Saturday, March 9, 2013

Prefacio del libro Cura del sentimiento de culpa y de la depresión de Elkin Emilio Villegas Mesa


Cada escuela, cada analista, tendrá una visión muy particular y muy singular al establecer criterios para autorizar el pleno ejercicio de sus profesionales. Unos dirán que el psicoanalista deberá tener bien comprendida la parte psicótica de su personalidad; otros pondrán el énfasis en la resolución de lo más espinoso del sistema narcisista; otros apuntarán al ideal de ver incrementada su capacidad de amar y de trabajar; otros dirán que debe haber atravesado su fantasma mientras, los de más allá, pondrán como meta la resolución del complejo de Edipo; Elkin Villegas nos dirá que hay que curarse del sentimiento de culpa, al aparar en el aire un “chiste” de Jacques-Alain Miller; en fin, podríamos encontrar toda una pluralidad de objetivos de acuerdo con el vértice de la mirada de cada grupo, de cada analista.

Es bien sabido que la formación del psicoanalista no está exenta de los sesgos de las distintas escuelas y de los distintos caminos que ha seguido el impulso inicial de su creador, en las distintas instituciones psicoanalíticas, que hacen a la gran institución del psicoanálisis, con todas las pasiones ocultas que en ellas se mueven, desde los ámbitos más pequeños a los más grandes, pues las asociaciones no dejan de ser grupillos con ideologías determinadas que giran en torno a un líder carismático, así se apellide Freud, Klein o Lacan, y cada una trata de preservar su paradigma como si fuera una única verdad revelada, lo que en manos de los infaltables fanáticos de cada línea de pensamiento se convertirá en un cuerpo de doctrina, en una doxa paradogmática (el neologismo es mío y no hace parte de la psicopatología de mi vida cotidiana, pero quizá sí de la de muchas instituciones psicoanalíticas), desde la cual, con cierto espíritu inquisitorial y casi paramilitar, se anatematizará y declarará hereje a quien piense distinto, como bien lo señalara André Green en su artículo “Ideal… ¿Mesura o desmesura?”.

No es casual que la doctora Janine Puget aplicara el concepto de mundos compartidos por el analista y su analizante, tanto en el mundillo de los conflictos de las instituciones psicoanalíticas como en el mundo de la represión política y la violencia social en Argentina, que tantas desapariciones y torturas trajo consigo, para señalar el atravesamiento de ambos miembros de la pareja analítica por angustias y miedos, surgidos de un contexto social más amplio.

Bien recuerdo que en un diálogo que tuvimos algunos analistas con ella, en Medellín, alguien habló de la Institución Psicoanalítica con un tono idealizante, casi sagrado, y ella, con la profundidad, la sabiduría y la serenidad que la caracterizan, expresó que no era ni más ni menos que cualquier institución, frase a la que, entre mí, hice coro con la frase nietzscheana de humana, demasiada humana.
Entonces, ¿quién podría ponerle el cascabel al gato? En la institución analítica se dan polos paranoides, pueden darse actuaciones perversas y, en el mejor de los casos, no se escapa de los conflictos neuróticos, ya que como institución cultural no está libre del descontento, descrito por Freud, en su gran obra El malestar en la cultura.

El sujeto que sabe de su capacidad de hacer daño a los objetos, de preocuparse por ellos, de intentar repararlos con toda la fuerza de su deseo, es el que puede sortear sus morbosos sentimientos de culpa, tan cargados de muerte, para hacerse responsable en la vida y en su lucha por ella, sin melancolizarse, sin obsesionarse, lo cual lo hace más amoroso, más laborioso, más creativo; por ello, creo que en eso de la formación de los psicoanalistas, por más estructuralistas que seamos, no podemos caer en ideales reduccionistas, sino tratar de abarcar al ser humano en su gran complejidad.

En la vida pasan cosas, pero lo que determina una posición psicoanalítica es el reflexionar sobre lo acontecido para, desde una mirada clínica, ir del hecho en sí a la teoría y volver al hecho para sacar nuevas conclusiones y seguir un interminable proceso dialéctico de reflexión y conocimiento.

Elkin Villegas nos enfrenta con un difícil problema, el de la formación de los psicoanalistas, cuando trata de llegar al quid del asunto. Parte de una experiencia personal sobre la cual parece estar dispuesto a volverla a pensar para que todos aprendamos de ella, desde su yo acuso pero también con actitud autocrítica, un esfuerzo ya de suyo valioso, sobre todo cuando se trata de repensar el difícil problema de la formación del psicoanalista, el cual, según mi opinión, es otra de las labores imposibles que sería agregable a las ya señaladas por Freud: gobernar, educar y psicoanalizar, en tanto podríamos decir que las condensa, ya que se trata, en la administración psicoanalítica, de avalar una formación, cuyo pivote central es el análisis personal del candidato al ejercicio de nuestra profesión.

Elkin Villegas toma una cita de Jacques-Alain Miller para hacer la pregunta de su tesis: En fin, como chiste se puede decir que el núcleo de la formación de los analistas consiste en curarlos del sentimiento de culpa […] no hay cura con culpa. El estudiante-investigador no lo toma como un mero chiste, pero su inquietud se torna en piedra de escándalo y la escena se preña de consecuencias.

El autor no deja pasar por alto el supuesto chiste y se lo toma tan en serio que en esta obra se convierte en el tema de fondo, como si de alguna manera no quisiera dejar pasar esa cláusula como una formación efímera y evanescente, pues si Miller hace una alusión al chiste, tal vez de una manera retórica consciente, no pareciera realmente tomar el asunto como una broma, ya que el asunto no es una cosa banal, cuando el psicoanalista francés añade: Es necesario el sentimiento de culpa en la experiencia analítica […] porque precisamente cuando hay un sentimiento de culpa, uno siente la presencia del sujeto […] responsable, que es el culmen de la responsabilidad… pero justamente de lo que se trataría sería de la tramitación, de la reducción de ese sentimiento en la cura analítica.

Tomarse en serio estas citas, para reflexionar en profundidad sobre el problema de la formación de los psicoanalistas, pareciera ser que fue el cuerpo de su delito, ya que al ocuparse de ello el autor ponía sobre la mesa una incómoda temática que lo conduciría a la excomunión del ámbito universitario, al generar una intensa reacción entre los profesores, cosa que suele suceder en las sectas religiosas, en las ciudades sitiadas y se procede a intentar suspender su vocación, al grito de Soit anathema!

De esa manera, los otros se constituyen en un infierno donde la culpa empieza a circular, ya que es probable que ni las instituciones psicoanalíticas ni la gran institución del psicoanálisis parecieran haberse curado del sentimiento de culpa, que se niega, se proyecta, se desmiente, se enmudece o se reprime, en medio de una total desmesura de fanatismos, como si la Institución Analítica no pasara de ser una más de las grandes masas artificiales señaladas por Freud: las instituciones eclesiásticas y militares, y no pareciera ser distinta de ellas, al ser como las otras: cargada de todo un malestar en la cultura, con la omnipresencia de Tánatos, con sus odios, envidias, rivalidades y luchas por el poder, es decir, una institución humana, demasiado humana, un espacio donde también se cuecen habas.

No quisiera disculpar al autor para convertirlo en una pobre víctima, ya que los chivos expiatorios también hacen cosas para ser ubicados en tal posición por el grupo, tal vez pudo haber sido un tanto incisivo y confrontador, no lo sé; pero también ha dado cuenta de su valentía al no ceder en su deseo de saber, a pesar de los avatares a los que hubo de someterse, lo cual lo ha conducido a una amplia y erudita reflexión sobre los discursos académicos y jurídicos en torno al sentimiento de culpa, desde Homero y Hesíodo hasta Paul Ricoeur, de la Grecia antigua a la cultura contemporánea, para irse adentrando de a poco en el propiamente psicoanalítico, de Freud a Lacan, para hacer una detallada investigación sobre la noción de superyó, en la diacronía de la formación del concepto, desde las preconcepciones de la censura al nuevo lugar topológico, descrito por Freud en El yo y el ello, con el pasaje por los preconceptos de conciencia moral e ideal del yo, que termina por alejar a Freud de la ideología alemana del momento, del idealismo kantiano, de la Crítica de la razón práctica.

Entonces, nos enfrenta con un superyó como instancia que condena al yo, su vasallo, como un amo que lo lanza a la búsqueda de castigo, como si fuera una encarnación de Kant y Sade a la vez, con base en la exacerbación del sentimiento de culpa, sea ésta consciente o inconsciente, cosa que podemos constatar con frecuencia en la clínica, al lado de los pacientes y analizantes, y que puede devenir en obstáculo para la cura, ya sea del lado de las resistencias, de los beneficios de la enfermedad o de la devastadora reacción terapéutica negativa, como forma patológica de aquellos que fracasan al triunfar, negadora de la libertad, de la autonomía y de una condición más o menos libre de síntomas.

Ahora Elkin Villegas vuelve a su pregunta. ¿Qué pasa con el sentimiento de culpa de los psicoanalistas? ¿Se convierte en instrumento de autocastigo? ¿Se enmudece como ocurre en los perversos? ¿Deviene en culpa para la exportación? ¿Nos hace hacer y deshacer como al hombre de las ratas con la piedra en el camino? ¿Se niega? ¿Se reprime? O ¿da cabida al pasaje de un existencialismo de flagelación para asumir una culpa social? O ¿asume la responsabilidad del daño ocasionado por él mismo para dar cabida a la reparación y a la sublimación? ¿Permite el pasaje de un moralismo estrecho a una ética del deseo? He ahí el quid del asunto.
Ello le permite al autor repensar la experiencia formativa en grupos organizados con una ideología superyoica, mendicante y cristiana, confrontadora del psicoanálisis, donde se descuidaba la vía regia del psicoanálisis personal como práctica formativa ineludible de donde pueda surgir un sujeto responsable de sí, como prueba de su propio coraje de ser, de su tenacidad, de su libertad, de su autonomía, de aquel que asume la responsabilidad de su deseo.

Pero la historia pareciera repetirse en el ámbito del psicoanálisis universitario, que ante una pregunta curiosa, no necesariamente ingenua, la convierte en un asunto urticante, generador de mociones de orden y de sanciones, desde un conservadurismo incuestionable, que termina por excluir al autor del plan formativo en el medio académico, para castigar el que el sujeto haya querido meter sus narices en la escena primaria, gestora de psicoanalistas, como lugar reservado, como suele hacerlo cualquier grupo humano, cualquier stablishment, que busca sacrificar a todo aquel que se haga portador de una idea nueva, para neutralizar esa inquietante indagación que, a la manera del niño del cuento de Hans Christian Andersen, puede mostrar que el psicoanalista anda desnudo de las galas de quien ha trajinado lo suyo en el diván al desplegar su discurso ante el analista una y mil veces.

Con independencia de que yo esté de acuerdo o no con que todo psicoanalista se cure del sentimiento de culpa, como quid de su formación, sí comparto la idea de la necesidad absoluta de que el analista haya tramitado sus cosas en un profundo análisis de sí mismo, aunque considero que no ha de caerse en reduccionismos de ninguna naturaleza. Creo que habría que curarse del sentimiento de culpa, pero también habría que haberse metido con lo más espinoso del sistema narcisista, analizar los celos, las rivalidades, las envidias, las fantasías omnipotentes, los fanatismos afiliados a supuestos paradigmas, a pretendidos cuerpos de doctrina, que devienen en paradogmas; habría que ir de Narciso a Edipo en su doble dirección, desplazarse de Corinto a Tebas y de ahí a Colono, así ese camino culmine en la muerte a la que todos estamos destinados, pero a condición de mirarnos de una forma honesta, con los ojos abiertos y una buena dosis de humor, para al final del camino decirnos con benevolencia:

–Hice lo que pude.
Que pareciera ser lo que el autor está tratando de hacer al reflexionar sobre una experiencia inédita y singular.

JESÚS MARÍA DAPENA BOTERO
Psiquiatra y psicoanalista

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