En fin, como chiste se puede decir
que el núcleo de la formación de los analistas consiste en curarlos del
sentimiento de culpa […] no hay cura con culpa.
JACQUES-ALAIN MILLER
A continuación se hace referencia
a un grupo de trabajo intelectual conocido en la ciudad como el Proceso
(PROASIS) . Dicho clan ha sido el promotor e impulsor de la formación teórica
de una serie de personas que, en nuestro medio, operan como profesores sobresalientes
de la teoría psicoanalítica en varias universidades, tal es el caso de S1, de A
y de JAC. Los dos primeros sociólogos de la Universidad Autónoma
Latinoamericana, y actualmente profesores del Departamento de Psicoanálisis de
la Universidad de Antioquia, y el tercero fue decano de la Facultad de
Psicología Social de la Universidad Luis Amigó. Otras tantas personas como
Rubén López, autor de varios libros y artículos psicoanalíticos, han hecho
parte en el pasado del mencionado grupo.
¿Cuál es la razón por la que
mencionamos a PROASIS?, del cual Rubén López ha escrito en Momentos del
psicoanálisis en Colombia un capítulo titulado “Una escuela imaginaria” , y
posteriormente un libro sobre fragmentos históricos de dicho grupo, cuyo título
es La luciérnaga psicoanalítica. El grupo PROASIS, luego de haber sido conocido
por el autor por un lapso de más de quince años, el cual es fiel copia del modo
de actuar de su director, el fallecido exsacerdote Jorge de Jesús Restrepo
Correa, operaba más del lado del sentimiento de culpa que de la responsabilidad
ética. Otros grupos, no sólo en la ciudad sino también en el país, en
Latinoamérica y en el mundo, es probable que funcionen así, pero sólo nos
remitimos al Proceso por cuanto es conocido a fondo y en detalle por el
investigador.
¿Cuáles son los argumentos,
fundados en hechos, que permiten semejante afirmación? Cada uno de los puntos
que a continuación se enuncian son el producto de la observación detallada y de
largas conversaciones sostenidas con miembros que hicieron parte de PROASIS
durante años. La responsabilidad ética es la que conviene a los modos de
réplica del psicoanalista, ya que la respuesta del lado de la culpa, sea en el
consultorio, la institución o la ciudad no deja de producir efectos nefastos.
Por eso Jacques-Alain Miller dice:
En psicoanálisis, la persona es
responsable por lo que no quería, por lo que no sabía y por lo que hacía cuando
no sabía lo que hacía. Al actuar con respecto a la escuela, como en análisis,
debemos ser responsables por las consecuencias con las cuales no contábamos […]
si tenemos en cuenta esas cosas no tendremos a quién pedirle disculpas si acaso
surgieran efectos nefastos. No tendremos que pedir disculpas con el argumento
“yo no sabía que…” Esto no vale en psicoanálisis.
Es importante anotar que quien
opera del lado de la responsabilidad ética, y no del sentimiento de culpa,
puede adoptar el tipo de actitud que Miller expone, no el cínico o el canalla,
el cual siempre inventa excusas para todo y finalmente no garantiza su palabra,
sus actos y las consecuencias de ellos. El cínico o el canalla es el sujeto que
evade la intromisión de la ley, del derecho, por eso evita, como algo propio de
su funcionamiento estructural, tener algo que ver con la instancia normativa y
legal del derecho, prefiriendo un funcionamiento caprichoso, amañado y al
margen de la ley establecida constitucionalmente. Parafraseando a Hannah
Arendt, autora de Eichmann en Jerusalén, Eichmann, lo mismo que Meursault en El
extranjero, no supo nunca lo que hacía. Dos hombres inocentes.
La culpa como obstáculo del deseo
En el proceso PROASIS su líder no
excluía casi nunca a nadie directamente. Las personas se retiraban por la
presión de los planteamientos que él llamaba “confrontaciones”, que no sólo
utilizaba en el curso de las sesiones de trabajo intelectual con la obra de
Freud, sino también en los tratamientos psicoterapéuticos que conducía,
operando en muchas ocasiones como un superyó hostil, el cual antes que reducir
las tensiones las incrementaba. Comentarios en este sentido contra el director
nunca faltaban de manera soterrada y encubierta, pues era tanto el temor a su
figura que ninguno se atrevía a comunicarle los hechos directamente. En esta
perspectiva procedían como una tribu o familia primitiva que le guarda
fidelidad o lealtad al tótem, cacique o padre por temor a sus reacciones y
retaliaciones. Este hecho hacía que los integrantes de PROASIS no participaran
en las sesiones de trabajo con tranquilidad y fluidez, fruto del rebajamiento
de los embates de un superyó rival, sino permaneciendo a toda hora tensos y con
la preocupación de que cualquier cosa que dijeran iba a ser usada en su contra,
criticada y despreciada por el director, como si fuera el amo absoluto del
saber psicoanalítico, aspecto que los integrantes ayudaban a mantener dada la
venia que le hacían; conformando una pareja sadomasoquista entre ellos y su amo
de nunca acabar .
En dicho grupo había personas que
llevaban allí más de trece años, sin que a la fecha se pudiera medir su avance
en términos cualitativos. No sólo no practicaban el psicoanálisis, sino que
además se sostenían como infantes intelectuales que repetían, una y otra vez,
que no sabían psicoanálisis. Así llevaban más de diez años en “análisis”, o
mejor, en psicoterapia de orientación analítica, insistiendo que el
psicoanálisis que allí trabajaban era parte de las condiciones que estarían
creando, pero para las generaciones venideras. Postura sacrificial propia del
culpable, del redentor, de quien padece la presión constante de un superyó
hiperintenso que obliga a realizar actos de contrición y obras de caridad por
medio de las que el sujeto se autocastiga. Según Miller en su alocución en
París, sobre Cosas de finura en psicoanálisis, lo que es verdad para el mundo,
en cuanto a la exigencia terapéutica que se le hace al psicoanálisis, no es
completamente cierto para este, cuyo hilo conductor es el deseo. Otra cuestión
es que la conquista del deseo, tal y como se observa en la práctica, surta
efectos terapéuticos .
Las intervenciones
psicoterapéuticas de orientación analítica que hacía el director de PROASIS en
las sesiones eran desde la teoría psicoanalítica, contribuyendo esto a que sus
“pacientes-aprendices”, por identificación con él, obraran luego con otros
desde tal modelo, confundiendo éste con el dispositivo analítico propiamente
dicho. Este tipo de mezclas se presentan con alguna frecuencia en muchas
prácticas a puerta cerrada en las que los principios de la dirección de la cura
no se tienen en cuenta, pues ¿cómo aplicarlos si se aprenden en un análisis,
que nunca ha tenido lugar, dado que la experiencia ha sido sólo
psicoterapéutica? Ahora, según Lacan, aludiendo a la posición de Sócrates en
uno de los diálogos de Platón, El banquete, una cosa es que el analista haga
semblante de saber y otra bien distinta que crea o tenga la “certeza” de saber
lo que al paciente le sucede. Una cuestión es que el paciente crea que el
analista sabe de lo que le pasa y otra que éste se lo crea. La posición del
analista en el discurso analítico es bastante esclarecedora, ya que es quien
sabe que la destitución subjetiva consiste en asumir la reducción del ser a un
objeto, es decir, alguien limitado y decidido al mismo tiempo. Así, la teoría
del objeto a es la exclusión del Otro que no existe.
Una vez el director conseguía con
sus confrontaciones, por cierto agresivas e irrespetuosas, que la gente
intentara irse o finalmente retirarse del grupo, llamaba a las personas con
múltiples argumentos persuasivos, diciéndoles que las cosas habían cambiado,
que hasta él estaba impactado por la manera en que hacía las cosas y de tal
modo las personas volvían a caer en la trampa de creer en el significante, pues
no transcurría mucho tiempo hasta que el modo de operar estructural y
acostumbrado volvía a abrirse camino para reinstalarse una y otra vez. Los
integrantes de PROASIS se conducían con el director como la mujer maltratada
que retornaba una y otra vez con su marido, apoyada en el deseo y en la
expectativa imaginaria de la armonía, la consistencia y la relación sexual, las
cuales sabemos son una utopía humana. El motor de la cura es el deseo del
psicoanalista, el cual le objeta a ella la instalación del confort por la vía
del amor en la transferencia. El deseo en Lacan, no es nunca deseo de muerte y
constituye la senda del genuino psicoanálisis, el cual le posibilita al sujeto
conquistar una posición deseante, también denominada “diferencia absoluta”,
como efecto terapéutico de la depresión por reducción del sentimiento de culpa.
Durante muchísimos años circuló
en PROASIS, por iniciativa del director, la idea de que trabajaban en pro de
barrios y veredas con gente menos favorecida, todo ello con el razonamiento de
llevar el “oro puro” del psicoanálisis a los pobres. Como si el psicoanálisis
fuera una cruzada evangelizadora, salvadora y redentora como la llevada a cabo
por los conquistadores en América y el director y sus acompañantes fueran los
encargados, por algún mandato imaginario del superyó, de llevar a cabo tal
labor. Este hecho, que los había sumido en una mentalidad mendicante, los
condujo a tomar cada vez más distancia de los demás grupos, asociaciones o
escuelas donde en la ciudad y en el mundo entero el discurso psicoanalítico
circulaba, todo con la conclusión, imaginaria desde luego, de que en la ciudad
no había psicoanalistas, como si ellos se sintieran habitando en Viena a
comienzos del siglo XX y participando, como grupo secreto y reducido, de las
reuniones en la casa de Freud los miércoles en las noches.
El falso psicoanálisis es el de
quien se propone, a toda costa, hacer el bien por medio de su terapéutica.
Ahora, es claro que el efecto terapéutico se produce cuando se autoriza el
deseo del sujeto, y no como consecuencia de la asunción de normas como lo
consideran los gobiernos. Según Miller en la segunda sesión de su curso
intitulado: Cosas de finura en psicoanálisis, el psicoanálisis aplicado a la
terapéutica no es más que una psicoterapia autoritaria, que le hace creer a
quien la práctica que es psicoanalista. Mientras la psicoterapia opera con los
fines normativos del discurso amo, el psicoanálisis puro funciona en la vía de
la puesta en escena del deseo del sujeto. Lo anterior requiere del analista
suspender cualquier censura o demanda superyoica de ser, lo cual depende del monto
de la elaboración y la depuración de su deseo.
El director de PROASIS se quejaba
periódicamente de las agresiones y el maltrato de los integrantes, diciendo que
las personas abusaban de él, pues adoptaba en todo momento un papel de víctima
de los otros con la argumentación de que siempre había sido un
“cargaladrillos”. Con tal actitud lograba permanentemente, como la madre
enferma, que sus hijos se sintieran culpables, lo mimaran y satisfacer así sus
demandas y caprichos. Los integrantes de PROASIS, en estas circunstancias, eran
reticentes a irse del Proceso, pues se sentían malos y culpables de efectuar
una maniobra así con una persona tan buena. Terminaban como la hija menor en
casa, teniendo que cuidar a sus padres por sentimiento de culpabilidad y renunciando
a todo lo bello y agradable que la vida ofrece, participando de un
psicoanálisis cargoso, poco liberador y como si se tratara de una obligación,
de un imperativo semejante al del cura o sacerdote que tiene la certeza de que
se debe sacrificar por otros. Por el contrario –según Juan David Nasio– “El
psicoanálisis no es un sistema cerrado, a la manera de una teoría abstracta.
Está obligado a abrirse constantemente y a avanzar a tientas […]. Este hecho
[…], obliga al psicoanalista a volver permanentemente a los fundamentos […]. El
psicoanálisis […] está inevitablemente sometido a la prueba de verdad que es la
realidad clínica”.
La falta de legitimidad y el autocastigo
PROASIS funcionó hasta hace poco
con una razón social que no había sido registrada legalmente. Después de esto
dejaron de “operar”. No habían conformado ninguna asociación, corporación o
escuela desde el punto de vista legal, siendo un grupo esotérico del que se
beneficiaba mayormente su líder, pues se abstenía de crear una institución legalmente
constituida que abarcara a todos los integrantes y les brindase mayores
garantías económicas, intelectuales y de reconocimiento social. El único que
realmente vivía, y eso que no bien, del trabajo con el psicoanálisis era el
director, el resto se ocupaba en su mayoría de actividades mal remuneradas que
poco tenían que ver con el psicoanálisis. Tanto el dinero y la superación
intelectual, como el reconocimiento social y la conquista de un estado psíquico
de reducción del malestar, eran vistos por la mayoría como una “misión
imposible”.
Trabajaban y trabajaban de manera
obsesiva pero sin conseguir unos resultados eficaces, como si todo lo que
tuviera que ver con el éxito económico, intelectual y terapéutico estuviera por
fuera de sus planes y todos operaran con la lógica de “los que fracasan al
triunfar” o la de “los delincuentes por sentimiento de culpabilidad”. En este
rumbo el profesor Gallo nos indica que: “La pulsión destructiva es una fuente
real del sentimiento de culpa imaginario [...]; por ello, en la medida en que
la pulsión destructiva habita en nuestro ser (que no es lo mismo que en los
genes) y que no dejamos, en tanto humanos, de albergar deseos parricidas, es
decir, impulsos de atentar contra la ley, nos constituimos en un peligro en potencia
para nuestro semejante como para nosotros mismos” .
El costo de cursos, seminarios o
actividades, lo mismo que el de las sesiones de “análisis”, que entre otras
cosas no las llamaban así por temor e inseguridad en lo que hacían, era ínfimo,
contribuyendo de este modo a que lo que hacían fuera poco apreciado, terminando
en una mentalidad de desvaloración del saber alcanzado y de sí mismos al
considerarse, por identificación con el jefe, unos pobres diablos a los que lo
único que podrían acceder era a lo peor. A este respecto Miller dice que cuando
el analista no se ha curado del sentimiento de culpabilidad no puede cobrar sus
honorarios por lo que hace: “Y si el analista no está curado del sentimiento de
culpa, ¿cómo hará que le paguen [...]? Realmente es necesario curarse del
sentimiento de culpa para que le paguen por no hacer nada, sólo recibir y
apropiarse de la plusvalía producida, siendo el otro el que produce, el que
trabaja” .
¿En dicho grupo los aspectos que
tienen que ver con el dinero estaban íntimamente relacionados con la neurosis
de fracaso o con la paranoia de autocastigo, que hace que el sujeto tenga que
renunciar a lo más conveniente por sentimiento de culpabilidad? La contribución
de Lacan marca el hallazgo clínico de la incidencia del superyó en la paranoia
que no puede cerrarse aún, sin ser suficientemente usufructuada en el
tratamiento posible de la psicosis, pues no se trata de una mera concepción
sino de una nueva dirección para la clínica de las psicosis. Era un contexto
dirigido por una especie de “misionero” de la causa freudiana, cuya inscripción
decidida lo hacía aparecer ante sus seguidores como un personaje con rasgos de
genialidad, pero acostumbrado a iniciar muchas empresas académicas e
intelectuales y a no terminar ninguna. Como si en el grupo flotara en el
ambiente y se percibieran los influjos de un delirio de indignidad o de una
psicosis melancólica, en la que la meta última sería satisfacer una necesidad
imperiosa de castigo .
El psicótico continúa siendo de
la misma manera y genera una versión neurótica, un rasgo, que nos engaña sobre
su pasado, pues no puede, dado que su estructura no se lo permite, entender o
resignificar aquello que no era una alucinación. El psicótico cree en las voces
del superyó y en el texto de sus alucinaciones, por eso Lacan decía que el
psicótico, en particular el paranoico, es un mártir del lenguaje que si bien se
tiene por un buen sujeto, así los otros no piensen lo mismo, no confía mucho en
el Otro. No cuestiona casi sus propias faltas, pero sí mucho las de los demás.
Otro problema del sujeto con estructura psicótica, es que le hace falta el
sentimiento de la vida. En la melancolía, sin embargo, la forclusión del
Significante-Nombre-del-Padre, puede coexistir al lado del amor al padre.
La sensación de los integrantes,
en términos generales, consistía en sentir que no se estaban formando
psicoanalíticamente. Tal efecto era producido por la actitud del director, el
cual al operar desde un modelo excesivamente humilde nunca se había creído, al
menos en lo manifiesto de su palabra, de sus dichos, un gran psicoanalista. Lo
cierto del caso es que aunque él no lo enunciara, la gente terminaba
vivenciándolo así, dada su gran capacidad de renuncia sacrificial y la entrega
decidida a su trabajo durante más de tres décadas. Sabemos que el lenguaje, la
palabra, el discurso, crean realidades, y en el Proceso, dado el espíritu
obsesivo y delirante, los integrantes nunca se presentaban como psicoanalistas,
¿lo hacían por humildad extrema, altruismo, identificación con el líder, o por
sentimiento inconsciente de culpabilidad? Según Lacan, mientras el
esquizofrénico confunde lo simbólico con lo real y por eso tiende a tratar las
palabras como si fueran cosas, el obsesivo establece una relación con el significante
como si fuera un signo.
Durante años y años trabajaban
algunos textos claves de la obra de Freud, nunca los casos clínicos, como el
Esquema del psicoanálisis, constituyendo esto una repetición incesante que les
generaba, y causaba a otros, la percepción de que formarse como psicoanalista
era imposible. Como si laboraran todo el tiempo en contra de ellos y con el fin
de no alcanzar aquello por lo cual se sacrificaban, aun en época de vacaciones
donde todo el mundo descansa. Trabajaban mucho pero no avanzaban, como si el
desarrollo estuviera prohibido, o como si superar al “padre” fuera un crimen
que cada uno tendría que evitar a toda costa. Sin embargo, la actitud del
director promovió en algunos obsesivos la paradoja de hacerlos desear, en tanto
este no se realizara.
El retardo y el perfeccionismo,
propios de la neurosis obsesiva, hacía que el ejercicio intelectual fuera
sumamente pausado y tedioso, como si no tuvieran conciencia de la caducidad del
propio cuerpo, el envejecimiento y la muerte. Como si la premura del tiempo, el
momento de concluir, no los angustiara y se tuvieran que demorar años para
tomar una decisión nimia, pero vista por todos como un acontecimiento
trascendental, cumpliéndose ahí el dicho de que “en país de ciegos el tuerto es
rey”. En tales condiciones, era tanta la inseguridad que se propagaba que
terminaban sintiéndose psicoterapeutas de orientación o inspiración
psicoanalítica. Pero nunca psicoanalistas. En este sentido el obsesivo siempre
esperará encontrar, siempre estará a punto, siempre en el “casi pero…”, siempre
donde debe postergar el acto para que la partida con el Otro no cese,
re-comience constantemente. El “casi lo tengo” lo llevará de una anulación
retroactiva hacia otra. Así, la anulación colabora con la compulsión de
repetición. Con sus respuestas, sólo busca sitiar al Otro. No hace discurso.
El no usar diván en las sesiones,
sino sólo un sillón en el que la persona se sentaba y detrás de él el
terapeuta, era como para que no se dijera directamente que se practicaba el
psicoanálisis y derivar por ello alguna sanción legal. Sin diván no parece
haber cura. La actitud de quien opera del lado del sentimiento de culpa es
vacilante y confusa, mientras que la de quien opera del lado de la
responsabilidad ética es clara, segura y decidida. Recordemos que la duda en la
obsesión es el síntoma principal y una consecuencia del sentimiento de
culpabilidad, el cual se opone, como decíamos en páginas atrás, al camino
despejado del deseo y de la responsabilidad ética, los cuales son posibles
gracias a la cura de dicho sentimiento en un dispositivo analítico propiamente
dicho.
Trabajaban siempre de un modo
secreto, no dándose a conocer a través de ningún medio, ni poniéndose en
contacto con otros grupos y personas que se ocupaban en el campo psicoanalítico
con elaboraciones bastante importantes, como si se tratara de una labor
clandestina o ilícita. Nótese que estos son los rasgos de quien funciona de
manera culpógena. Como si se desconociera el derecho de que por tal actividad,
de estar registrada legalmente, hay criterios legítimos que permiten
reconocerla como una actividad profesional, que no tendría que operar de un
modo secreto y clandestino como si se estuviera al margen de la ley cometiendo
cualquier tipo de actos ilícitos.
Lo imaginario como forma de operar
El director de PROASIS trataba a
las personas constantemente como los culpables por querer dañar o acabar, en
todo tiempo, con el grupo PROASIS. A este respecto, de cuando en cuando
planteaba una serie de confrontaciones que justificaba, de manera aparentemente
racional, con las teorías de Freud acerca de la pulsión de muerte. En este
punto se mostraba ante el grupo como el ideal, como el “al menos uno” que con
sus actos no haría el menor daño ni a las personas ni al Proceso que funcionaba
como una entidad abstracta y enigmática, como un tótem, como algo que no se
podría maltratar ni con el más mínimo pensamiento hostil.
El rechazo de la culpabilidad
está ligado a la forclusión del Nombre-del-Padre, supone la imposibilidad de
admitir, en lo simbólico, a las significaciones que confrontarían la huella de
ficción y genealogía y la implicación de su subjetividad. La culpabilidad
forcluida vuelve de afuera en la forma de reproches y amenazas que los otros
dirigen. De lo que el director no se percataba es que de no ser por su actitud
habría creado, hace mucho tiempo ya, una escuela de formación psicoanalítica.
¿Será que todo esto estaba íntimamente relacionado con el sentimiento
inconsciente de culpa, el cual mueve, como observamos en la clínica, a la
reacción terapéutica negativa, el beneficio secundario de la enfermedad, la
necesidad inconsciente de castigo y la compulsión al fracaso en momentos en los
que el éxito sonríe?
Todas las actividades del Proceso
eran programadas y ejecutadas por el director, sólo que les hacía creer a los
integrantes que eran ellos los gestores de tales ideas. En esta lógica era un
gran experto en el arte de hacer política en su grupo, pues llevaba a sus
miembros, por la vía de la persuasión y el discurso, a que dijesen o
propusieran exactamente lo que él deseaba. Para ello se servía de la
transferencia, pues luego de las sesiones de “análisis” se sentaba con cada
participante del Proceso (entre otras cosas decía sólo escuchar a quienes
asistían a dicho grupo) para hacer propaganda a sus ideas, preparar el camino y
ya en la reunión grupal la decisión estaría prácticamente dada. Quien optaba
por no apoyar las ideas del director se convertía, instantáneamente, en su
enemigo. Tal era el caso de quienes ya no pertenecíamos a dicho grupo, y
habíamos optado por la vía del pensamiento libre de censuras institucionales o
de amos oscuros, caprichosos y constantes. En esas circunstancias los
asistentes-participantes quedaban excluidos de la posibilidad de desarrollarse
por medio de actividades en las que, sin embargo, podrían participar, generando
todo esto un ambiente de hostilidad, culpa y miedo que les impedía operar con
su deseo y con responsabilidad. El sujeto siempre goza de manera solitaria.
El mencionado rebaño operaba, en
todo el sentido de la palabra, como las grandes masas del ejército y la
iglesia, de las que Freud habla en su texto Psicología de las masas y análisis
del yo. Siendo el factor principal de su funcionamiento los ideales (en el
amor, los modos de relación, etc., ya que la consigna era siempre aprender a
relacionarse), como si lo real de la pulsión de muerte, por medio de la
repetición de la tendencia a las rupturas, no los tocara. En este punto
idealizaban a Freud y criticaban a Lacan por su actitud voluptuosa con algunas
mujeres, considerándolo como un espíritu infernal y a Freud como un dios que
sólo conocía el bien como investigador, amigo y padre. La relación de Freud con
Ernest Jones era sobrevalorada, dada la versión santificada de este en Vida y
obra de Sigmund Freud. Y la relación con Martha Bernays, su esposa, elevada a
la perfección máxima de las relaciones afectivas.
Los ideales, que como bien
sabemos son fuente de malestar y culpas innecesarias, eran el caballito de
batalla en el Proceso; en tanto que la verdad, en términos de lo pulsional, de
caos o alteridad, sería el permanente invitado a la exclusión, así como en las
universidades en donde la verdad, propia de lo inconsciente, al parecer poco se
soporta, dando esto lugar a exclusiones injustificadas a la luz de los derechos
humanos fundamentales. Es necesario puntualizar que aún los integrantes del
grupo consideran, en medio de la confusión por la ausencia de una clínica
diferencial, que cada sujeto es, al tiempo, neurótico, perverso y psicótico.
Tal imprecisión, al parecer, estaba al servicio del director para proteger de
“demonios” clínicos como Lacan, la verdad de su situación estructural.
El no poder desmontar al director
del Proceso de la posición de amo, ideal o sujeto supuesto sabedor, hacía que
los integrantes tuvieran que permanecer como el creyente respecto a su dios, o
sea, en falta permanente y atribuyéndole poderes excepcionales que sólo
existían en la imaginación del hombre, como eco del pasado infantil en el que
el niño se sentía inerme o desamparado ante la figura amenazante de sus padres.
Para desmontarlo tendrían que curarse del sentimiento de culpabilidad y esto al
parecer era algo que no sucedía allí, dado que la dinámica de los ideales lo
impedía todo el tiempo. Este hecho hacía que el grupo operara permanentemente
del lado de la cobardía moral propia de un yo culpable por la acción de un
superyó sádico e hiperintenso. Ahí sí, como el mismo Rubén López decía en
cierta ocasión en tono de chiste: “Lo mejor del Proceso sigue siendo, sin lugar
a dudas, ser egresado o haber salido de él”. Entonces, se idolatraba a Freud y
a los primeros psicoanalistas, con el convencimiento de que “la envidia impide
a muchos admirar o reconocer el trabajo emprendido por otros”. Esta actitud los
obligaba a repetir prácticamente lo que Freud dice a la letra, sin que ningún
esbozo de creatividad surgiese al respecto, como si el único llamado a crear
fuera Freud y otros cuantos afortunados que se habrían podido liberar de la
culpa y de ese amo cruel que es el superyó.
Al transmitirse una noción
psicoanalítica asociada a la pobreza, como si el discurso y la práctica
analítica fuera una labor mendicante, caritativa y samaritana, propia de las
prácticas religiosas franciscanas en las que el componente
culpa-pobreza-autocastigo fuera el pan de cada día, el director y sus
acompañantes le imprimían al Proceso un ambiente de secta protestante y no de
psicoanálisis. Bueno… es tal el influjo de las sectas, de la compulsión a la
repetición y de la culpa, que este tipo de mentalidades son imposibles de
erradicar, aún de los grupos analíticos, pues es probable que el grupo PROASIS
no fuera el único en funcionar así, ya que todos de alguna manera tenemos en
nuestro ser, y por la vía del significante, toda una institución religiosa e
inquisitorial interiorizada en nuestro inconsciente. He aquí el gran trabajo
que la empresa de la cura ha de llevar a cabo para desmontar poco a poco al
superyó arcaico y hostil.
La necesidad de castigo y sus efectos
Otro aspecto en el que se
advertía la presencia del sentimiento de culpa, que los hacía sentir como niños
inermes e improductivos, es el que concierne a la “idea” de crear proyectos y
recibir ayudas extranjeras como limosnas para su iglesia. Y decimos “idea” entre
comillas porque realmente se quedaban meses y años pensando en hacer algo, y al
final no hacían nada sino que cambiaban de idea, en la que se la pasaban otros
tantos años, sin que nada de lo tan bellamente planteado pudiese pasar a la
acción. A este respecto, el director de PROASIS una vez se enteró del conflicto
del autor con S1 y otros profesores en el Departamento de Psicoanálisis, lo
llamó dizque para una propuesta novedosa, pues según él, y como anzuelo para
atraerlo, las cosas en el proceso eran bien distintas a como habían sido en el
pasado. Un sujeto, lo sabemos bien, no cambia de estructura con el análisis.
Fue así como se reunió con él y
con un psicólogo social que había trasegado durante años en un grupo
evangélico, lo mismo que el pastor Oscar Pfister en la historia inicial del
Psicoanálisis en Viena, con el fin de crear condiciones para finalmente dejar
de amagar tanto y darle nacimiento a la escuela psicoanalítica soñada. Es
importante señalar que el mencionado psicólogo, probablemente por identificación
con el autor, poco a poco se fue adentrando en las aguas del psicoanálisis y
recientemente se supo que aunque había sido aceptada la solicitud que había
hecho como asociado de la NEL Medellín, a lo mejor por su espíritu pacífico y
conservador, no la asumió. Otros, sin embargo, continuaban resistiéndose a
iniciar un auténtico psicoanálisis, a pesar de la “apertura” expuesta por el
conductor de PROASIS en su última fase antes de desaparecer en la penumbra el
12 de noviembre del año 2005.
Tan pronto el director advirtió
que no habían condiciones para patrocinar sus cambios aparentes, dada la
posición crítica y realista del suscrito, y siendo necesario crear una
institución analítica acorde al modo de operar de otras y de la época, sin
descartar elementos jurídicos importantes, se molestó tanto que dijo que en
esas condiciones no estaba interesado en conformar ninguna escuela, todo ello
por haberse ido lanza en ristre contra su modelo utópico e ideal, que no
permitía crear ninguna escuela nueva sino la perpetuación de un modelo caduco,
rancio y trasnochado como el del Proceso, tras una apariencia de novedad.
Al comienzo se les propuso un
modelo constituido años atrás, diciéndole al director, dado que le gustaba
tanto perder el tiempo con reelaboraciones de nunca acabar sobre los textos,
que podríamos registrar en la CCM la “Asociación Internacional de Psicoanálisis
Social” con esos estatutos y que luego,
si le parecía, se podía dedicar durante veinte años o más, a pulirlos, mientras
otros trabajábamos en la creación de seminarios y distintas actividades que
contribuyeran a una verdadera formación analítica, al menos en el campo
teórico, pues, como ya hemos dicho en otra parte, la verdadera formación
analítica apunta a la cura. Al parecer la otra cara de la paranoia es la
melancolía, en la que se percibe la ausencia del olvido y por lo tanto la
dificultad para la elaboración de duelos; aspecto que lo empuja, desde la
propia atribución delirante de culpa, a los auto-insultos y al suicidio.
Ante la falta de acuerdo hubo
distanciamiento, quedaron el psicólogo social y el director de PROASIS, quienes
tampoco se pusieron de acuerdo, haciendo que se diera una ruptura entre éste y
algunas personas del Proceso que venían inconformes, quienes decidieron, de
manera un poco apresurada y como reacción al director de PROASIS, constituir
una “nueva” asociación a la que le dieron el nombre sugestivo de Asociación
Escuela Psicoanalítica de Colombia. Aunque, a decir verdad, la mencionada
escuela, dado que sus fundadores no sabían qué era experimentar una cura
analítica, bien pudo llamarse “Asociación de Psicoterapeutas de Orientación
Analítica de Colombia”. Por insinuar este hecho el autor, luego de haber sido
admitido en la mencionada Asociación, fue excluido como asociado.
Días después, el 4 de abril de
2003, el conductor de PROASIS escribió en su diario, como testimonio personal,
lo siguiente:
Lo vi como a mi enemigo, a Elkin
Villegas. Me replegué sobre mí mismo, del todo, en mi narcisismo. Me dediqué a
atacarle, totalmente. Son dos características de psicosis, de paranoia. El sabe
que estuve enfermo en crisis paranoica en el año 1992 y afirmó el sábado pasado
delante de mí y del psicólogo social, que yo estaba muy enfermo. Yo no puedo
aceptar eso proveniente de él; le dije que yo reconocía que estaba muy enfermo,
mas no le buscaba a él como terapeuta.
Anoche soñé entrevistando a Tiro
Fijo; le dije que escribía su historia y él me preguntó qué era para mí un
proceso; quedé en generalidades y sentí la mirada suya fuerte, con capacidad
asesina, y sentía deseos de llorar. Desperté y me di cuenta que uno sueña con
uno mismo, que ese potencial para matar es mío… y comencé a conmoverme.
Luego, al repensar que uno no
tiene enemigos exteriores sino un enemigo interior, el Tánatos desligado y
destructor del Eros (en uno y en los demás), me di cuenta de que Elkin dice la
verdad, además me presiona con ello y manipula a otros con ello en mi contra.
Yo soy egocéntrico, obstructor.
Tras la racha de experiencias
anteriores (en la Universidad Pontificia Bolivariana no fue admitido y fue
excluido del HOMO, de la universidad, del proceso PROASIS y de la Institución
Universitaria de Envigado); una exclusión más no era sorprendente ni tampoco
despreciable. Al fin y al cabo, tal y como ya se había verificado en otros
espacios, mostrar un fragmento de verdad era problemático. En la Maestría una
actitud dogmática había contribuido en la exclusión, en el proceso PROASIS un
ex sacerdote había hecho algo similar y ahora un “protestante” identificado con
el director de PROASIS hacía lo mismo al ser el presidente de dicha “escuela”.
En tal sentido el profesor Gallo precisa: “La culpabilidad no tiene que ver con
una infracción efectiva que le pueda ser imputada al individuo; sino por quedar
inscrito en lo simbólico del lenguaje y en la ley del padre muerto. Desde este
punto de visto, la culpabilidad responde en la civilización a una paradoja y
destructiva terapéutica del superyó, instancia que, en tanto heredera de la
inscripción del sujeto en la ley del padre muerto, se convierte en soporte
simbólico de la deuda”. La necesidad inconsciente de castigo, fruto de la
culpabilidad, es un obstáculo para que el sujeto realice un análisis hasta el
final.
Las razones de dicha expulsión
quedaron bastante claras: por haber mostrado que no habían hecho un análisis;
por no estar de acuerdo con el programa de formación analítica que al parecer
copiaban de la IPA, posterior a la muerte de Freud; por considerar que todo
análisis terapéutico era al tiempo didáctico; por no estipularse de manera
estandarizada el tiempo para definir la formación psicoanalítica; por no dejar
de considerar la intersección entre el discurso psicoanalítico y la
administración de la “escuela imaginaria” número dos y por poner en evidencia
la identificación marcada de los miembros-fundadores con el líder de PROASIS,
al punto que se podría decir que la susodicha asociación era en el fondo una
reproducción del proceso. El lector comprenderá, según lo anterior, por qué en
otra parte pensábamos al psicoanalista semejante a la salamandra… o en posición
de objeto, sin que se confunda con él como en la melancolía.
Además, quien se siente
presionado excesivamente por el superyó y por consiguiente culpable, siente que
debe ser en extremo bueno y bondadoso con el Otro. Tal el caso de la “madre
santa”. El director de PROASIS funcionaba así, no sólo como si se creyera una
madre virtuosa y exageradamente buena sino además omnipotente, pues no contento
con ser el psicoterapeuta de todos los integrantes del proceso, ya que
consideraba que nadie lo podía hacer mejor que él, conservaba con cada uno
vínculos simultáneos tales como maestro, jefe y amigo, aspecto que termina
afectando la puesta en marcha de los principios de la dirección de la cura y
revelando que en dicho grupo se hacía psicoterapia de orientación analítica y
no psicoanálisis puro. Asociado a este aspecto, Miller nos habla del despotismo
analítico. “Déspota –comenta en Los signos del goce– es un soberano que quiere
hacer feliz al pueblo según sus ideas. Kant sostiene que no hay nada peor. El
déspota más terrible no es el que desea el mal del otro, sino aquel que quiere
su bien conforme a sus propias ideas”.
Un talante semejante se puede
observar en el contexto de formación en investigación, en algunos programas de
posgrado en los que se juega el discurso psicoanalítico, donde algunos
profesores, operan como “psicoterapeutas” de algunas personas de las que son
también sus jefes, profesores y amigos, lo que nos permite interrogar: ¿en
tales circunstancias será que sí es posible poner a operar los principios de la
dirección de la cura, y llevar a un sujeto a un final de análisis que coincida
con la destitución del sujeto supuesto saber, la superación del padre, la
cobardía moral y la caída de los ideales? En la lógica de la depresión y la
melancolía (donde la necesidad inconsciente de castigo posee un lugar
privilegiado) digámoslo a la luz de El sujeto criminal, de Héctor Gallo: “Aquí
el yo es incapaz de interponer un veto, de oponerse, criticar o defenderse del
poder del imperativo, no teniendo más remedio que confesarse culpable de no se
sabe qué y someterse al castigo”.
Ante lo anterior surge entonces
un interrogante: ¿puede una escuela, o un dispositivo analítico que opera del
lado imaginario, crear las condiciones para reducirle a un sujeto el
sentimiento de culpa? ¿Es posible curar con lo imaginario otro imaginario como
el sentimiento de culpabilidad? Al parecer tanto la intensidad del superyó como
el monto de su influjo (traducido en sentimiento de culpa en el sujeto) son
directamente proporcionales a la duración de un análisis. Sin embargo, es obvio
que quien no posee la suficiente sensibilidad interior para sentirse llamado a
reparar y a responder por las consecuencias de sus actos, no buscará nunca experimentar
lo real de su ser por medio de un psicoanálisis.
Finalmente, y tras la serie de impases
acaecidos, al autor se le invitó a que asumiera la dirección de PROASIS, pues
consideraban sus integrantes que aquél era, dada la desaparición de su líder,
la persona indicada para contribuir en la transformación de lo que había sido
definido por Rubén López, en Momentos del psicoanálisis en Colombia, como “una
escuela imaginaria”. Ahora, por el conocimiento del mencionado grupo y a
sabiendas de que así como el sujeto ama a su síntoma, el psicótico quiere a su
delirio como a sí mismo, el suscrito consideró, lo mismo que Lao Tse ante la
propuesta del emperador de su época, hace veinticinco siglos, que “no era la
persona adecuada”, pues para toda actividad humana es necesario considerar el
tipo de estructura psicopatológica que ella requiere.
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