Sunday, March 10, 2013

A la comunidad analítica de Medellín


                                                                                                     Por: Elkin Villegas

Pero una comunidad que  dedique su tiempo a bajar los humos de quienes creen hacer hallazgos aunque se equivoquen estaría perdida para lo que está en juego, que es hacer avanzar el psicoanálisis. Se necesita más bien una comunidad que reconozca  y admita los hallazgos de unos y otros y les dé un valor propio.                                                                .                                          
                                                                                                     JACQUES- ALAIN MILLER
Una cuestión preliminar   

Apoyado en Kant, quien contemplaba la divisa ilustrada: ¡Sapore aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, y aún en el espíritu crítico que también a Lacan inspiró, quiero dedicar la presente reflexión, como ejercicio hermenéutico y analítico en pro de la duda cartesiana, a una serie de cuestiones relacionadas con la existencia de la escuela en nuestro medio y sus posibles objetivos. Así pues, sin las vacilaciones del deseo que mueven a dar rodeos obsesivos, entremos de inmediato en materia. Se dice en la Gaceta No.7 de la NEL (Nueva Escuela Lacaniana) que ésta es una escuela que pertenece a la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) y que tiene por objetivos “el psicoanálisis, la transmisión de su saber, la formación de psicoanalistas y el control de la práctica analítica de sus miembros”. Sin embargo, considero que antes de repetir y perpetuar tales ideas, sin dudar o sin pensar, conviene detenerse y examinar con rigor si las cosas son en realidad así, o ello se dice con cierto aire de seducción.

En primer lugar, propongo someter a profundo examen la idea según la cual la escuela es un hecho o una realidad para, en segundo lugar, meditar un poco en torno a sus objetivos, en especial el concerniente a “la formación de psicoanalistas”. Mi propósito consiste pues en dudar y criticar algunas ideas que al parecer operan como dogmas, se han sobreentendido, no se las confronta con la experiencia  y terminan funcionando de manera independiente de la posibilidad de ser verificadas o contrastadas. Saber que no se controla, diríamos con Kant, es un conocimiento que carece del entendimiento necesario para darle un lugar privilegiado a la razón científica, la cual sólo se sostiene en postulados lógicos, articulados con la experiencia. Planteamiento con el que Freud estaría de acuerdo en El porvenir de una ilusión, texto en el que piensa la ilusión como la complicidad entre la realización del deseo y la ausencia de verificabilidad.   

Entonces, ¿qué se entiende por formación de psicoanalistas? ¿Acaso la formación de los analistas se confunde hoy con hacer discursos, con clases magistrales, con la rápida producción intelectual o académica y con lo que el mismo Miller ha denominado, recientemente, como “efectos epistemológicos” distintos de los efectos terapéuticos? El psicoanalista es efecto de una experiencia de psicoanálisis puro llevada a cabo hasta el final y no de un psicoanálisis “silvestre”. Conviene aquí diferenciar las dos vertientes que constituyen al psicoanálisis. Una cosa es el psicoanálisis en extensión y otra bien distinta el psicoanálisis en intensión. La respuesta a dicha pregunta es bien conocida y, en general, se podría decir que sí predomina tal confusión, pues lo que se observa en nuestro medio es que el interés por la teoría (que según Freud puede obedecer a una resistencia o defensa contra el psicoanálisis) termina por apagar el deseo y la poquita disposición por saber de sí, en el dispositivo psicoanalítico.

Es cierto que la actividad intelectual en la institución analítica (Escuela), por medio de los mecanismos que se tienen para ello, contribuye a la formación, de eso no hay duda; sin embargo, todo el mundo sabe que la auténtica formación de los analistas depende del análisis personal, de los controles y del pase, único medio en realidad para verificar el tránsito de analizante (si es que se tuvo tal posibilidad) a analista en propiedad. Esto es claro en lo que concierne a las escuelas de la orientación lacaniana, pues en la IPA (Asociación Psicoanalítica Internacional, fundada por Freud) tengo entendido que las cosas son un poco diferentes. Por ello pretendo reflexionar aquí los cuatro aspectos arriba mencionados, que al parecer constituyen la razón de ser de la dinámica institucional de la NEL-Medellín. Espero que la presente reflexión sea asimilada con espíritu crítico y esclarecedor, y no como una retaliación por parte de quien aquí se expone.

Mi idea de entrada es que la escuela aún no existe, que sólo está en proceso de construcción, lo mismo que la formación de psicoanalistas, entre quienes si existen dificultades para conformar carteles, como el del pase, es porque muy probablemente los mismos analistas (miembros de la escuela) estarían en deuda con su análisis personal y por ello se tienden a mostrar escépticos con tal dispositivo. Deuda que los haría silenciar todo tipo de reflexiones relacionadas con dar cuenta de sus propios análisis, controles y eventuales pases, lo cual los haría sentir de paso incapaces para transmitir a otros, con la fuerza y la serenidad necesarias, aquello de lo que no estarían suficientemente convencidos. El analista no es nunca un producto terminado, sino alguien en permanente formación. De la escuela se podría decir algo similar. Al respecto existe una vasta información bibliográfica, así como argumentos lógicos suficientes que le dan consistencia a dicha afirmación.

En general se puede hablar de tres posibilidades en cuanto al dispositivo de control que representa el pase. Están las instituciones analíticas que, en otras latitudes distintas a la nuestra, poseen en sus escuelas varios pases efectivos para mostrar y demostrar los efectos terapéuticos del psicoanálisis. Se trata, sin duda, de ambientes analíticos con mucha más pasión y vocación por la verdad del descubrimiento freudiano. En segundo lugar, están las organizaciones que, aunque entre sus miembros no existen muchas condiciones reales para  hablar de dicho dispositivo, crean espacios de discusión sobre el asunto, bien sea para promover entre los convocados en la “escuela” la importancia del pase, o bien para simular ante la mayoría que están cumpliendo con los criterios de calidad y de exigencia clínica y epistemológica de otras latitudes. Es el caso en nuestro medio de la Asociación Foro del Campo Lacaniano de Medellín (AFCLM) donde no hay sino una sola Analista de la Escuela (AE), nominación que no ha sido acogida con mucho agrado por los demás miembros. También están las agremiaciones que ni una ni otra cosa hacen, en las que no se crean discursos sobre lo que no existe; sin embargo, promueven de paso el pensamiento imaginario de que todos sus miembros son analistas probados, esto es, analistas de la escuela (AE) y no habría por qué dudar de nada ni de nadie. Hablando con rigor, ¿cuál de las tres opciones es la mejor, tanto para el psicoanálisis como para la dinámica y el avance de las escuelas? Cada quien puede hacer sus inferencias a partir de la ortodoxia y los principios freudianos.

Algunos aspectos problemáticos básicos

1. Entonces, ¿es la NEL-Medellín una Escuela tal y como se ha definido en otras latitudes dicha noción, tanto por Lacan como por los analistas de la orientación a que él da lugar? Definido este interrogante, creo que, ahí sí estaríamos en condiciones de saber si en realidad en la NEL-Medellín los objetivos mencionados tienen pertinencia o no, pues considero que ellos estarían anudados y supeditados a ese primer interrogante.

El primer inconveniente que advierto sobre la existencia de la escuela es la  ausencia de analistas de la escuela (AE), pues como lo dice Eric Laurent en su informe moral presentado ante la Asamblea General de la AMP, el 24 de enero del año 2009: “Hay que notar que una de las particularidades de la NEL es que aún no tiene AE”. Entonces, si aún no hay Analista de la Escuela es probable que la dinámica interna de tal agremiación no sea sometida a constante revisión, cuestión que, a mi manera de ver, afecta su modus operandi y la conformación de la misma, ya que se entra cojeando desde el inicio con miembros que no saben, desde su propia experiencia personal, qué es el final de análisis y menos aún la experiencia del pase. ¿Es acaso el analista en nuestro medio una excepción, o sea, alguien que se considera exonerado de la exigencia de control y de verificación en dispositivos como el del pase? Si ello es así, estimo que existe un gran problema de entrada.

Un saber de oídas, esto es, no experimentado por quienes lo promueven, genera resistencia y falta de confianza en su dispositivo clínico. El control y la verificación en la ciencia son necesarios. En esta perspectiva decía la Directora de la NEL-Medellín[1] lo siguiente: “Los científicos hacen, practican, imitando un modelo más o menos igual, pero cuando hablan (o exponen sus teorías) aparecen las diferencias. Nosotros hacemos lo contrario. Procuramos hacer una práctica singular y luego hablar todos lo mismo”. He aquí un gran problema del discurso y la práctica analíticas, pues cuando el analista está muy preocupado por hacer distinto (por hacer demostraciones para descrestar a los colegas), por esa vía es probable que se tienda a olvidar de los principio que rigen su práctica. En tales condiciones la escuela se puede dedicar, por resistencia de sus miembros, a impedir el trabajo de otros, incluyendo el de los “colegas” que querrían participar en la conformación de la escuela y en el logro de sus objetivos. Entonces, una cosa es crear asociaciones en torno al discurso y la transmisión del saber psicoanalítico, y otra bien distinta una escuela, la cual posee una serie de características singulares que la diferenciarían de otras formas de organización económica y empresarial.

Según entiendo, los AE tienen por función (dado que han conquistado una posición singular en su ser) la responsabilidad de promover e instaurar en las escuelas tales características, para que la institución analítica no sea como las demás. En esta perspectiva, vale la pena preguntarse si la escuela existe a partir de los siguientes hechos observados: 1. Cuando se le impide a algún participante interactuar como más-uno en un cartel, por el hecho de no ser asociado o miembro, a sabiendas de que en el pasado ya había funcionado como tal, pero por inhibir su participación se “legisla” que el más-uno sólo puede ostentar dicha calidad. 2. Cuando se le restringe a un participante hacerse cargo de la transmisión de un sector del saber psicoanalítico (pese a demostrar capacidades para ello), alegando que tal actividad sólo es posible si se ostenta la calidad antes mencionada. 3. Cuando se le niega la solicitud de ser asociado, por tres ocasiones a un aspirante, que sólo tendría el propósito de trabajar para mitigar la angustia y la soledad resultante de la operación analítica. 4. Cuando no se avala una construcción epistemológica que pone en entredicho la formación de los colegas miembros de la escuela. 5. Cuando algunos de los miembros predisponen a un sector de la comunidad respecto a uno de sus participantes, encubriendo su animadversión con aquel a partir de un supuesto diagnóstico mal intencionado. Formas todas bastante primarias, discriminatorias y defensivas que, en mi óptica personal, en nada contribuyen a la formación adecuada de los analistas o a la conformación de una escuela de psicoanálisis. 

¿Todo ello porque el aspirante no se había psicoanalizado con ellos, y por ser considerado un sujeto crítico e irreverente con la tradición silenciosa de los miembros, en lo tocante a la enunciación de aspectos fundamentales sobre la formación de los psicoanalistas? A mi manera de entender, la escuela no sería un espacio para el cultivo del narcisismo de sus miembros, y menos aún para camuflarse en ella y evitar, a toda costa, la intervención crítica de los foráneos, los inscritos y los amigos que podrían cuestionar, tanto la formación de los analistas como la forma de operar de la escuela. Lacan consideraba que la función del analista consistía en intranquilizar a los colegas en cuanto a los problemas de la práctica. Ahora bien, si lo característico de la escuela es que permanezca incólume, esto es, alejada de todo tipo de influencias que la podrían agujerear o poner en falta, al evidenciar algunas de sus fallas, hemos de reflexionar con espíritu crítico y riguroso si la escuela existe o, por el contrario, ella es solo un proyecto que aún estaría por nacer. Sabido es que lo propio de la vida empresarial contemporánea consiste en mantener ocultas las inconsistencias de la organización por medio del discurso engañoso y hasta estafador que procura sostenerla en una posición ideal.

Si las cosas son así, me temo que hemos estado llamando escuela a una forma de organización que sólo operaría como una entidad cualquiera, la cual haría todo lo posible por obturar la falta en ser y aparecer, ante unos y otros, como una armonía o como una unidad que no tendría la más mínima motivación de dar a conocer sus faltas e incongruencias. Es lo que Rubén López ha denominado bastante bien en Momentos del psicoanálisis en Colombia como “una escuela imaginaria”. Pienso que los miembros de una escuela, dado que supuestamente habrían pasado por la experiencia del análisis personal, no tendrían por qué tener mayor reparo en tolerar la crítica que otros podrían hacerles, o a la entidad que los cobija con el apelativo de Escuela. La falta de tolerancia en este punto indica que la causa de la orientación lacaniana en cuestión estaría un poco desorientada y que los miembros no operan como quizá Lacan pensó, sino como los miembros de la institución (IPA) que lo excluyó.

Evitar la crítica, la confrontación de las ideas o las tentativas de verificación de los criterios esenciales en la formación, es algo tan absurdo como decir que el analista le saca el cuerpo a los casos clínicos difíciles porque ellos le harían modificar o rectificar el instrumento de su intervención. Freud no vería así las cosas. Ahora bien, cuando este tipo de cuestiones se da, ello muy probablemente se convierte en un indicio que muestra falencias en la concepción de la formación del psicoanalista. Como sugiere Miller: ¿existe escuela allí donde una comunidad se dedica, buena parte del tiempo, a bajarle los humos a quienes creen hacer hallazgos? A mi manera de entender el problema, se podría decir que no. No se trata de idealizar ni al analista ni a la escuela, pero sí se trata de respetar unos criterios mínimos aceptados por la comunidad analítica en el ámbito internacional, pues, de lo contrario ¿de qué clase de psicoanálisis y de escuela estamos hablando?

2. En cuanto a los objetivos de la escuela, se podrían tener en cuenta las siguientes consideraciones. En primer lugar, se plantea el psicoanálisis; sin embargo conviene precisar, ¿cuál psicoanálisis?; porque una cosa es que una escuela se centre en la vertiente conceptual y teórica, dando lugar a efectos epistemológicos válidos, en los cuales se inscriben los cursos, los seminarios, los grupos de estudio y los carteles, y otra bien distinta que su orientación sea la clínica, es decir, los efectos terapéuticos, en los que se ubican el análisis personal, los controles y el pase. El énfasis que se ponga en cada una de éstas dos vertientes determina el ambiente del contexto institucional. Si el énfasis recae sobre el primer caso, la organización aparece en todo semejante a muchas de las organizaciones de hoy; pero si el acento se fija en el segundo, se genera el efecto  escuela, con características y un funcionamiento propio de las lógicas que se derivan del descubrimiento freudiano. Es necesario rectificar la disociación entre el discurso psicoanalítico, la práctica clínica y las formas de organización de la institución psicoanalítica.

En segundo lugar, está la transmisión del saber psicoanalítico, el cual se encuentra en estrecha relación con el punto anterior. Entonces, aunque al parecer en dicho aparte se bosqueja la parte clínica, en la práctica y en la realidad se observa que el énfasis se pone en el componente epistemológico y no en la experiencia de lo real en la clínica psicoanalítica. La cual, cuando es pensada a partir de los escritos técnicos de Freud, suscita muchos interrogantes, pues, según se observa, llamamos “análisis” a cualquier intento clínico que tendría más características de psicoterapia que de psicoanálisis. Recordemos que los principios de la dirección de la cura sólo se aprehenden en el propio análisis y no por el trabajo teórico. Ahora, lo más problemático es que un “psicoanálisis” así tendría como aspiración la formación de psicoanalistas. El problema esencial parte, de acuerdo a mi visión, de la concepción de los análisis en la contemporaneidad, asunto que cuando se pone en duda no deja de generar resistencias y reacciones; cuya finalidad es silenciar, desconocer e impedir la participación de quien así se ha acostumbrado a hablar. Otra forma del bien decir que se tiende a forcluir. Como se dice en muchas partes, “En país de ciegos (esto es, de sujetos profanos por la falta de análisis, como Edipo al final) el tuerto es rey”, donde la figura del tuerto simboliza a quien conoce la teoría, pero no se funda en la experiencia de lo real del psicoanálisis.

En tercer lugar, aparece la formación de psicoanalistas, la cual depende, sobre todo, del énfasis que se ponga en la vertiente clínica, compuesta por los análisis (que habría que detallar a la luz de los escritos técnicos de Freud y de los principios de la práctica que de ellos se desprende, para verificar en muchos casos si no son en realidad una forma de psicoterapia), los controles (de cuya práctica existen pocas evidencias) y el pase, dispositivo que cobra validez con los AE y que, según Lacan, fue más bien un fiasco. El análisis personal, parafraseando a Freud, cuesta a los analizantes: tiempo, dinero y, principalmente, un esfuerzo enorme de sinceridad. Según pienso, siempre será fuente de discordia, y de múltiples reacciones primarias, procurar verificar (en medios sociales en los que predomina la ilegitimidad en los procedimientos) los análisis de quienes practican el psicoanálisis. Este es el quid del asunto y no conviene centrar la atención en otros aspectos que, aunque sumamente importantes, distraen la atención de un punto que, por múltiples razones e intereses clínicos, económicos y sociales, no conviene entrar a detallar.

Es un poco lo que sucede, según Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, con instituciones como la Iglesia o el Ejército, en las que el propósito no es la puesta en escena de la verdad, sino el apartar de ella la mirada entre sus miembros, ya que los asiste una motivación inconsciente común y es el cultivo de las ilusiones, las cuales pueden posar, en muchos casos, como un mero  semblante de lo real. Señalar este tipo de cuestiones suscita en las “escuelas” cualquier tipo de enemistades y discriminaciones, lo cual no sólo enrarece a tales ambientes, sino que también “mata” o destituye la creatividad, el trabajo y las relaciones cordiales.

En cuarto lugar, está el control de la práctica analítica de los miembros. Asunto que habría que someter también a una crítica y a una lógica potente, pues si no existen muchas evidencias de auténticas experiencias analíticas, que luego continúen y finalicen entre los miembros, ¿cómo pensar que una práctica deficiente y deformada se va a someter al control? Lo que se observa es que el control (mal entendido como impedimento) se da pero sobre la participación y la práctica de los no miembros y no asociados, lo cual termina generando más bien escepticismo respecto al ejercicio clínico de los mismos colegas, escepticismo que, como todo lo que en la vida opera así, se devuelve como un bumerang y termina por abrazar a quien lo emite. Además, ¿es posible que el mencionado control opere en una organización en la que los dispositivos esenciales para tal fin se encuentran desdibujados? Por lo que se observa, la ausencia de finales de análisis efectivos, de pases y de la dinámica de los AE, complica aún más las cosas.

Ahora bien, si los miembros se han analizado y, en ocasiones, por múltiples razones de conveniencia, sugieren o bosquejan en el ambiente de la escuela que han finalizado sus análisis, ¿por qué no buscan entonces el tan codiciado pase, para que las nubes de duda se aparten y se genere una mayor credibilidad? ¿O es que los finales de análisis y el pase son pensados como una invitación para los demás (a quienes no promueven), pero no para los miembros de la escuela? Desde Freud sabemos que un analista va tan lejos en los análisis con los pacientes como él mismo haya podido avanzar en el propio. Este punto es importante por cuanto considero que a la verdad no se le puede ocultar, pues ella opera como el síntoma, el cual se intuye y se dibuja en la mente de quienes no han sido víctimas del engaño, quienes terminan copiando de los miembros, por aquello de la comunicación entre inconscientes, un autoengaño similar. Es probable que una reflexión así sea considerada agobiante o un falso problema; sin embargo, en mi caso particular, considero que de la importancia que a ella se le preste dependerá la difusión y el futuro del genuino psicoanálisis en nuestro medio. Lo demás, es necesario decirlo sin rodeos, es contribuir en su distorsión.

Posibles consecuencias de la situación.

Si nuestras sospechas y conjeturas son válidas, al punto de pensar que el aspecto problemático en las escuelas es el del análisis personal, poniendo ello a tambalear no sólo a la escuela (por cuanto su existencia en mucho depende de que haya analistas en propiedad) sino también los objetivos que a esta se le endosan, se hace necesario comenzar a replantear una serie de cuestiones y desistir, en nombre de la responsabilidad y de la ética, de la tendencia al engaño, efecto de la complicidad con el saber teórico y académico inscrito en la dinámica del capitalismo. Pues de lo contrario se operaría como en el utilitarismo de la vida empresarial contemporánea, en la que por buscar beneficios económicos se omiten desde el comienzo una serie de requisitos de ley, con la ilusión de que cuando la empresa esté bien constituida, ahí sí se atenderían tales exigencias. Algo que se asocia con el sistema de salud en Colombia.

Pues bien, la experiencia enseña que finalmente las cosas se quedan así y se continúa con la cojera, asunto que concuerda con la lógica que el mismo psicoanálisis denuncia respecto a las fijaciones de los años infantiles. Intentar ocultar fallas considerables hace más daño que comenzar a encararlas y es necesario pensar en las personas que vienen detrás, pues ¿quién entre los miembros está en capacidad de garantizar que por la forma en que se orientan hoy las cosas, habrá en el futuro analistas bien formados? ¿Están los miembros, hablando con honestidad, dispuestos a avalar la demanda de pase de alguno de los miembros, asociados o simpatizantes de la NEL-Medellín? Si la respuesta, luego de ponerse la mano en el corazón, es vacilante, conviene entonces reflexionar sobre la pertinencia de la escuela y sus supuestos objetivos, pues no se trata, como en los inicios de la Escuela de Lacan, de atraer multitudes o de construir enunciados atractivos para engañar incautos, sino poderlos sustentar o demostrar. Esto sí daría confianza y credibilidad.

Según Miller: “para Lacan se trataba de poblar su Escuela; pero, una vez poblada, empieza a funcionar una suerte de despoblador –emulando el título de Samuel Beckett-: no todo el mundo se encontrará con los títulos, con los grados”.[2]  Tales como AP, AME o AE. Modalidad y funcionamiento que, al parecer, varios “lacanianos” tienden a emular en su primer momento (no en el segundo), como si su situación fuera igual o parecida a la de Lacan, quien realmente sí fue psicoanalizado y después de esto decidió fundar su Escuela. En la actualidad quienes dominan el discurso y los enunciados psicoanalíticos, por ser profesores de las teorías en tal campo del saber en alguna universidad, pero que no habrían pasado por la experiencia en el diván, son quienes se ponen al frente de organizaciones a las que llaman Escuela de Psicoanálisis pero que en realidad, dada la dinámica que en ellas se presenta, poco se asemejarían a la causa emprendida por Lacan y sí mucho a las formas organizativas de la vida empresarial contemporánea.

Ahora bien, cuando los miembros de una escuela se dedican, como dice Miller, “a bajar los humos de quienes creen hacer hallazgos aunque se equivoquen”, no sólo está perdida en lo tocante a hacer avanzar el psicoanálisis sino que, además, su modus operandi presenta un riesgo para la comunidad (asociados, asistentes y participantes) en general, pues en lugar de acoger y reconocer las singularidades y trabajar con la enemistad estructural de lo humano, se dedicaría a promover distintos y sutiles mecanismos de exclusión. En este sentido, ¿qué diferencia habría con las demás formas de organización social?  Si algo así se hace con uno de los simpatizantes de la susodicha escuela, pese a su deseo de saber y la insistencia por pertenecer y participar en la dinámica de la misma, ¿qué garantías habría para brindarle a otras personas posibilidades de formación, en el caso de que las demandasen? He aquí un problema esencial que no es posible evitar más.

En un estado de cosas así, me pregunto: ¿es que para ser tolerado en la escuela es necesario ser paciente de los miembros, idólatra, amigo o simpatizante pasivo de ellos, es decir, no critico de lo que en aquella sucede y procurar sostener a los otros en su posición de dioses o ideales que no se podrían cuestionar? Si la cuestión es así, repito, conviene revisar la clase de escuela que se tiene, pues a mi juicio se parece más a una empresa comercial, común y corriente, que a una escuela de psicoanálisis, la cual, dada la formación de los miembros, estaría en capacidad de asumir la oposición, la crítica y hasta los focos de enemistad con quienes asisten a ella. ¿No es acaso lo que Freud enseñó a tolerar en El malestar en la cultura, o es que se cree que por no tenerse un colega molesto al lado, por tal motivo el malestar y la verdad, que se intentan desvirtuar, no van a tocar nunca a la puerta del ser? Según entiendo, en el psicoanálisis, aparte de las enemistades particulares que nunca faltan, se privilegia la verdad y el avance del mismo, procurando reducir el influjo imaginario de los intereses particulares y del propio narcisismo. En mi caso personal, es lo que ha hecho que persista en varios escenarios en los  que, sin embargo, mi presencia no es bienvenida.

Mostrarle la falta a la escuela no es negativo, lo que sí lo sería es pretender edificar una Escuela imaginaria. Luego, la Escuela, según Miller, “no es una sociedad y no se supone de entrada que concentre a los analistas, pues su concepto ya está fundado en el carácter problemático de la cualidad de analista”.[3] Sin embargo, muchas Escuelas como la NEL-Medellín, por ejemplo, figuran, desde el punto de vista jurídico-legal, como una corporación o una asociación, donde el significante Escuela opera solo como un semblante y no como una realidad efectiva. Ahora, cuando los miembros de la “Escuela” no están dispuestos a confrontarse con su propia falta estructural, sea la falta de análisis personal o cualquier otra, su actitud se encarga de desnaturalizar la dinámica de la misma escuela, la cual se sostiene, como caso paradójico, precisamente en un agujero y no en un intento desesperado por forcluirlo. Afán que, por el contrario, ayudaría a empeorar las cosas. Entonces, por los indicios encontrados, los miembros de la “Escuela” no parecen estar muy dispuestos a trabajar con el propósito de generar analistas en propiedad (quienes se  asemejan en un punto al oficio del piloto, para el cual su rol no lo define el saber teórico, sino su experiencia en horas de vuelo), sino sólo profesores de psicoanálisis, discutidores de la teoría o, a lo sumo, psicoterapeutas de orientación analítica. Según se observan sus celos “profesionales”, anudados a su narcisismo de las pequeñas diferencias, les impide promover en otros la genuina formación. Algo que también se ha identificado en otra agremiación psicoanalítica de la ciudad.

Si así no fueran los hechos, ¿cómo justificar que no habría en la Escuela un sólo AE, ni tampoco algunos pases (de miembros o asociados) en remojo? Sin embargo, ¿están dispuestos los miembros a superar sus celos narcisistas y permitirles a otros lo que ellos mismos no habrían alcanzado? Al parecer, el problema de la Escuela es la actitud de sus miembros, quienes por no perder algunos beneficios (propios de su posición de amos) no estarían de acuerdo con promover a otros y poner en evidencia su deseo como psicoanalistas, pues no es suficiente hacer discursos o escribir libros sobre tal deseo, sin que éste halla surgido en quien escribe, como efecto de la experiencia analítica hasta el final, al punto de dar testimonio de él en el dispositivo del pase o en otras modalidades inéditas que pondrían en evidencia tal experiencia. Cuando las agremiaciones psicoanalíticas operan como instancias de poder, dedicadas a la promoción del mutuo elogio, manifiesto entre sus miembros, se termina también por desnaturalizar la finalidad para la que tales instituciones han sido creadas.

Según Jacques Alain Miller, el Analista de la Escuela (AE) es comparable con las esmeraldas, cuyo color característico es el verde; no con el verzul, que es el color de las que no son gemas auténticas. Recordemos que el pase es para determinar si el analista es auténtico o no. Miller se pregunta: “¿cómo distinguir verzul de verde?”[4] En esta misma lógica es necesario decir que si bien ambos colores son distintos y solo el verde caracteriza a tales piedras preciosas, otras distinciones también son válidas: el filósofo se diferencia del bribón, como el analista del profesor universitario y el AE del AME. Se pregunta Miller de nuevo: “¿qué entendemos por AE?” A lo cual responde: “un analizante completo, si me permiten, es decir, un analizante analizado, que terminó, que ya tiene más que suficiente con el psicoanálisis […],  pues se supone que el sujeto que merece este predicado puede enseñar, hacer progresar el psicoanálisis, hacerse responsable de su Escuela y no otra cosa; es decir, algo que es del orden de la inducción, del orden de la predicción.”[5] Ser analista implica ser psicoanalizado. 

Según Miller: “lo que Lacan llama en su propio lenguaje un AE no es un practicante –a quien llamará AME-, sino alguien analizado. El procedimiento del pase es, pues, un esfuerzo por responder qué significa ser analizado […] ser analista es ser analizado. Entendido así, el pase no es una ficción sino un hecho, un procedimiento con el que se prueba la autenticidad o no de los psicoanalistas, con lo cual queda refutada la proposición según la cual Karl Popper dijera que el psicoanálisis no era objeto de verificación o de falsación. Lo polémico de la Proposición de Lacan, sobre el Analista de la Escuela (AE), es que distingue entre los psicoanalistas de hecho y los que no lo son. De ahí que sea necesario introducir una desigualdad y distinguir entre los trabajadores decididos (en el ámbito teórico y de la transmisión del saber psicoanalítico) y quienes poseen títulos distintos tales como AP, AME y AE,  dada su relación con la experiencia analítica. En realidad, sólo el AE, a la luz del dispositivo del pase, es un psicoanalista examinado y demostrado. El problema radica en que existan en las Escuelas algunos AE implícitos, esto es silenciados y no reconocidos de manera directa por las rivalidades de los miembros y de la comunidad; mientras que otros serían identificados con tal nominación más por factores propios de la política lacaniana, que por la demostración de los efectos de su experiencia psicoanalítica en el diván.    

Es importante señalar que la emergencia del deseo de un hombre, en nuestro tiempo y contexto social, como decía Juan Fernando Pérez recientemente en su curso de los sábados, no es bienvenido. Prueba de ello es mi trabajo, inspirado en Jacques-Alain Miller, en relación con la cura del sentimiento de culpa como núcleo de la formación de los psicoanalistas. Entonces, si el propósito del psicoanalista en la dirección de la cura y el de las escuelas (que se rigen a partir de dicha orientación) es darle un lugar al deseo y, por lo tanto, a la actitud democrática y participativa de las personas, es problemático que existan “escuelas” que no hacen ni una ni otra cuestión, y de paso impiden la instauración de la singularidad de los sujetos, al pretenderlos homogeneizar con sus estrategias y políticas administrativas, destinadas a forcluir la participación crítica de los asistentes. Asunto que conduce a los miembros, de manera inconveniente para el avance del psicoanálisis, a no reconocer como analistas a quienes no hagan parte de sus políticas y de su agremiación, repitiendo con ello, y por identificación con la institución enemiga del pasado, la vieja e infortunada actitud excluyente, no elaborada, de los integrantes de la IPA con Lacan.

Además, si la escencia del deseo del psicoanalista consiste en reconocer y aceptar la castración (y con ella la falta en ser, la feminidad, la insatisfacción y el malestar de existir) para hacer algo distinto de la mera infelicidad y de la queja, no se ve claro por qué se tengan que adoptar posiciones censuradoras, discriminatorias y excluyentes con quienes desean participar en la construcción de la escuela, en la transmisión del saber psicoanalítico y en la formación efectiva de los psicoanalistas. Como si por el sólo hecho de ser miembro o asociado se tuviera el aval o la garantía suficiente y los demás, asistentes o participantes, estuvieran excluidos de tal posibilidad al ser considerados unos simples ignorantes. En este punto advierto que tales denominaciones operan como los recuerdos o las ideas encubridoras en Freud, y que existen allí una serie de problemas que van desde el concepto de psicoanalista hasta la noción de escuela. He aquí un problema cohonestado de falta de claridad, de coherencia y de racionalidad. Entonces, insisto: ¿en tales condiciones existe en realidad la escuela, o ésta es más bien un proyecto a futuro que difícilmente se podría realizar, dada la actitud rígida descrita de los miembros y asociados, como también la distorsión en la formación y en la concepción de los  objetivos de la escuela?



[1] El 22 de Septiembre de 2012, en el contexto del seminario: “Cuestiones cruciales para el psicoanálisis”, conducido por Juan Fernando Pérez.
[2] Ibíd., p. 219.
[3] Miller, Jacques-Alain. El banquete de los analistas. Buenos Aires, Paidós, 2000, p. 222.
[4] Miller, Jacques-Alain. Donc. La lógica de la cura. Buenos Aires, Paidós, 2011, pp. 65, 66.
[5] Ibíd., p. 67.

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