión
del saber psicoanalítico, y otra bien distinta una escuela, la cual posee una
serie de características singulares que la diferenciarían de otras formas de
organización económica y empresarial.
Según entiendo, los AE tienen por
función (dado que han conquistado una posición singular en su ser) la responsabilidad
de promover e instaurar en las escuelas tales características, para que la
institución analítica no sea como las demás. En esta perspectiva,
vale la pena preguntarse si la escuela existe a partir de los siguientes hechos
observados: 1. Cuando se le impide a algún participante interactuar como más-uno
en un cartel, por el hecho de no ser asociado o miembro, a sabiendas de que en
el pasado ya había funcionado como tal, pero por inhibir su participación se “legisla”
que el más-uno sólo puede ostentar dicha calidad. 2. Cuando se le restringe a
un participante hacerse cargo de la transmisión de un sector del saber
psicoanalítico (pese a demostrar capacidades para ello), alegando que tal
actividad sólo es posible si se ostenta la calidad antes mencionada. 3. Cuando
se le niega la solicitud de ser asociado, por tres ocasiones a un aspirante, que
sólo tendría el propósito de trabajar para mitigar la angustia y la soledad
resultante de la operación analítica. 4. Cuando no se avala una construcción epistemológica
que pone en entredicho la formación de los colegas miembros de la escuela. 5.
Cuando algunos de los miembros predisponen a un sector de la comunidad respecto
a uno de sus participantes, encubriendo su animadversión con aquel a partir de
un supuesto diagnóstico mal intencionado. Formas todas bastante primarias, discriminatorias
y defensivas que, en mi óptica personal, en nada contribuyen a la formación adecuada
de los analistas o a la conformación de una escuela de psicoanálisis.
¿Todo ello porque el aspirante no
se había psicoanalizado con ellos, y por ser considerado un sujeto crítico e
irreverente con la tradición silenciosa de los miembros, en lo tocante a la
enunciación de aspectos fundamentales sobre la formación de los psicoanalistas?
A mi manera de entender, la escuela no sería un espacio para el cultivo del
narcisismo de sus miembros, y menos aún para camuflarse en ella y evitar, a
toda costa, la intervención crítica de los foráneos, los inscritos y los amigos
que podrían cuestionar, tanto la formación de los analistas como la forma de
operar de la escuela. Lacan consideraba que la función del analista consistía en
intranquilizar a los colegas en cuanto a los problemas de la práctica. Ahora
bien, si lo característico de la escuela es que permanezca incólume, esto es,
alejada de todo tipo de influencias que la podrían agujerear o poner en falta,
al evidenciar algunas de sus fallas, hemos de reflexionar con espíritu crítico
y riguroso si la escuela existe o, por el contrario, ella es solo un proyecto
que aún estaría por nacer. Sabido es que lo propio de la vida empresarial
contemporánea consiste en mantener ocultas las inconsistencias de la
organización por medio del discurso engañoso y hasta estafador que procura
sostenerla en una posición ideal.
Si las cosas son así, me temo que
hemos estado llamando escuela a una forma de organización que sólo operaría
como una entidad cualquiera, la cual haría todo lo posible por obturar la falta
en ser y aparecer, ante unos y otros, como una armonía o como una unidad que no
tendría la más mínima motivación de dar a conocer sus faltas e incongruencias.
Es lo que Rubén López ha denominado bastante bien en Momentos del psicoanálisis en Colombia como “una escuela
imaginaria”. Pienso que los miembros de una escuela, dado que supuestamente
habrían pasado por la experiencia del análisis personal, no tendrían por qué
tener mayor reparo en tolerar la crítica que otros podrían hacerles, o a la
entidad que los cobija con el apelativo de Escuela. La falta de tolerancia en
este punto indica que la causa de la orientación lacaniana en cuestión estaría
un poco desorientada y que los miembros no operan como quizá Lacan pensó, sino
como los miembros de la institución (IPA) que lo excluyó.
Evitar la crítica, la
confrontación de las ideas o las tentativas de verificación de los criterios
esenciales en la formación, es algo tan absurdo como decir que el analista le
saca el cuerpo a los casos clínicos difíciles porque ellos le harían modificar o
rectificar el instrumento de su intervención. Freud no vería así las cosas. Ahora
bien, cuando este tipo de cuestiones se da, ello muy probablemente se convierte
en un indicio que muestra falencias en la concepción de la formación del
psicoanalista. Como sugiere Miller: ¿existe escuela allí donde una comunidad se dedica, buena
parte del tiempo, a bajarle los humos a quienes creen hacer hallazgos? A
mi manera de entender el problema, se podría decir que no. No se trata de
idealizar ni al analista ni a la escuela, pero sí se trata de respetar unos
criterios mínimos aceptados por la comunidad analítica en el ámbito internacional,
pues, de lo contrario ¿de qué clase de psicoanálisis y de escuela estamos
hablando?
2. En cuanto a los objetivos de la escuela, se
podrían tener en cuenta las siguientes consideraciones. En primer lugar, se
plantea el psicoanálisis; sin embargo conviene precisar, ¿cuál psicoanálisis?;
porque una cosa es que una escuela se centre en la vertiente conceptual y
teórica, dando lugar a efectos epistemológicos válidos, en los cuales se
inscriben los cursos, los seminarios, los grupos de estudio y los carteles, y
otra bien distinta que su orientación sea la clínica, es decir, los efectos terapéuticos,
en los que se ubican el análisis personal, los controles y el pase. El énfasis
que se ponga en cada una de éstas dos vertientes determina el ambiente del contexto
institucional. Si el énfasis recae sobre el primer caso, la organización aparece
en todo semejante a muchas de las organizaciones de hoy; pero si el acento se
fija en el segundo, se genera el efecto escuela, con características y un
funcionamiento propio de las lógicas que se derivan del descubrimiento
freudiano. Es necesario rectificar la disociación entre el discurso
psicoanalítico, la práctica clínica y las formas de organización de la
institución psicoanalítica.
En segundo lugar, está la transmisión
del saber psicoanalítico, el cual se encuentra en estrecha relación con el punto
anterior. Entonces, aunque al parecer en dicho aparte se bosqueja la parte
clínica, en la práctica y en la realidad se observa que el énfasis se pone en
el componente epistemológico y no en la experiencia de lo real en la clínica
psicoanalítica. La cual, cuando es pensada a partir de los escritos técnicos de
Freud, suscita muchos interrogantes, pues, según se observa, llamamos “análisis”
a cualquier intento clínico que tendría más características de psicoterapia que
de psicoanálisis. Recordemos que los principios de la dirección de la cura sólo
se aprehenden en el propio análisis y no por el trabajo teórico. Ahora, lo más
problemático es que un “psicoanálisis” así tendría como aspiración la formación
de psicoanalistas. El problema esencial parte, de acuerdo a mi visión, de la
concepción de los análisis en la contemporaneidad, asunto que cuando se pone en
duda no deja de generar resistencias y reacciones; cuya finalidad es silenciar,
desconocer e impedir la participación de quien así se ha acostumbrado a hablar.
Otra forma del bien decir que se tiende a forcluir. Como se dice en muchas
partes, “En país de ciegos (esto es, de sujetos profanos por la falta de
análisis, como Edipo al final) el tuerto es rey”, donde la figura del tuerto
simboliza a quien conoce la teoría, pero no se funda en la experiencia de lo
real del psicoanálisis.
En tercer lugar, aparece la formación
de psicoanalistas, la cual depende, sobre todo, del énfasis que se ponga en la
vertiente clínica, compuesta por los análisis (que habría que detallar a la luz
de los escritos técnicos de Freud y de los principios de la práctica que de
ellos se desprende, para verificar en muchos casos si no son en realidad una
forma de psicoterapia), los controles (de cuya práctica existen pocas
evidencias) y el pase, dispositivo que cobra validez con los AE y que, según
Lacan, fue más bien un fiasco. El análisis personal, parafraseando a Freud,
cuesta a los analizantes: tiempo, dinero y, principalmente, un esfuerzo enorme
de sinceridad. Según pienso, siempre será fuente de discordia, y de múltiples
reacciones primarias, procurar verificar (en medios sociales en los que
predomina la ilegitimidad en los procedimientos) los análisis de quienes
practican el psicoanálisis. Este es el quid
del asunto y no conviene centrar la atención en otros aspectos que, aunque
sumamente importantes, distraen la atención de un punto que, por múltiples
razones e intereses clínicos, económicos y sociales, no conviene entrar a
detallar.
Es un poco lo que sucede, según
Freud en Psicología de las masas y
análisis del yo, con instituciones como la Iglesia o el Ejército, en
las que el propósito no es la puesta en escena de la verdad, sino el apartar de
ella la mirada entre sus miembros, ya que los asiste una motivación inconsciente
común y es el cultivo de las ilusiones, las cuales pueden posar, en muchos
casos, como un mero semblante de lo
real. Señalar este tipo de cuestiones suscita en las “escuelas” cualquier tipo
de enemistades y discriminaciones, lo cual no sólo enrarece a tales ambientes,
sino que también “mata” o destituye la creatividad, el trabajo y las relaciones
cordiales.
En cuarto lugar, está el control
de la práctica analítica de los miembros. Asunto que habría que someter también
a una crítica y a una lógica potente, pues si no existen muchas evidencias de
auténticas experiencias analíticas, que luego continúen y finalicen entre los
miembros, ¿cómo pensar que una práctica deficiente y deformada se va a someter
al control? Lo que se observa es que el control (mal entendido como
impedimento) se da pero sobre la participación y la práctica de los no miembros
y no asociados, lo cual termina generando más bien escepticismo respecto al
ejercicio clínico de los mismos colegas, escepticismo que, como todo lo que en
la vida opera así, se devuelve como un bumerang y termina por abrazar a quien
lo emite. Además, ¿es posible que el mencionado control opere en una
organización en la que los dispositivos esenciales para tal fin se encuentran
desdibujados? Por lo que se observa, la ausencia de finales de análisis
efectivos, de pases y de la dinámica de los AE, complica aún más las cosas.
Ahora bien, si los miembros se han
analizado y, en ocasiones, por múltiples razones de conveniencia, sugieren o
bosquejan en el ambiente de la escuela que han finalizado sus análisis, ¿por
qué no buscan entonces el tan codiciado pase, para que las nubes de duda se
aparten y se genere una mayor credibilidad? ¿O es que los finales de análisis y
el pase son pensados como una invitación para los demás (a quienes no promueven),
pero no para los miembros de la escuela? Desde Freud sabemos que un analista va
tan lejos en los análisis con los pacientes como él mismo haya podido avanzar
en el propio. Este punto es importante por cuanto considero que a la verdad no
se le puede ocultar, pues ella opera como el síntoma, el cual se intuye y se
dibuja en la mente de quienes no han sido víctimas del engaño, quienes terminan
copiando de los miembros, por aquello de la comunicación entre inconscientes,
un autoengaño similar. Es probable que una reflexión así sea considerada agobiante
o un falso problema; sin embargo, en mi caso particular, considero que de la
importancia que a ella se le preste dependerá la difusión y el futuro del
genuino psicoanálisis en nuestro medio. Lo demás, es necesario decirlo sin
rodeos, es contribuir en su distorsión.
Posibles consecuencias de la situación.
Si nuestras sospechas y
conjeturas son válidas, al punto de pensar que el aspecto problemático en las
escuelas es el del análisis personal, poniendo ello a tambalear no sólo a la
escuela (por cuanto su existencia en mucho depende de que haya analistas en
propiedad) sino también los objetivos que a esta se le endosan, se hace
necesario comenzar a replantear una serie de cuestiones y desistir, en nombre
de la responsabilidad y de la ética, de la tendencia al engaño, efecto de la
complicidad con el saber teórico y académico inscrito en la dinámica del
capitalismo. Pues de lo contrario se operaría como en el utilitarismo de la
vida empresarial contemporánea, en la que por buscar beneficios económicos se
omiten desde el comienzo una serie de requisitos de ley, con la ilusión de que
cuando la empresa esté bien constituida, ahí sí se atenderían tales exigencias.
Algo que se asocia con el sistema de salud en Colombia.
Pues bien, la experiencia enseña
que finalmente las cosas se quedan así y se continúa con la cojera, asunto que
concuerda con la lógica que el mismo psicoanálisis denuncia respecto a las
fijaciones de los años infantiles. Intentar ocultar fallas considerables hace
más daño que comenzar a encararlas y es necesario pensar en las personas que
vienen detrás, pues ¿quién entre los miembros está en capacidad de garantizar
que por la forma en que se orientan hoy las cosas, habrá en el futuro analistas
bien formados? ¿Están los miembros, hablando con honestidad, dispuestos a
avalar la demanda de pase de alguno de los miembros, asociados o simpatizantes
de la NEL-Medellín ?
Si la respuesta, luego de ponerse la mano en el corazón, es vacilante, conviene
entonces reflexionar sobre la pertinencia de la escuela y sus supuestos
objetivos, pues no se trata, como en los inicios de la Escuela de Lacan, de
atraer multitudes o de construir enunciados atractivos para engañar incautos,
sino poderlos sustentar o demostrar. Esto sí daría confianza y credibilidad.
Según Miller: “para Lacan se
trataba de poblar su Escuela; pero, una vez poblada, empieza a funcionar una
suerte de despoblador –emulando el
título de Samuel Beckett-: no todo el mundo se encontrará con los títulos, con
los grados”.[2] Tales como AP, AME o AE. Modalidad y
funcionamiento que, al parecer, varios “lacanianos” tienden a emular en su
primer momento (no en el segundo), como si su situación fuera igual o parecida
a la de Lacan, quien realmente sí fue psicoanalizado y después de esto decidió
fundar su Escuela. En la actualidad quienes dominan el discurso y los
enunciados psicoanalíticos, por ser profesores de las teorías en tal campo del
saber en alguna universidad, pero que no habrían pasado por la experiencia en
el diván, son quienes se ponen al frente de organizaciones a las que llaman
Escuela de Psicoanálisis pero que en realidad, dada la dinámica que en ellas se
presenta, poco se asemejarían a la causa emprendida por Lacan y sí mucho a las
formas organizativas de la vida empresarial contemporánea.
Ahora bien, cuando los miembros
de una escuela se dedican, como dice Miller, “a bajar los humos de quienes creen hacer hallazgos
aunque se equivoquen”, no sólo está perdida en lo tocante a hacer avanzar el
psicoanálisis sino que, además, su modus
operandi presenta un riesgo para la comunidad (asociados, asistentes y
participantes) en general, pues en lugar de acoger y reconocer las
singularidades y trabajar con la enemistad estructural de lo humano, se
dedicaría a promover distintos y sutiles mecanismos de exclusión. En este
sentido, ¿qué diferencia habría con las demás formas de organización social? Si algo así se hace con uno de los
simpatizantes de la susodicha escuela, pese a su deseo de saber y la
insistencia por pertenecer y participar en la dinámica de la misma, ¿qué
garantías habría para brindarle a otras personas posibilidades de formación, en
el caso de que las demandasen? He aquí un problema esencial que no es posible
evitar más.
En un estado de cosas así, me pregunto: ¿es
que para ser tolerado en la escuela es necesario ser paciente de los miembros, idólatra,
amigo o simpatizante pasivo de ellos, es decir, no critico de lo que en aquella
sucede y procurar sostener a los otros en su posición de dioses o ideales que
no se podrían cuestionar? Si la cuestión es así, repito, conviene revisar la
clase de escuela que se tiene, pues a mi juicio se parece más a una empresa comercial,
común y corriente, que a una escuela de psicoanálisis, la cual, dada la
formación de los miembros, estaría en capacidad de asumir la oposición, la
crítica y hasta los focos de enemistad con quienes asisten a ella. ¿No es acaso
lo que Freud enseñó a tolerar en El
malestar en la cultura, o es que se cree que por no tenerse un colega
molesto al lado, por tal motivo el malestar y la verdad, que se intentan
desvirtuar, no van a tocar nunca a la puerta del ser? Según entiendo, en el
psicoanálisis, aparte de las enemistades particulares que nunca faltan, se
privilegia la verdad y el avance del mismo, procurando reducir el influjo
imaginario de los intereses particulares y del propio narcisismo. En mi caso
personal, es lo que ha hecho que persista en varios escenarios en los que, sin embargo, mi presencia no es bienvenida.
Mostrarle la falta a la escuela no es
negativo, lo que sí lo sería es pretender edificar una Escuela imaginaria. Luego,
la Escuela, según Miller, “no es una sociedad y no se supone de entrada que
concentre a los analistas, pues su concepto ya está fundado en el carácter
problemático de la cualidad de analista”.[3] Sin
embargo, muchas Escuelas como la NEL-Medellín, por ejemplo, figuran, desde el
punto de vista jurídico-legal, como una corporación o una asociación, donde el
significante Escuela opera solo como un semblante y no como una realidad
efectiva. Ahora, cuando los miembros de la “Escuela” no están dispuestos a
confrontarse con su propia falta estructural, sea la falta de análisis personal
o cualquier otra, su actitud se encarga de desnaturalizar la dinámica de la
misma escuela, la cual se sostiene, como caso paradójico, precisamente en un
agujero y no en un intento desesperado por forcluirlo. Afán que, por el
contrario, ayudaría a empeorar las cosas. Entonces, por los indicios
encontrados, los miembros de la “Escuela” no parecen estar muy dispuestos a
trabajar con el propósito de generar analistas en propiedad (quienes se asemejan en un punto al oficio del piloto,
para el cual su rol no lo define el saber teórico, sino su experiencia en horas
de vuelo), sino sólo profesores de psicoanálisis, discutidores de la teoría o,
a lo sumo, psicoterapeutas de orientación analítica. Según se observan sus
celos “profesionales”, anudados a su narcisismo de las pequeñas diferencias,
les impide promover en otros la genuina formación. Algo que también se ha
identificado en otra agremiación psicoanalítica de la ciudad.
Si así no fueran los hechos, ¿cómo justificar
que no habría en la Escuela un sólo AE, ni tampoco algunos pases (de miembros o
asociados) en remojo? Sin embargo, ¿están dispuestos los miembros a superar sus
celos narcisistas y permitirles a otros lo que ellos mismos no habrían
alcanzado? Al parecer, el problema de la Escuela es la actitud de sus miembros,
quienes por no perder algunos beneficios (propios de su posición de amos) no
estarían de acuerdo con promover a otros y poner en evidencia su deseo como
psicoanalistas, pues no es suficiente hacer discursos o escribir libros sobre
tal deseo, sin que éste halla surgido en quien escribe, como efecto de la
experiencia analítica hasta el final, al punto de dar testimonio de él en el
dispositivo del pase o en otras modalidades inéditas que pondrían en evidencia
tal experiencia. Cuando las agremiaciones psicoanalíticas operan como
instancias de poder, dedicadas a la promoción del mutuo elogio, manifiesto
entre sus miembros, se termina también por desnaturalizar la finalidad para la
que tales instituciones han sido creadas.
Según Jacques Alain Miller, el Analista de la
Escuela (AE) es comparable con las esmeraldas, cuyo color característico es el
verde; no con el verzul, que es el color de las que no son gemas auténticas. Recordemos
que el pase es para determinar si el analista es auténtico o no. Miller se
pregunta: “¿cómo distinguir verzul de verde?”[4] En
esta misma lógica es necesario decir que si bien ambos colores son distintos y
solo el verde caracteriza a tales piedras preciosas, otras distinciones también
son válidas: el filósofo se diferencia del bribón, como el analista del
profesor universitario y el AE del AME. Se pregunta Miller de nuevo: “¿qué
entendemos por AE?” A lo cual responde: “un analizante completo, si me
permiten, es decir, un analizante analizado, que terminó, que ya tiene más que
suficiente con el psicoanálisis […], pues se supone que el sujeto que merece este predicado puede
enseñar, hacer progresar el psicoanálisis, hacerse responsable de su Escuela y
no otra cosa; es decir, algo que es del orden de la inducción, del orden de la
predicción.”[5] Ser
analista implica ser psicoanalizado.
Según Miller: “lo que Lacan llama en su
propio lenguaje un AE no es un practicante –a quien llamará AME-, sino alguien
analizado. El procedimiento del pase es, pues, un esfuerzo por responder qué
significa ser analizado […] ser analista es ser analizado. Entendido
así, el pase no es una ficción sino un hecho, un procedimiento con el que se
prueba la autenticidad o no de los psicoanalistas, con lo cual queda refutada
la proposición según la cual Karl Popper dijera que el psicoanálisis no era
objeto de verificación o de falsación. Lo polémico de la Proposición de Lacan,
sobre el Analista de la Escuela (AE), es que distingue entre los psicoanalistas
de hecho y los que no lo son. De ahí que sea necesario introducir una
desigualdad y distinguir entre los trabajadores decididos (en el ámbito teórico
y de la transmisión del saber psicoanalítico) y quienes poseen títulos
distintos tales como AP, AME y AE, dada
su relación con la experiencia analítica. En realidad, sólo el AE, a la luz del
dispositivo del pase, es un psicoanalista examinado y demostrado. El problema
radica en que existan en las Escuelas algunos AE implícitos, esto es silenciados
y no reconocidos de manera directa por las rivalidades de los miembros y de la
comunidad; mientras que otros serían identificados con tal nominación más por
factores propios de la política lacaniana, que por la demostración de los
efectos de su experiencia psicoanalítica en el diván.
Es importante señalar que la emergencia del
deseo de un hombre, en nuestro tiempo y contexto social, como decía Juan
Fernando Pérez recientemente en su curso de los sábados, no es bienvenido.
Prueba de ello es mi trabajo, inspirado en Jacques-Alain Miller, en relación
con la cura del sentimiento de culpa como núcleo de la formación de los
psicoanalistas. Entonces, si el propósito del psicoanalista en la dirección de
la cura y el de las escuelas (que se rigen a partir de dicha orientación) es
darle un lugar al deseo y, por lo tanto, a la actitud democrática y
participativa de las personas, es problemático que existan “escuelas” que no
hacen ni una ni otra cuestión, y de paso impiden la instauración de la
singularidad de los sujetos, al pretenderlos homogeneizar con sus estrategias y
políticas administrativas, destinadas a forcluir la participación crítica de
los asistentes. Asunto que conduce a los miembros, de manera inconveniente para
el avance del psicoanálisis, a no reconocer como analistas a quienes no hagan
parte de sus políticas y de su agremiación, repitiendo con ello, y por
identificación con la institución enemiga del pasado, la vieja e infortunada actitud
excluyente, no elaborada, de los integrantes de la IPA con Lacan.
Además, si la escencia del deseo del
psicoanalista consiste en reconocer y aceptar la castración (y con ella la
falta en ser, la feminidad, la insatisfacción y el malestar de existir) para
hacer algo distinto de la mera infelicidad y de la queja, no se ve claro por
qué se tengan que adoptar posiciones censuradoras, discriminatorias y excluyentes
con quienes desean participar en la construcción de la escuela, en la
transmisión del saber psicoanalítico y en la formación efectiva de los
psicoanalistas. Como si por el sólo hecho de ser miembro o asociado se tuviera
el aval o la garantía suficiente y los demás, asistentes o participantes, estuvieran
excluidos de tal posibilidad al ser considerados unos simples ignorantes. En
este punto advierto que tales denominaciones operan como los recuerdos o las
ideas encubridoras en Freud, y que existen allí una serie de problemas que van
desde el concepto de psicoanalista hasta la noción de escuela. He aquí un
problema cohonestado de falta de claridad, de coherencia y de racionalidad. Entonces,
insisto: ¿en tales condiciones existe en realidad la escuela, o ésta es más
bien un proyecto a futuro que difícilmente se podría realizar, dada la actitud rígida
descrita de los miembros y asociados, como también la distorsión en la formación
y en la concepción de los objetivos de
la escuela?
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