Saturday, March 9, 2013

El sentimiento de culpa como patología de la responsabilidad ética


¿Por qué Freud encuentra, por todos lados, la función del sentimiento de culpa? El sentimiento de culpa es el pathos de la responsabilidad. El sentimiento de culpa es la patología de la responsabilidad ética […], en esto el sentimiento de culpa es un afecto del sujeto como tal, como sujeto ético. Y es el fundamento mismo del lazo social.                                 
                                                                           JACQUES-ALAIN MILLER
Tal y como se aprecia en las elaboraciones precedentes, el sentimiento de culpa opera como una patología de la conciencia ética del sujeto, haciendo que éste en lugar de actuar de manera responsable se conduzca, respecto a la consecuencia de sus actos, como si no hubieran sido generados por él, identificándose en este punto con el creyente, el cual no se hace cargo de los resultados de sus actos sino que echa mano de Dios para decir que todo sucede por la voluntad de éste, que ni una sola hoja de un árbol se mueve sin la voluntad de Dios, quedando el sujeto como un niño o un alienado psicológico, un inimputable, según el derecho, para responder por lo que dice y hace. Obviamente, no estamos planteando la autonomía del sujeto sino, más bien, su responsabilidad de involucrarse en sus dichos y en sus actos, interrogando el lugar que le cabe en relación a ellos pese a su incertidumbre subjetiva. La responsabilidad está ligada a la falta.

Si decimos, apoyados en una lectura e interpretación adecuada de la obra de Freud, que “el sentimiento de culpa es la patología de la responsabilidad ética”, es porque a partir de la clínica psicoanalítica hemos constatado que tal sentimiento, antes que conducir a una actitud clara de responsabilidad en el sujeto, lo estimula a actuar de tal modo que, por las consecuencias de sus actos, termina buscando inconscientemente ser castigado de formas diversas. Por eso, lo hemos dicho ya de varias formas, es necesario, sobre todo en el proceso de formación del analista, que éste se haya curado de tal patología, pues de lo contrario sus actos, tanto en el consultorio como en la ciudad o en la vida institucional, no podrían ser avalados por la responsabilidad ética, sino desde la postura de un sujeto que carece de la higiene mental necesaria para responder, dándosele un trato semejante al del niño o al del enfermo mental, que nuestra legislación considera estar exento, ser la excepción, de responsabilidad por cuanto es inimputable moral.

La práctica del psicoanálisis requiere de un sujeto que, a pesar de haber sufrido, no se presenta ni se representa como la excepción y, por el contrario, se involucra y reconoce su participación; razón por la que afirmamos que el analista es un neurótico analizado y, por lo tanto, sus analizantes son también sujetos neuróticos que, al final del análisis y con mucha dificultad, se hacen cargo de su condición fantasmática y de sus síntomas. Mientras que en otras estructuras psicopatológicas, el sujeto es prácticamente un ser inanalizable y alguien que, en materia de responsabilidad, se conduce de un modo diferente. La neurosis implica un trabajo de duelo, y ello le exige al sujeto disponer de lo que carece el melancólico y que Lacan denominó significante Nombre-del-Padre. Así pues, es el significante que le posibilita al sujeto asumir una falta y reconocerse como culpable.

¿Qué es la responsabilidad? Según Freud y Lacan, por la experiencia del análisis se demuestra que el sujeto es siempre responsable de su posición. Según el Diccionario etimológico de Bloch y Von Wartburg, la palabra “responsable” data de 1284 y se deriva de responsus, participio pasado de respondere, que significa “hacer de garante”. En latín respondeo nos conduce a spondeo, que significa “prometer”, “prestar fianza”. Responsable es, pues, el que tiene garantías, el que tiene crédito, credibilidad, quien responde por otro, quien garantiza a otro. En tal perspectiva nos dice Héctor Gallo: “El sujeto agobiado por la mortificación significante, ese que retroactivamente es capaz de poner en cuestión su identificación imaginaria al Otro perverso que no se detiene ante el mal para ser consecuente con sus fines, es nuestro sujeto ético, el sujeto con el cual contamos en la clínica psicoanalítica .

La responsabilidad, la de los actos y de las actuaciones, más allá de una responsabilidad jurídica plantea la cuestión de la ética. Es un asunto al cual el psicoanálisis debe responder dado que la ética, como exigencia que va más allá de la concepción tradicional de la moral, se inscribe en el núcleo de la experiencia humana, en el corazón de las elecciones del sujeto y delimita el campo de su libertad. ¿Qué es la ética para el psicoanálisis? Lacan ha propuesto en el seminario sobre La ética del psicoanálisis, aunque no solamente aquí, una ética que se diferencia de las demás (de la etiqueta del profesional y el abogado, por ejemplo, al servicio de un sistema como el capitalista), en que toma en serio las motivaciones inconscientes del sujeto, sus deseos, fantasías y pulsiones, formulando que el sujeto no sólo sea responsable de sus actos, según el derecho, sino también de su subjetividad.

La ética es la ausencia de una etiqueta, formalidad que es utilizada aún por muchos clérigos en la actualidad para camuflar sus faltas y evadir sus responsabilidades canónicas y civiles. Por eso Freud hablaba de “la responsabilidad moral por el contenido de los sueños”. En dicho escrito se aprecia que para él la responsabilidad del sujeto es hasta por el contenido de sus sueños, siendo en realidad responsable de su propio inconsciente. El sujeto es responsable por sus dichos y sus actos. Freud pone el acento en la responsabilidad que le compete al sujeto de interrogarse por sus torpezas y las consecuencias de las mismas. Los “accidentes” no son efectos ni del azar ni de los oráculos, de una manera u otra el sujeto está involucrado, ya sea desde el campo del deseo inconsciente o desde el ámbito del goce superyoico. Goce imperceptible y mortífero similar al irucanyi, un tipo de medusa venenosa considerada, por los biólogos marinos, un asesino letal que se encuentra en las aguas de Austria.

En este punto podríamos rememorar al Tribunal de la Santa Inquisición, el genocidio de los armenios por los turcos, el holocausto nazi en el que cuatro hermanas del inventor del psicoanálisis perdieron la vida y por cuya causa debió abandonar Viena e instalarse en Londres en medio de los dolores del cáncer, el Chile de Pinochet, el genocidio de las comunidades indígenas en América, los Khemers Rojos, Argelia, Ruanda, la ex Yugoeslavia, los ataques a las Torres Gemelas en los Estados Unidos por seguidores de Osama Bin Laden y la posterior invasión de las fuerzas militares norteamericanas y aliadas a la capital iraquí de Bagdad, las bombas en las estaciones del tren en España, lo mismo que tantos otros horrores de los que son capaces nuestras comunidades con la complicidad inconsciente y celosa de otros.

Todos estos actos, que los hombres llevamos a cabo bajo convicciones con matices de certeza delirante, proceden las más de las veces de una lógica común. En todos los casos se trata de nombrar e identificar un enemigo, planear secretamente su destrucción y sacrificarlo por una causa que sirve a la voluntad y al poder de un amo. Entonces, la estructura del acto es siempre la misma, lo que varía es la forma. En la Inquisición, por ejemplo, se emplearon procedimientos semejantes a todos aquellos que niegan los derechos fundamentales del hombre, ya que hay una tendencia siempre a la desviación de la ley. En este contexto el amo tiene siempre cómplices activos y pasivos, que son todos los que se callan y desvían la mirada.

Es sabido que las grandes causas intentan poner en escena la subjetividad de los acusados para emitir un juicio respecto a su responsabilidad. En derecho penal, por ejemplo, se investiga la actitud psicológica del acusado al momento de los hechos por cuanto es responsable de los actos que ha elegido cometer. Lo que se investiga es la imputabilidad de la falta, a partir de haber realizado una acción, cuando el sujeto no tiene en su mundo interno objeción alguna de conciencia, o sea sentimiento de culpa que lo mueva a sentir remordimiento para luego reparar o rectificar el daño que le impide sentirse culpable y responder por sus actos. Aunque es claro que bajo esta denominación muchos se camuflan para pasar inadvertidos. En el texto referenciado Gallo agrega: Pasar por un análisis equivale a convertirse en responsable, sin que exista circunstancia atenuante y menos aún posibilidad de exculpación .

La culpabilidad es, pues, un hecho psíquico que opera en dos sentidos, sin que haya por eso gran contradicción. De un lado, presiona al sujeto a buscar castigo por aquello de la necesidad inconsciente de castigo, sufrimiento o fracaso y, de otro, es el más importante motor que impulsa a la reivindicación, a la rectificación necesaria en todos los ámbitos de la vida en sociedad. De acuerdo con lo anterior, el envés del sentimiento de culpa, según la lógica de la banda de Moebius, es la responsabilidad ética. Responsabilidad que hunde sus raíces en el sentimiento de culpa y este en aquella. Quien actúa como el perverso no reconoce en absoluto su responsabilidad y decimos que hay una renegación de su responsabilidad aunque no de sus actos, pues identificar una falta no es en sí un crimen sino coraje, fruto de la superación de la cobardía moral, de admitir que uno se ha equivocado, que no es perfecto, que es un ser en falta, no como la posición del amo que intenta emular a Dios.

El sujeto y la responsabilidad

La ética del psicoanálisis tiene poco que ver con la moral, la cual dice lo que está bien y lo que está mal, a la luz del manejo inteligente de los procedimientos, determinando qué se puede o no hacer. Dicha ética hunde sus raíces en la ley moral del superyó que se articula con lo real, es decir, ¿con el ello como el polo esencial de la vida pulsional? El delito, en esta perspectiva, es una expresión del superyó. He aquí la importancia del esquema propuesto al final del primer capítulo de la tercera parte del presente texto.

La posición ética desde el psicoanálisis consiste en poder juzgar el sujeto, sus acciones en relación con el deseo que lo habita hasta las consecuencias de su acto. Esta es la responsabilidad ética de la que hemos venido hablando, una responsabilidad en la que el sujeto está solo ante sus actos y las consecuencias. Es aquí donde se produce un viraje en lo que atañe a la posición del sujeto, pasaje desde la situación de simple víctima a la de responsable, allí donde puede subjetivizar su acto. La ética fundada en el deseo, según Lacan, plantea que la única orientación que vale para un sujeto es la del deseo que lo habita; por eso decíamos en el capítulo anterior “que de lo único que puede ser culpable un sujeto, es de haber cedido en cuanto a su deseo. Cuando se trata de la causa psicoanalítica, es menester sostenerse solo y, al mismo tiempo, no imponer a otros un punto de vista o un ideal cualquiera. Sin embargo, decimos con Eric Laurent, que la castración, la conquista de la falta por el psicoanálisis, no impide la búsqueda de la igualdad de derechos y reconocimiento. Una lógica implacable instituida a partir de los derechos del hombre. La humanidad, en este sentido, es una especie desprotegida y la finalidad de los comités de ética es encontrar la manera de salvaguardarla. Hay diferencias notorias entre los seres de ley y los otros de goce.

Es llamativo advertir que en la actualidad se habla del “deber de desobediencia”, el cual implica una objeción ética del sujeto que es capaz de decir “no”, “no quiero eso para mí”. En este sentido se puede hablar de exigencia ética cuando el sujeto afronta las secuelas de sus actos, al preferir, por ejemplo, como en este caso, ser llamado “estudiante excluido” por “rendimiento académico insuficiente”. Es mejor ser considerado “insuficiente”, esto es, no poseedor de un saber, para seguir pensando, trabajando y elaborando que creer, tras la obtención de un título, que lleva implícita la calificación de “suficiencia”, pero que a la postre constituye la muerte del deseo de saber, de indagar, de investigar, donde el título es como la garantía en la adquisición de un conocimiento tan etéreo como el psicoanálisis, el cual se escapa como los perfumes por la acción de la represión. ¿Sería aspirar a la “docta ignorancia” de la que hablaba Nicolás de Cusa? En esta línea Jacques-Alain Miller precisa: “La pasión de la ignorancia significa invención del saber, es su otro nombre. Hacer como si no se supiera nada, es precisamente la condición para que un analista siga interesándose por el análisis y, sobre todo, siga interesándose por su analizante, por lo que éste aporta al lugar vacío que la ignorancia del analista le ofrece a su invención” .

Entonces, se trata de acceder a un “biendecir”, donde el deber de saber se encuentra en primer plano, ya que el sujeto tiene ese “deber de biendecir”, lo cual no tiene nada que ver con los imperativos del superyó. Por eso este trabajo se ha constituido en un deber en el sentido del soll freudiano, del “wo es war, soll ich werden”: donde ello era, yo debo advenir, un saber sobre la causa del deseo, sobre el cual este trabajo se ha orientado. El deseo de saber en este proceso investigativo es una exigencia ética. Es el efecto de abrir los ojos que una cura analítica permite al confrontar al sujeto con ese punto de ceguera singular que lo había sometido al amo oscuro. El sujeto se cura del sentimiento de culpa por medio de la verbalización, la elaboración y la asunción de su responsabilidad. Es al menos, en nuestro medio, la pretensión del Estado ante los crímenes de lesa humanidad.

La cura llevada hasta el final modifica la posición ética del sujeto. En esta orientación, quien participa de una experiencia de destitución subjetiva, que se ha des-alienado de las identificaciones, que ha bordeado la falta en ser del psicoanalista, mantiene una relación nueva con la ética. A esto es a lo que hemos llamado cura del sentimiento de culpa, la cual da como resultado una transformación de esta en responsabilidad ética. Así pues, lo que denominamos responsabilidad ética es una consecuencia del deseo, que a su vez es el efecto de la intervención de la cura del sentimiento de culpa, entendido desde Freud como la tensión, la crítica y la punición del superyó en cuanto amo-sádico sobre el yo como esclavo-masoquista. Pase e invención tienen algo en común.

Un “analista” que no se haya curado del sentimiento de culpa difícilmente puede adoptar, en la dirección de la cura, una actitud de responsabilidad ética y en estas condiciones su acto no se diferenciaría mucho del de profesionales de la salud como el psicólogo y el psiquiatra, los cuales operan desde la moral, la buena fe, las buenas intenciones y la bondad altruista, acciones todas motivadas por un sentimiento cristiano de culpabilidad  que se queda corto, en último término, a la hora de generar en el sujeto una verdadera rectificación subjetiva, lo mismo que una auténtica responsabilidad ética, fundada en el deseo y en la cura del sentimiento de culpa tras el desmonte de un superyó cruel.

El psicoanalista, desde el punto de vista de la responsabilidad ética, es quien no cede, pase lo que pase, ante la tentación de establecer “pactos corruptos” en la relación con el Otro, pues sabe como ninguno, tras la experiencia en su propio análisis, que la postura ética de su accionar, así sea vista por un sector socio-cultural como una peste, es la actitud más digna que podría asumir. Lamentablemente en la vida social, dada la influencia de la dinámica perversa del capitalismo salvaje, los asuntos concernientes a la verdad son pensados como una fetidez o plaga; mientras que la confusión es valorada como un alto ideal. La turbación, hay que decirlo, opera del lado de lo imaginario que trabaja en pro de las múltiples formas de la psicopatología, la cual es, al parecer, el modo de funcionar aceptado en la vida cotidiana y social.

Tentativamente se podría decir que la peste, de la cual Freud decía había llevado a los Estados Unidos, es, en último término, la verdad del inconsciente… siendo inconcebible que en la vida social el analista, el que se ha curado del sentimiento de culpa, sea tratado como el portador de una peligrosa lepra y al resto de los profesionales se les mire con suma complacencia. ¿Acaso el psicoanalista no es merecedor, dada su postura de responsabilidad ética, de un mejor trato por sus coetáneos? El psicoanálisis, dice Miller, es en efecto una actividad tan útil como honorable. Sin embargo, no faltan los grupos o las prácticas pseudoanalíticas que lo desmejoran.

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