Saturday, March 9, 2013

La superación del padre y la caída de los ideales


Se sabe que cuesta avanzar en cierta dirección […]. Se puede incluso presentir que si no se tienen totalmente claras las cuentas con su deseo, es porque no se puede hacer nada mejor, pues no es una vía en la que se pueda avanzar sin pagar nada.
                                                                                                          JACQUES LACAN

Lograr en el dispositivo analítico que un sujeto neurótico se cure del sentimiento de culpa es una de las operaciones simbólicas más difíciles. Implica, tal y como hemos mostrado, el paso a la responsabilidad ética, a la emergencia del deseo. Este deseo, distinto al deseo inconsciente de Freud, no atravesado por la experiencia del análisis, estaría impregnado de responsabilidad ética y, por lo tanto, sería un deseo responsable distinto al del sujeto no analizado o analizado a medias. Serían dos tipos de deseos, uno ético el otro no. ¿Uno inconsciente y freudiano, en tanto que el otro no es inconsciente ni freudiano? La cura analítica del sentimiento de culpabilidad es, pues, como despejar la autopista de una gran ciudad para que los vehículos transiten con mayor facilidad, queriendo decir que para que un sujeto realice sus posibilidades el obstáculo es, sin duda, el sentimiento de culpa.

Freud pensaba que lo esencial en el éxito consistía en llegar más lejos que el padre y que por eso, aludiendo a las contradicciones en el superyó, estaba prohibido querer sobrepasarlo. Mientras hay sujeto supuesto saber, así seamos tildados de reduccionistas, no existe espacio para la creación, hay sólo repetición. La operación psicoanalítica es desalienante y por consiguiente decimos que conduce al sujeto por el camino del deseo. Un deseo desprovisto de los ideales del Otro, producido sin él y separado de él. Al final del análisis las identificaciones caen, no se sostiene más el Otro, y el deseo del sujeto se abre camino y se impone. Lo anterior instaura, según Melanie Klein, un momento depresivo en el analizado, fruto de su confrontación con el vacío y con la falta estructural.

El sentimiento de culpa es la razón principal por la que muchos sujetos no actúan en conformidad con su deseo sino por el deseo del Otro, constituyendo esto, en la vida social cotidiana, una alienación que impide a cada uno operar con su deseo responsablemente y sin perjudicar a otros. El deseo del Otro, al final del análisis, tiene poca incidencia, ya que lo más importante, en lo sucesivo, para el analizado es ser un sujeto deseante. La emergencia del deseo en el analizado, que puede o no más tarde acceder a la práctica del psicoanálisis, es el prerrequisito para que la creatividad en un sujeto se despliegue. A este respecto es pertinente decir que quien crea no está exento del sufrimiento, del daño al otro o de la tontería. El acto de creación implica restar libido al síntoma –en términos de sufrimiento–, daño al Otro y disminución de la tontería. Quien crea algo valioso, para el progreso de la teoría psicoanalítica, no lo hace por fuera de su competencia ética.

Sin embargo, cuando un creador irrumpe en una época su acto de creación puede verse por sus contradictores como un síntoma, un daño al Otro o una simple tontería… De todos modos, del concepto freudiano de sublimación Lacan sustrajo el de creación, no sin tener buenas razones para ello. El creador, se podría decir, sufre, daña al otro o es tonto de manera sublime . Freud, Melanie Klein, Ferenczi y Lacan , entre otros, son una prueba de ello. Su único daño, a la humanidad, ha consistido en contribuir a reducir lo imaginario. Lacan, por ejemplo, de haber operado del lado de la cobardía moral, propia del culpable, seguramente no habría generado la revolución psicoanalítica que hizo en el seno de la institución analítica creada por Freud.

u actitud, luego de la experiencia analítica por más de seis años con Rudolph Loewenstein , es la prueba más contundente de la emergencia del deseo, el despliegue creativo, la superación del padre y la caída de los ideales o del sujeto supuesto sabedor. Si Lacan no hubiera logrado desmontar a su analista de esta posición, lo mismo que a Freud y a los analistas de la época, con toda seguridad no habría sido más que un simple cobarde que se habría amilanado ante la imagen amenazante de las autoridades de su tiempo. En este punto no habría hecho sino repetir la actitud del niño frente a sus padres, el cual, por temor de perder el amor de ellos, tiene que renunciar a sus deseos y aspiraciones y conformarse con intentar satisfacer sus exigencias, borrándose como sujeto. Por eso Lacan decía que “el deseo es el deseo del Otro”, queriendo con esto decir que el sujeto, al estar ligado al Otro, por medio del significante, no puede sino hacer lo que éste quiere pero no lo que desea.

La actitud creativa, sea en el ámbito filosófico, científico, artístico o literario, etc., es, sin duda, un producto de la emergencia del deseo tras la superación del sentimiento de culpabilidad que amenaza, imaginariamente, con un castigo por superar al padre simbólicamente hablando. Recordemos que, según el trébol de la culpa, hay un punto en el sentimiento de culpa en el que lo imaginario y lo simbólico se fusionan y el sujeto termina confundiendo la superación del padre por la vía simbólica mediante un despliegue creativo, por ejemplo con la muerte imaginaria del padre. Recordemos el imperativo superyoico: “Así como tu padre debes ser, así como tu padre no puedes ser”, que hace que el sujeto se sienta culpable al triunfar en cualquier ámbito de la creatividad humana.

No haber podido ir más allá que el padre, en algún aspecto específico, toma la forma hoy de la depresión, es decir, un sujeto al que le falta deseo y le sobra goce. En general, Freud ubica los fenómenos de la depresión (que no distingue mucho de la melancolía) en estrecho vínculo con la culpa. Significante que simboliza otro de los nombres del padre, de quien al final del análisis el sujeto ha de separarse como consecuencia de un duelo terminado. En este sentido es imprescindible distinguir la depresión referida al final de la cura, de la relativa a la decepción fálica (amorosa) fundada en la creencia sobre la relación sexual. La ausencia de la relación sexual es la falla que hace del hombre un enfermo incurable.

Según la señora Klein el sujeto al final del análisis se topa con la soledad, como efecto de la separación del Otro, que no es ruptura con los demás; una forma adicional de llamar la conclusión de la cura, en términos de vacío, falta o deseo, distinta de las pretensiones de un “yo fuerte”, según la psicología del yo. Mostrándose así, en un punto, que el psicoanálisis es uno y el efecto del análisis (sea kleiniano o lacaniano) tiende a ser el mismo, siempre y cuando los principios de la dirección de la cura operen en ambos y el analista quede reducido a la posición de objeto, un objeto del que hay que hacer duelo como efecto de la caída del sujeto supuesto saber. La depresión, en esta onda de pensamiento, opera como mecanismo que evita al sujeto la asunción de la deuda y la falta como condición del deseo.

Es ese resto del padre que no logra inscribirse en lo simbólico que da cuenta de un residuo de lo real: el superyó, el cual presiona a violar las prohibiciones del incesto y el parricidio. ¡Fornica! y ¡mata! son su imperativo. Paradoja de la ley del padre, pues de un lado protege y preserva la vida en la dirección del deseo, y de otro, atemoriza y comanda a lo peor. Curarse del sentimiento de culpa es, en este orden de ideas, abandonar el yo la posición temerosa respecto al superyó y con relación a todas aquellas otras figuras en la realidad exterior que operarían, o serían percibidas así por fijaciones a la infancia, como los propios padres. Sería superar la transferencia como tendencia imaginaria a vivir confundiendo a los otros con los primeros objetos de la fase tierna. Confusión que se da aún desde el momento en que se instala el superyó en el niño, pues una cosa es el trato que la criatura recibe de los padres y otro el que el superyó termina adoptando con el yo.

El culpable no es un héroe

El sentimiento de culpa es el responsable de que muchos sujetos no puedan superar al padre y tengan que vivir en la vida institucional temerosos, sosteniendo a otros en su posición de amos, dioses e ideales omniscientes, a los que su saber no se les podría cuestionar. Esta es la triste condición, muchas veces, del sujeto en las instituciones educativas que imparten “formación” en niveles superiores de especialización, maestría o doctorado, donde su deseo de investigador tiene que quedar relegado a un segundo plano, todo por el temor a no retar a las autoridades universitarias, de ser excluido y no poder obtener el título académico codiciado, para ascender en el escalafón o en prestigio social, con un título que opera, de manera fraudulenta, como todas las marquillas del mercadeo actual. El capitalismo es un fraude. Es necesario advertir que la conquista de un “deseo decidido”, atravesado por una postura de responsabilidad ética, es algo que en ocasiones sale sumamente costoso. Lacan, por ejemplo, fue excluido por eso de la IPA y hoy día, aún en instituciones que se supone deben funcionar del lado de la protección de los derechos fundamentales del ciudadano, éstos se irrespetan pasando por encima del “contrato social” que el derecho plantea como pacto simbólico.

Es tal la dinámica de nuestras instituciones que prácticamente se podría decir que avalan y promueven la timidez, la expulsión radical del deseo, como consecuencia de la forclusión del Nombre-del-Padre y la cobardía moral. De un lado, se invita a superar a las autoridades castrantes, pero eso sólo se hace para atraer incautos, y, de otro, se prohíbe, evidenciando así un “sí pero no”, una renegación como mecanismo propio de la perversión. Dando a conocer con esto, como en la lógica del capitalismo, que el sujeto es objeto del lenguaje, del significante, de los discursos, con los cuales el amo actual no tiene ningún reparo en engañar a otros para alcanzar sus fines.

En este punto el amo parece conocer la fisura y la confusión entre “las palabras y las cosas”, sólo que la mayoría al mezclar los significantes con los hechos o las realidades a que estos remiten son presa fácil del engaño. Quien no cae fácilmente en dicha trampa es por lo general excluido y considerado una amenaza. Dudar y pensar, así no lo consideremos hoy, sigue siendo una intimidación para todos aquellos que se rehúsan a dejar de ocupar su puesto de amos, dioses e ideales. En este sentido hay que decir, como bien anotaba en cierta ocasión Juan Fernando Pérez, “que el analista, en tanto ‘no incauto’ es un mal mensajero, pues es quien dice lo contrario. A los mensajeros que traen malas noticias ya sabemos cuál es su destino: su liquidación, ya que no soportamos a quienes nos traen malas noticias”.

El verdadero analista en este punto no tiene mucho problema, pues sabe por su propio análisis que la conquista de su deseo es precisamente la adquisición de una nada. Su deseo es eso, nada; colonizó un agujero, la conciencia de saber que no es más que una falta en ser; anda muy contento por el mundo porque finalmente advirtió que no tiene que seguir trabajando por ser, puesto que el ser en tanto completitud es algo imaginario, algo que no puede ser, su ser es la falta, el agujero, la hiancia y con ello ha de aprender a conducirse, a operar. El verdadero analista va por el mundo, así como en el dispositivo analítico, sin creer que tiene algo, un saber por ejemplo, pues conoce, como Sartre en El ser y la nada, que su único patrimonio es un agujero en el saber que le hace desear más y más saber. Así como Sócrates, el cual sabía que no sabía, y si algo sabía era que el saber de otros no era nunca completo, por eso se divertía tanto cavando el agujero en el saber supuesto de los otros, los cuales se molestaban por su persistente actitud herética. Pues bien, las cosas desde la época de Sócrates hasta el presente no han cambiado mucho, no es sino confrontarle el saber a algún amo moderno en el discurso universitario para advertirlo.

La experiencia analítica enseña, a pesar de la propagación del saber teórico en las universidades, que no cuentan con el sujeto del inconsciente, y del escepticismo creciente en su dispositivo clínico, el cual es efectivo cuando se aplica inspirado en los principios, pues son éstos y su correcta aplicación los que garantizan la dirección adecuada de una cura. Cuando un analizante concluye su análisis, y esta disolución coincide con el desmonte del superyó y la consecuente cura del sentimiento de culpa del sujeto, no sólo emerge el deseo y la responsabilidad ética sino que, además, en muchos casos la capacidad creativa se dispara al no estar el sujeto sometido en buena medida a la tiranía del padre imaginario, a los ideales y los amos inhibidores que operan como sujetos supuestos sabedores. Es lo que Michel Onfray identifica en Freud. El crepúsculo de un ídolo, en el pensamiento y en la práctica del creador del psicoanálisis, como la pasión por el regicidio y el asesinato del padre punitivo y opresor.

No es sino que el temor al superyó caiga, o se minimice, para que el sujeto se sienta libre y pueda actuar con mayor potencia creadora. Recordemos que tanto el padre, como los ideales venerados en la sociedad y todos aquellos individuos que son percibidos como los portadores de un saber, se encuentran representados en la vida psíquica por el superyó, luego cuando esta instancia acosadora cede, la consecuencia lógica y natural es que también cae el padre arcaico, declinan los ideales y decae el sujeto supuesto saber. Una separación que coincide, al concluir el análisis, con lo que Lacan nombrara con la expresión fuerte del “analista desecho al final”. Mientras más sabe un sujeto de algún aspecto inconsciente, más se acerca también a lo que no se sabe.

Curarse del sentimiento de culpa es reducir en último término los embates, la crítica y los excesos del superyó. Toda causa, consideran los físicos, tiene efectos. De un modo análogo, dependiendo de la fuerza y la presión del superyó sobre el yo va a ser el monto del malestar y la culpa en éste, luego si dicha presión es descargada, lo que no quiere decir que sus catexias sean suprimidas, el efecto de tal operación es que el sujeto se va a sentir más liviano y libre de tensiones por su amo. Ahora, al no tener que efectuar un gasto energético o libidinal tan grande en defenderse del superyó, puede disponer de una carga extra de libido para realizar acciones creativas al servicio de la sublimación. En estas circunstancias, el yo deja de percibir al superyó como un amo cruel y comienza a experimentar sus favores. Aquí el sujeto comienza a servirse también del superyó, es a lo que hemos llamado “superar al padre a condición de servirse de él”. Un efecto similar se produce en la familia, en una institución o en el gobierno de una nación, cuando los niveles de exigencia e intolerancia de la autoridad se merman.

Al superyó podríamos compararlo en el caso colombiano con la subversión, ¿qué efectos creativos y productivos surgirían, en distintos ámbitos en lo social, en el caso de que tal amenaza se disminuyera? Por eso al psicoanalista, en todas las orientaciones, se le piensa como un posibilitador, como un facilitador de las opciones inconscientes y desconocidas por el sujeto; claro, como el analista no opera como un superyó sádico, este modo de operar va siendo interiorizado poco a poco, constituyendo simultáneamente el desmonte progresivo de la instancia arcaica y punitiva. Este descenso es la cura del sentimiento de culpa, que da lugar a la irrupción del deseo, a la responsabilidad ética, al despliegue creativo y a la destitución del otro como sujeto supuesto saber. Por eso decimos que la conclusión de una cura coincide con la inexistencia del Otro, pues es ya el sujeto el que existe en tanto deseante.

Antes de la cura el “creyente” creía y apostaba todo al Otro, después duda y cavila antes de invertir su libido en ese Otro, pues ya está avisado del efecto de engaño y sabe que es más notable confiar en sí y aventurarse en su propia empresa, que permanecer como feligrés hipotecado en su creatividad a Dios. Aquí Dios ha muerto, su poder e influjo por la acción de la cura han caído. Así, la muerte de Dios, de la que hablara Nietzsche, adquiere un sentido nuevo y se reduce en último término al desmonte del superyó. Si Freud especifica en Tótem y tabú que si el muerto deviene soberano poderoso –y lo son Dios y el superyó para el sujeto– es porque se lo ama y se lo odia. Luego si por la operación analítica el sujeto logra superar la postura ambivalente con el padre, se genera, tal y como lo observamos al final de la cura, el efecto de la caída de los ideales. Esta es la muerte de Dios y su consiguiente destitución del superyó como amo interno acosador.

Tanto Dios como el superyó, desde la postura imaginaria, son un obstáculo para la creatividad del sujeto, por eso aquí hemos hablado de su decadencia. Sólo así es posible la emergencia del deseo del analista, el cual se diferencia del trabajador decidido en el hecho de que el deseo del analista apunta a la cura, a llevar a otros a experimentarla y no es una apariencia centrada en el saber de los exhibicionismos universitarios. Sin embargo, ¿existen diferencias entre trabajador decidido y profesor de psicoanálisis? Quien realmente finaliza su análisis por medio de la destitución del Otro como sujeto supuesto saber, tras la cura del sentimiento de culpa, pierde la pasión por el exhibicionismo; por eso usualmente no se le ve paseando su plumaje por la universidad y el cartel del pase adquiere todo su atractivo para él, asemejándose más a la salamandra ciega de la que habláramos en otra elaboración. Ahora, ¿la reducción del sentimiento de culpa tiene efectos didácticos, los cuales operan, al mismo tiempo, como principios?

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