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Monday, March 11, 2013
¿De qué cura un análisis?
Por: Elkin Villegas
Este seminario fue iniciado en
las instalaciones de la NEL y fue servido por Juan Femando Pérez. El propósito
era trabajar todos los miércoles. El profesor hacía una presentación magistral
por espacio de una hora y quince o treinta minutos y dejaba al final unos
cuantos minutos para preguntas. Al parecer, el título del seminario era
bastante sugestivo y prometía, al menos por lo de cura, brindar la posibilidad
de hacer un inventario de cada uno de los factores patológicos que un análisis
puede curar.
En el ámbito personal el
investigador tenía una expectativa: esperaba que en el curso de las sesiones
algo se dijera, se puntualizara, sobre la cura del sentimiento de culpa. Para
ello, desde muy temprano, se le entregó al docente una copia del primer ensayo
del estado de la cuestión, donde se citaba de paso algunas ideas suyas sobre el
texto "El estado de la cuestión o del significante amo y la
investigación" y se le solicitó que lo leyera y lo devolviera luego con
sus comentarios. La verdad es que nunca dijo nada ni devolvió tampoco el texto
con algún comentario escrito. ¿Qué sucedió? Ahora, en el seminario, a pesar de
que ya se sabía de la pregunta, y bien se podía decir algo en cuanto a esto,
nunca se dijo nada directamente.
Porqué ese silencio si era un
interrogante como cualquier otro? ¿Qué ideas movilizaba en el interior que
hacía que no se diera ningún tipo de pronunciamiento? No estaba, pues, en el
ámbito de la Escuela? De todos modos, y aunque no se explicó nada fresco en
cuanto a la pregunta, se plantearon una serie de asuntos básicos que, de alguna
manera, ayudaron a considerar y representar mejor el problema de investigación
a que daba lugar dicho interrogante. ¿Qué asuntos puntuales se trabajaron
entonces en dicho seminario, y que aquí puedan destacarse mediante la
presentación de una reelaboración adecuada acorde con nuestra pregunta de
investigación? Veamos: en los inicios del seminario nos preguntamos: para que
e! psicoanálisis exista como cura, y no simplemente como tratamiento, ¿qué
condiciones son necesarias? Antes de responder, poniendo énfasis en tres
elementos básicos, digamos que son necesarias unas condiciones sociales de
civilización, de respeto por la dignidad humana, por los derechos fundamentales
y unas condiciones discursivas, de proliferación del lenguaje y de los
significantes, en el ámbito social, que contribuyan a la difusión del
psicoanálisis. Esto es importante porque a mayor difusión por medio de grupos,
asociaciones, escuelas y por la práctica misma de los analistas, es posible
instalar la demanda en el discurso social. El problema, luego, es que no haya
suficientes analistas, esto es, bien formados a partir de sus análisis
personales, sino una cantidad de sujetos amparados en el saber, en el semblante
de las teorías que, como bien sabemos, es insuficiente a la hora de dirigir una
cura si no se tiene el respaldo de haber llevado a cabo un análisis, en el que
hayamos experimentado una verdadera rectificación subjetiva.
Ahora, ¿qué se requiere o cómo
podemos establecer que haya analista? ¿Es el analista un eminente profesor, es
decir, un sujeto con grandes dotes de oratoria? ¿Hay, en realidad, un analista
idóneo detrás de toda actividad retórica con el discurso psicoanalítico? ¿Son
acaso los analistas en nuestro medio sujetos en los que prima lo que Lacan
llamaba "psicoanálisis en extensión", y más bien poca su
participación en el "psicoanálisis en intensión", esto es, el
clínico? ¿Podemos saber si hay o no analista partiendo de una labor semiótica
de las con-secuencias del acto de los analistas?
En Bruselas, comentaba Juan
Fernando Pérez, se reunirían analistas de todo el mundo, hablaba de los
analistas lacanianos adscritos a la AMP,
para discutir sobre su formación. Formación que es pensada en la
Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) como un proceso que implica, de
manera precisa, tres factores básicos: el análisis personal (con un experto o
analista terapéutico), el conocimiento de la teoría (por medio de seminarios) y
el análisis de control o supervisado (con un analista didáctico). El titulo es
del francés: "Los efectos -de- formación en el psicoanálisis: sus causas,
sus paradojas", donde el guión implica, simultáneamente, dos sentidos. El
primero alude a los efectos de la formación, el segundo a las consecuencias de
deformación, consecuencias que al parecer son hoy motivo de preocupación en el
mundo, ya que constituyen algo así como una pérdida o declinación de la esencia
clínico-terapéutica del psicoanálisis, al ponerse el énfasis en lo teórico.
La cuestión de la formación de
los psicoanalistas ha dado lugar, en todas las asociaciones, escuelas o
institutos de distinta orientación, desde el primer congreso de la IPA en 1908
en Salzburgo --Austria- hasta hoy, a múltiples teorizaciones en las que, en
todo momento, la cuestión de los análisis de los psicoanalistas ha ocupado un
lugar central, pues no existe, para decepción de muchos que se creen genios, el
autoanálisis, el cual no sólo es condenable sino además estéril (de esto se
trata en la continuación de la presente elaboración).
Entonces, para que haya cura es
necesario que haya analista, hablar ante un psicoanalista. En la actualidad las
sociedades psicoanalíticas se fracturan, muchos no están dispuestos, verdadera
y profundamente, a reconocer el psicoanalista que son. ¿O quizá tal resistencia
se funda en el hecho de considerar que no son analistas al faltarles lo
esencial, esto es, el análisis personal? En este o se preguntaba el
investigador: ¿por miedo, por cobardía moral o por sentimiento de de culpa? Entre
los colegas se da una fuerte inclinación a la descalificación, a creer que uno
es mejor que otro por su facultad de oratoria, por su habilidad para hacer la
buena política o porque publica mucho.
No sólo es necesario que haya
psicoanalista sino, además, demanda de análisis, un sujeto en falta (en
posición femenina) capaz de reconocer, como decía Lacan, que hay algo que no
funciona, que hay algo que no va y aporta malestar, sufrimiento e incomodidad.
Esto último, la presencia del malestar, es necesario para que haya demanda,
pues hay sujetos que van donde un analista que tiene reconocimiento para poder
luego justificar su práctica. Aquí es muy probable que no se presente una
demanda de análisis. ¿Será sólo una demanda de reconocimiento? Una demanda de saber
para poder dar cuenta de que se es psicoanalista. Ser analista, se decía en
aquella ocasión, es poder ponerse en el lugar de causa del deseo del
analizante, ser representante de la escoria, situarse en el lugar de lo que
debe ser desechado. Es conducir un proceso hasta ser excluido. En esto no hay
nada de glorioso. Al respecto nos dice Miller: “Lacan decía que no se puede
alardear con la destitución subjetiva al fin del análisis. Y esto en la medida
en que el desvanecimiento de la demanda, que es a la vez un desvanecimiento del
Otro de la demanda, modifica al sujeto en el corazón de su ser”.
Hay demandas para conseguir
prestigio, para adquirir reconocimiento al decir: me analicé en París, en
Argentina, en Inglaterra, etcétera., con X, Y o Z". Cuando la verdad, como
dice Elizabeth Roudinesco en su texto Lacan. Esbozo de una vida, historia de un
sistema de pensamiento, es que muchos sujetos de muchas partes del mundo,
también latinoamerica-nos, van a París unos cuantos días o meses a analizarse
con alguien y luego regresan a sus países como sí nada, como si ya hubieran
realizado la "tareíta", la de cumplir con un requi-sito. Aspecto este
que nos permite preguntar: ¿fueron análisis rigurosos, llevados hasta sus
últimas consecuencias, en los que hubo rectificación subjetiva? ¿Qué clase de
análisis o curas serían estas? Comenta la señora Roudinesco:
La mayoría de los jefes de fila de
la ECF fueron analizados por Lacan entre 1970 y 1980. Vivieron pues, ese
vértigo de la progresiva disolución del tiempo de la sesión. Y como ese vértigo
ha seguido siendo para ellos inconfesable, salvo que se traduzca en una epopeya
hagiográfica, repiten con sus analizantes lo que fue antaño su experiencia en
la calle de Lille. Ninguno de ellos hasta el día de hoy se ha atrevido a abolir
radicalmente el tiempo de la sesión, pero el cuarto de hora se ha convertido en
la ECF en el modelo de la cura tipo. Algunos no dan ya citas a hora fija, y los
hay que han reducido el tiempo a cinco minutos. No pocos latinoamericanos hacen
su cura en este marco en París, tomando el avión y quedándose en el lugar un
mes al año.
Muchos procesos analíticos,
continuábamos diciendo, se traban, tienen dificultades por cuanto no se
instaura una demanda de análisis. Ser analista implica, en un sentido, ser
capaz de instalar la demanda de análisis. Entonces, para que haya cura es necesario
que exista:
1. Analista. Y la garantía de
esto es, esencialmente, haberse analizado, y no de cualquier modo, como para
cumplir con un requisito.
2. Demanda de análisis. La cual
se presenta si hay sufrimiento, pues si es por reconoci-miento o para cumplir
con una formalidad en la formación, no es conveniente llamarlo de-manda.
3. Transferencia. La cual es
indispensable para que haya cura. Freud tardó en convertir la transferencia en
palanca de la cura analítica, transferencia que pasa por tres pasiones humanas
(según los orientales y que Lacan aceptó como tesis): el amor, el odio y la
ignorancia. La transferencia está edificada, posiblemente, sobre estas bases,
las cuales constituyen un hecho problemático que se opone a la cura. El hecho
de que el analizante, en el proceso de la cura, deposite en el analista el
saber y quiera que aquel sea el portador de éste, implica un obstáculo.
En Viena, a diferencia de lo que
hoy vivimos en medio de la violencia, existían condiciones de civilización para
que el psicoanálisis naciera. Tales condiciones ya han desaparecido. En la Edad
Media no había, tampoco, circunstancias para el psicoanálisis, a pesar de que
se efectuaron importantes desarrollos en torno al lenguaje. ¿Tenemos en la
actualidad las características para que el psicoanálisis exista? En nuestro contexto
se dice que los antioqueños tienen una inclinación al negocio, a la negación
del ocio. ¿Será por esto, nos interrogábamos, que nos reunimos a esta hora? Lo
cual permite preguntarse: ¿estudiamos por negocio, para hacer creer a otros que
la formación analítica se funda solo en el saber? En este sentido, ¿para qué
sirve hoy el saber psicoanalítico? Qué efectos terapéuticos tiene en el sujeto
contemporáneo? O ¿es el discurso psicoanalítico un saber con el que unos y
otros se agradan y agreden, en un afán exhibicionista de múltiples posturas, en
lo teórico, que a la postre poco contribuyen
a mejorar el estado psíquico del hombre contemporáneo?
La demanda de eficacia hoy
Posteriormente nos preguntamos:
¿qué es lo que hace que los hombres se c con disposición a descubrir, inventar
o crear? Juan Fernando Pérez pro-" opción: la eficacia. La verdad del
saber de la ciencia, en el siglo XIX, fue o sólo era explicativa sino eficaz.
La eficacia seduce más a los hombres que a belleza o el poder. ¿Qué entendemos
por eficacia? Digamos que es la d para obtener un resultado previsto. Es algo
que podemos ubicar en d de campos. El asunto de la eficacia no sólo es humano,
pues es algo que también le interesa a
los animales. Ahora, dado que la eficacia es una condición o vivencia,
¿podríamos pensar que el analista bien analizado, esto es, el que ha
experimentado una cura, una rectificación subjetiva, es más eficaz?
Y a propósito de animales, la
salamandra ciega (un animalito sin ojos, de sólo T o cinco centímetros) que
vive en cuevas de agua helada en Eslovenia, tiene e y hasta hermanos me-dios en
todo el mundo y se entrega con confianza ante T visitante, es un buen ejemplo
de la eficacia en lo que tiene que ver con e al medio, a las características de
su entorno. ¿Qué ha hecho que este d se haya entregado a la soledad, al
aislamiento de ser feliz al ser una sustancia gozante, de haber encontrado los
medios para poder vivir en su entorno? Los ojos de la salamandra se fueron degenerando.
No tiene uñas y tampoco las necesita. Lo único que le interesa es su goce, del
cual está segura. Este animalito, dada| su condición de resto, es una adecuada
representación de un final de análisis, final| que si bien no muchos
analizantes alcanzan, sí es deseable al menos para el psicoanalista, pues, como
hemos venido diciendo, ¿qué efectos puede tener la práctica clínica de quien no
ha experimentado nunca, en sí mismo, una cura? Según Miller: “También por eso
podría decirse que el análisis es en sí mismo una garantía de salud mental
mínima”.
La eficacia tiene en la vida
humana un lugar particular. Es un medio de demostración. Lo eficaz lo es porque
conoce la verdad. Los ideólogos, a diferencia de los filósofos, desechan la
eficacia. Pero basta que se enfermen para buscar al médico, el medicamento o
procedimiento eficaz. Ubican la eficacia del lado del que sabe la verdad. En
esta dirección, la eficacia no sólo permite la supervivencia sino también la
creencia, pues es fuente de autoridad. El que dispone de ella, naturalmente
dispone del poder y Freud no fue ajeno a esta realidad al descubrir el poder
curativo presente en la verbalización, en la puesta en palabras. De ahí que
digamos que la cura analítica es de algo que existe, de un síntoma como el
sentimiento de culpa en la neurosis obsesiva, por ejemplo, por medio de lo
simbólico, esto es, la palabra. Sin embargo, el sentimiento de culpa no es
siempre un síntoma a la manera de la obsesión o la melancolía, pero es un
elemento esencial en el vínculo social. La eficacia, pensada en estos términos,
se opone al efecto placebo como semblante terapéutico, ya que este es un efecto
de la sugestión. Los placebos son temas favoritos de los científicos hoy, al
punto que hay quienes consideran, como el cirujano de rodilla Alexander Mader,
que es posible ahorrarse el costo de una intervención quirúrgica, por ejemplo.
Aspecto este importante en nuestro campo porque no faltan quienes consideran
que es posible curar a un sujeto de un síntoma, como el sentimiento de culpa
cuando se toma en malestar incisivo y constante o es fuente de necesidad de
castigo generando compulsiones, tras un encuentro sugestivo con un analista, a
lo cual es necesario decir que es probable que ello ocurra, pero sólo en casos
de sujetos con estructura perversa y rasgos neuróticos. Más adelante veremos
por qué.
Un hombre puede renegar de la
eficacia de la técnica, por ejemplo, pero secretamente, sin embargo, creer en
ella. En lo que concierne a la eficacia todos tenemos técnicas privadas para
amar, seducir, gozar o molestar a los demás. Es imposible pensar en la técnica
y no tener en cuenta a Martín Heidegger. Antes de consumir a Heidegger es
importante intentar "procesar su producción". Es un crítico de la
técnica moderna. Sus textos Serenidad y Ciencia y meditación poseen múltiples
elaboraciones sobre la técnica, el primero y, el segundo, una serie de ensayos
donde se ocupa de la técnica moderna. Heidegger, un alemán del siglo xx, que
murió en 1976, durante más de cincuenta años marcó el pensamiento de Occidente.
No conoció la revolución electrónica, pero la sospechaba con cierta lucidez.
Sus conocimientos en tecnología eran bastante refinados.
Ahora bien, ¿es el psicoanálisis,
esto es, el dispositivo terapéutico un modo de investigación eficaz en la época
actual? ¿Qué tipo de eficacia posee la psicoterapia, la psicoterapia de
inspiración analítica, el psicoanálisis aplicado y el psicoanálisis puro, en lo
tocante al sentimiento de culpa, tan acentuado en las neurosis obsesivas? En
este último donde la posición del analista es siempre de respeto por los
principios que abren la posibilidad de un encuentro memorable, siempre que esté
el analista en posición analítica, como en el caso de Freud con Gustav Mahler
(posiblemente el último de los románticos de la música clásica, según los
expertos), a quien aplicó el psicoanálisis, y no vaciló en decir a Theodoro
Reik, en una carta, que lo analizó una
tarde (durante seis horas aproximadamente). La pregunta aquí es: ¿en cuál de
esos cuatro modelos se forma un psicoanalista?
A la hora de la verdad no se
trata de decir, desde una postura de rivalidad epistemológica, cuál de tales
orientaciones es la mejor sino cuál es la más eficaz. En la actualidad de lo
que se trata no es de privilegiar una teoría u otra por el hecho de que su
máximo representante es famoso o ha causado admiración, sino por los niveles de
efectividad alcanzados. Esto le permitió a Freud, en la Viena católica de
finales del siglo XIX, alcanzar ante sus pacientes, aquejados por múltiples
síntomas, un reconocimiento y una autoridad como la que aún hoy en día posee la
auténtica práctica psicoanalítica cuando la comparamos con otras modalidades
terapéuticas.
La eficacia es posible de
diferentes maneras. La ignorancia de su estructura y su economía, en el proceso
que subyace para obtener un resultado, no es hoy un o plausible. Hay también el
olvido del proceso que subyace al resultado. Es un hecho que suele caracterizar
la práctica psicoanalítica, pues usualmente no recordamos cómo se dio la cura
en nosotros o en quienes hemos escuchado, muchas veces por años. Lo que sí
parece estar en juego en todo esto es que la eficacia del psicoanálisis no es,
como en la dinámica capitalista actual, sino un efecto del proceso de
elaboración. Hay efectos terapéuticos rápidos, pero no cura.
Hay eficacia terapéutica o, como
decimos., de la cura analítica en la vida interna de sujeto porque hay
elaboración, pues es poco probable que en psicoanálisis haya eficacia sin elaboración
y como consecuencia de la inmediatez, la fascinación o la magia. Estos
elementos son, muy probablemente, factores que han contribuido a degradar el
buen nombre de la clínica psicoanalítica, sobre todo cuando se reduce i a un
asunto meramente teórico o a una práctica imaginaria como la que describe la
historiadora Elizabeth Roudinesco, respecto a las sesiones cortísimas de cinco
minutos o la no-sesión. ¿Un dispositivo así no favorece acaso la pasión por
ignorar?
Las psicoterapias y la
psiquiatría, al estar inmersas en la lógica del capitalismo, pueden buscar sólo
la obtención de resultados inmediatos. Es el caso de los medicamentos, sin que
importe saber en absoluto sobre el proceso. En esta onda de pensamiento, hay
que decir que la ignorancia apasiona a los seres humanos, no el deseo de saber.
La pasión por la ignorancia es algo que vemos a diario en la experiencia
analítica y por ello, probablemente, muchos "análisis" no pasan de
las entrevistas preliminares o de la fase previa, aunque vale la pena I
cuestionar si las resistencias contra el psicoanálisis, incluso por parte de
los psicoanalistas, son una expresión del sentimiento de culpa, la necesidad
inconsciente de castigo, la reacción terapéutica negativa, el beneficio o
ganancia secundaria de la enfermedad y la compulsión a la repetición no
elaborados, o como consecuencia de los efectos de deformación de los analistas
entre otras razones. Hay "analistas" que hacen psicoterapia, siendo
el objeto de ésta el yo y la proliferación del sentido, de lo imaginario, no la
reducción de éste como sería el caso con el psicoanálisis puro. Según Miller,
la psicoterapia no existe en tanto dispone de una cantidad de técnicas. El auge
de la psicoterapia, aún la de inspiración analítica, ha dividido la comunidad
analítica.
A propósito de lo imaginario,
Lacan consideraba que tanto los sentimientos de culpa como las identificaciones
y la instancia que los experimenta o los padece, o sea el yo, son imaginarios. De ahí que
hablemos de la imperiosa necesidad, en el curso de la experiencia psicoanalítica
en el diván, de reducir y transformar a ambos en responsabilidad ética y en ser
en falta o en sujeto, pues como dice Miller: “Sin duda la entrada en análisis
supone una renuncia previa al goce solitario de la propia unicidad”. Sin la
asunción de la falta (o de la posición femenina) el sujeto está prácticamente
imposibilitado para contar con el semejante y poderse enamorar, por ello al
final del análisis se espera que el sujeto se crea menos una divinidad y sea
más un ser humano carente y necesitado de los demás. En este sentido se podría
decir que la arrogancia manifiesta de muchos “psicoanalistas”, no es otra cosa
que delirio de grandeza, un espejismo que muestra, a las claras, que los
efectos de reducción de lo imaginario en ellos no habrían tenido lugar.
Existen, básicamente, tres formas de la eficacia:
1. A partir de la manipulación simple de lo que
los griegos llamaban la causa eficiente. Lo único que interesa aquí es producir
un efecto. Esta es una eficacia pragmática como la del capitalismo o la de las
sesiones cortísimas, las cuales tendríamos que ver si, en primer lugar, son
eficaces y, en segundo lugar, si no están montadas en una psicoterapia que hace
esfuerzos por llegar a ser psicoanálisis, pero que en el fondo opera con la
misma lógica de la inmediatez de los mercados. ¿Un pragmatismo así acaso no es
contrario al psicoanálisis mismo?, del cual dice Freud, criticando a Otto Rank
en Análisis terminable e interminable, que no es posible "abreviar la
duración de los análisis". En estas condiciones, ¿es posible que un
neurótico obsesivo se cure del sentimiento de culpa, el cual es, según Miller,
la patología de la responsabilidad ética? Sin embargo, nos podríamos preguntar
¿cómo la manipulación del tiempo, como nombre de lo real en la orientación
Lacaniana, puede pertenecer a la intervención de la causa eficiente? ¿El que lo
hace no supone acaso algo más, incluso que toma el tiempo como otro tipo de
causa, a sabiendas de que son cuatro en Aristóteles?
2. Hay otras eficacias que se
fundan en el conocimiento, en el saber de la causa eficiente, pues una cosa es
manipular algo y otra saber del proceso. Una cosa es vender un medicamento
psiquiátrico y otra el saber de quién lo crea, de la composición química que
afecta el funcionamiento neuropsicológico de la población mundial. Una cosa es
suponer que la cura analítica se da en sesiones cortísimas, sin que medie
ningún proceso de elaboración, y otra bien distinta que quien conduce una cura
sepa del proceso, porque él mismo lo ha vivido en carne propia, mediante la
conquista de una rectificación subjetiva.
3. Otra forma de la eficacia
consiste en lo que Lacan dice en "La ciencia y la verdad" a propósito
de hacer coincidir el saber con el lugar de la verdad. Es una eficacia que se
funda en la verdad, como algo estructural, como algo profundo, lo inconsciente
como algo real y profundo, distinto al saber, el cual da cuenta de algo superficial
o fenoménico como la conducta humana, como los actos de los sujetos, los cuales
están conectados, lógicamente, con lo real e inconsciente y constituyen un modo
de expresión de éste.
El lugar de la verdad lo ocupamos
o taponamos con medicamentos, dogmas, demostraciones y creencias más o menos
arbitrarias, de las cuales el psicoanálisis se ocupa. En este sentido, parece
ser que no existe ninguna posibilidad de soportar el vacío de la verdad, o
mejor, de lo real. Siendo la cúspide de tal agujero o falta estructural la
inexistencia “de la relación sexual”.
La eficacia también puede pensarse
como el fundamento de la instauración del saber científico, como el saber
dominante, como la obtención de los resultados propuestos en una labor como la
psicoanalítica, la cual apunta a la cura como objetivo a alcanzar. La noción de
cura, según el Diccionario Etimológico de Joan Corominas, data de los años
1220-1250 y significa asistencia que se presta a un enfermo y, antiguamente,
cuidado, solicitud. En el año 1330 se aplicó esta denominación al párroco por
tener a su cargo la cura de almas o cuidado espiritual de sus feligreses.
También se asocia, en el año 1490, con la apalabra "curioso", del
latín curiosus, cuidadoso, ávido de saber. La cura analítica es pensada como
una práctica particular que se inscribe en una época con unas exigencias
particulares. Entonces, la eficacia es
uno de los propósitos de la época actual en lo tocante a una cura. Así, hay en
la contemporaneidad demanda de eficacia de la cura analítica. En esta línea de
pensamiento Jacques-Alain Miller y otros precisan la distinción entre “terapias
breves", como las terapias cognitivo conductuales, de los "efectos
terapéuticos rápidos" del psicoanálisis.
A esa demanda el psicoanálisis ha de responder con casos concretos, esto
es, con demostraciones, antes que con teorías, que a la postre se quedan cortas
ya que operan, en muchos casos, como semblantes que se alejan de la verdad de
lo que realmente acontece o no en el ámbito de la clínica. Esto es importante
porque una cosa es poner a prueba el dispositivo analítico ante el tribunal de
la exigencia de eficacia y, otra bien distinta, que los psicoanalistas se
refugien en teorías oscuras con las cuales hacen semblante de saber, de una
inteligencia superior; que se apoyan en una práctica clínica débil por cuanto
no está acompañada de la aplicación de los principios que caracterizan la
práctica psicoanalítica.
Ahora, tanto la dirección de la
cura como los poderes de la palabra en la clínica psicoanalítica se derivan de
unos principios, los cuales sólo se aprenden por medio del análisis personal y
no, como muchos imaginan, que es algo aprehensible en los libros por medio de
lecturas. La cura tampoco se da por escuchar conferencias. Sobre los principios
directores del acto psicoanalítico se ha pronunciado, últimamente, Eric
Laurent, como Delegado General de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Tener un poder es disponer de un
conjunto de instrumentos y posibilidades de acción de ejecución que permiten
recoger unos objetivos. Es importante reflexionar aquí el problema de la
eficacia terapéutica del psicoanálisis lacaniano, fundado en sesiones sumamente
cortas, las cuales son otro estándar como el que tanto se le ha criticado a la
IPA, siendo aquel mucho más nocivo que éste por cuanto no crea las condiciones
mínimas de analizabilidad, ya que para que se ponga a operar la regla
fundamental se requiere de tiempo y esto es lo que precisamente falta. Sin
embargo, es necesario seguir pensando y demostrar, con casos clínicos
verificables, la eficacia del dispositivo de la sesión corta, pues vista desde
fuera es un estándar, y desde dentro de la orientación Lacaniana ¿Qué es? ¿Es
la sesión corta para poder causar y encausar una experiencia? Bachelard apunta,
junto con Canguilgem, a examinar internamente un discurso para precisar si hay
ruptura epistemológica o no y otros asuntos como la validez. Ahora, ¿el
psicoanálisis lacaniano es distinto al del fundador y sus principios?
El poder engendra algo de
perversión y es aquí donde hemos de interrogarnos a la luz de la
responsabilidad ética, pues, como Freud pensaba, cuando un hombre es investido
de poder, y el analista lo es, le resulta muy difícil no abusar de él. ¿Es la
cura del sentimiento de culpa el único camino para que el analista no tenga
enferma o patologizada su responsabilidad ética? La palabra "sentimiento",
tomada de la fuente arriba mencionada, es del año 1250 y se conecta con sentir,
del latín sentire, percibir por los sentidos, darse cuenta, pensar, opinar. Se
articula con el vocablo consentir, de la segunda mitad del siglo x, del latín
consentire, estar de acuerdo, decidir de común acuerdo, y con el contrasentido,
de 1855, adaptación del francés, contresens. También se hermana con
resentimiento, palabra del año 1625. Se asocia, además, con sentencia,
1220-1250, del latín sentencia, opinión, consejo, voto; con sensato, de 1 817,
del latín sensatas y con sensación, 1730, del latín sensatio. Ahora, la noción
de culpa data de los años 1220-1250 y es tomada del latín culpa; se vincula con
el término culpar de 1251, del latín culpare, con culpado de 1241 y con
culpable, mitad del siglo XVI; también se articula con las palabras
culpabilidad, con disculpar, siglo XIII; con disculpa de 1490 y con exculpar e
inculpar.
¿El acto analítico se define,
éticamente, por las buenas intenciones o la buena fe de aquel que lo ejecuta, o por las
consecuencias? Ahora, ¿es posible reconocer en las consecuencias del acto
analítico las intenciones? La práctica psicoanalítica como acto tiene que ver
con el poder, el cual no sólo tiene intenciones sino también consecuencias. He
aquí una relación entre la eficacia como acto y las intenciones como algo
interno, subjetivo. Por ello decimos que es una práctica en la que "no
todo vale”, pues es una actividad, quizá la única, que deriva su postura de la
responsabilidad ética, del saber acerca de la verdad pulsional del sujeto, una
verdad que llega a ser mortífera, criminal, envidiosa, dominante y excluyente.
La palabra, lo hemos dicho ya,
tiene un poder y esto no sólo lo sabe el analista sino también el que practica
la psicoterapia. Para que la palabra opere como cura o como terapéutica es
necesario que circule en un dispositivo en el que se articulen las dimensiones
espacio-temporales, pues no es posible un análisis en cualquier espacio y,
menos aún, con sesiones estandarizadas de cinco minutos o con la no-sesión.
Además se impide de manera inevitable la aplicación de los principios de la
dirección de la cura, pues tanto la regla fundamental como la transferencia y la interpretación requieren
de tiempo y no es posible aquí despachar el asunto con el argumento de que la
sesión corta se justifica por el hecho de que en el in-consciente no hay
tiempo, cuando la verdad es que el "analista" no ha aprendido los
principios de la dirección de la cura, porque no ha pasado por una experiencia
de análisis rigurosa con un experto, o no dispone de tiempo y sólo se sirve de
sus pacientes, económicamente, sin que los pueda conducir en un dispositivo a
experimentar una rectificación subjetiva, 1a cual es puesta en evidencia por
medio del desmonte del superyó arcaico. A lo que llamamos principios, otros los
denominan, ingenuamente o no, estrategia, táctica y política.
En el psicoanálisis el anhelo de
bienestar es una ilusión, pero esto no significa que el psicoanálisis sea una
práctica sádica, lo cual pondría al descubierto la relación entre el superyó y
el yo de ese sujeto, tensión que es experimentada por el yo, nos dice Freud,
como sentimiento de culpabilidad. Así que el supuesto analista puede I tratar
al paciente con un sadismo real, que en todo se asemeje al modo de relación i
interna del superyó con el yo. Relación que produce el sentimiento de culpa, y
esto conduce, como se aprecia claramente en Varios tipos de carácter
descubiertos en la labor analítica, por el camino de actos inexplicables en los
que el sujeto realiza una maniobra con la que él mismo se perjudica. Son los
famosos actos de sufrimiento y paliza con los cuales el sujeto se autocastiga.
Mientras las psicoterapias buscan
el bienestar, el psicoanálisis, entre otros criterios, indaga el bien-decir,
como efecto de la rectificación subjetiva, la cual puede transportar simultáneamente
la cura del sentimiento de culpa que se ve reflejada, en la conducción de una
cura, en la aplicación sin vacilaciones de los principios. Ahora, ¿en qué
consisten y cómo es que se inscriben en la subjetividad del psicoanalista? Al
respecto, y sólo momentáneamente, digamos que la cura del sentimiento de culpa,
al demandar un gran trabajo analítico, plantea las condiciones por medio de las
cuales, simultáneamente, se da esta función didáctica de la aprehensión de los
principios.
Los efectos terapéuticos de la
palabra son conocidos desde mucho antes de Freud. La confesión, por ejemplo, es
una forma de aliviar las almas atormentadas por la culpa y esto lo sabe la
Iglesia católica. En la confesión hay algo de liberación, ello confiere un
poder especial al sacerdote y a la institución que representa. Los analistas
han puesto desde el inicio límites entre el psicoanálisis y otras prácticas. La
IPA, por ejemplo, como institución fundada por Freud, nace para preservar el
psicoanálisis de los semblantes de la psicoterapia, los cuales no se centran en
lo inconsciente como la esencia del padecimiento psíquico. Germina para
preservar la pureza, la virginidad de la novel disciplina, aunque esto no
siempre es deseable. Preservar los privilegios de las castas es problemático,
las castas han sido las que han establecido en el psicoanálisis ciertos
rótulos. Por ejemplo, en la IPA se proscribió a los no médicos la práctica del
psicoanálisis, como si la cura analítica dependiera del saber médico. En los
Estados Unidos y en Europa el psicoanálisis sólo se puede ejercer si se es
médico o psicólogo, como si este requisito garantizara la eficacia de tal
ejercicio, como si el poder terapéutico reposara en ello. ¿No estaría mejor
dotado, acaso, el poeta, el escritor, el filósofo, el historiador o el
lingüista, siempre que se haya analizado? Sin embargo, existen hoy demandas
estatales de legitimidad.
El psicoterapeuta, a diferencia
del psicoanalista, es un procurador de identificaciones extra-viadas en el
sujeto, es algo así como un ortopedista de éstas, alguien que al proporcionar
una identificación arrincona la verdad del sujeto presente en la fantasía
(fantasma, según Lacan). En este sentido, hay que decir que no hay una pasión
más entusiasta que la de con-seguir identificaciones y ocultar lo fantaseado.
Si éstas no se pretenden ¿a qué convoca el psicoanálisis? Es necesario, para
practicar el psicoanálisis, dejar caer aquello a lo que se ha estado
identificado y esto se relaciona con la caída de los ideales, la superación del
sujeto supuesto saber, la cobardía moral y con ir más allá del padre.
Aristóteles decía que una recta
estaba caracterizada mínimo por tres hechos o principios: el inicio, la parte
media y el fin. Hizo de ello la matriz teórica para definir cualquier asunto o
proceso. El estagirita, a diferencia del humanismo de Sócrates y del
idealismo-realismo de Platón, se caracterizó por ser el primer filósofo en
clasificar y darle orden al pensamiento griego. Con él nace la ciencia. Aunque
hay quienes consideran que se apoyaba más en lo escrito que en la experiencia.
El acto psicoterapéutico y el psicoanalítico poseen inicio, medios y fines. Lástima
que en una variedad de casos, dadas las resistencias contra el psicoanálisis y
el beneficio secundario de la enfermedad, muchos que luego se autodenominan
analistas se quedan en la fase inicial o ni siquiera esto. El psicoanálisis es
un examen serio y sereno que va más allá de la crítica a la ética, razón por la
cual el autor prefiere ser directo en sus apreciaciones, así se le reproche
dejar de lado la ortología.
Ahora, respecto a los medios,
Nicolás Maquiavelo decía en El Príncipe que “el fin justifica los medios".
Otros, como el psicoanalista, pueden poner el énfasis en los principios. ¿Cómo
situar el problema de los efectos de una cura analítica en la matriz misma?
¿Qué hacer ante el hecho de que el fin no siempre se alcanza? ¿No introduce esto,
en el analista, un cierto escepticismo respecto a la eficacia del dispositivo
que aplica?
En general, la cura analítica o
el fin de análisis es una perspectiva hacia laque nos dirigimos sin que en
ocasiones lleguemos. En la lengua alemana Freud hablaba de análisis infinito en
lugar de interminable. Lacan hizo referencia a análisis finito, en oposición a
Freud, pero al final de su vida reconoció que posiblemente había en el análisis
algo de infinito, por cuanto nadie se cura de lo inconsciente y el analista, en
particular, lo tiene que seguir considerando. En el análisis, lo mismo que en
toda investigación, existe la idea de que hay un más allá, de ahí el texto de
Freud Más allá del principio del placer, donde más allá del placer está la
compulsión a la repetición, la pulsión de muerte. ¿Así mismo, podríamos decir,
a propósito de los criterios para definir el final de análisis, que más allá
del padre, de la identificación al síntoma, del bien-decir, de la caída de los
ideales y del sujeto supuesto saber, de la superación de la cobardía moral,
etc., estaría la cura del sentimiento de culpa?
El problema del más allá en el
psicoanálisis es básico. Más allá del padre, del Edipo, de la sexualidad, del
sentido, etc.; digamos que aquí están ¡as huellas de Nietzsche en una especie
de más allá del bien y del mal, pues cada vez aspiramos acceder a un punto
ubicado más allá de... Se dice, en esta orientación, que los análisis son cada
vez más extensos, de ahí que consideremos en este trabajo la cura del
sentimiento de culpa como un punto, dentro del proceso analítico, que estaría
más allá de lo que hasta ahora está establecido, siendo este sitio uno que
contendría los anteriores. Todo el psicoanálisis está edificado sobre un más
allá de la conciencia, o sea lo inconsciente como base. Suponemos que hay
siempre un más allá.
Hasta 1919 Freud fue algo así
como un psicoterapeuta concentrado en la sexualidad y por ello era como un alma
de buen recibo (empresa que va desde 1880 a 1919), pues creía en el principio
del placer. Luego descubre la pulsión de muerte. Se expresa ella en la clínica
como compulsión a la repetición, necesidad inconsciente de castigo, beneficio
secundario de la enfermedad o reacción terapéutica negativa y todo esto con un
telón de fondo que sería el sentimiento de culpabilidad, sentimiento del que el
analista habría de liberarse para operar de un modo adecuado, esto es, acorde a
principios.
Ahora bien, ¿cuál es la
naturaleza de una cura analítica? ¿Está acaso en relación con la naturaleza del
sufrimiento? Freud indica que los más loables y altos ideales que un hombre
pueda tener en su existencia se pueden desvanecer ante un dolor de muelas. Los
grandes propósitos del hombre más altruista caen en la enfermedad, en el dolor.
Todo interés por lo sublime se desvanece en la más radical ocupación de sí
mismo en el padecimiento. Formas de altruismo, la discreción y la generosidad,
en medio del padecimiento ceden, se desvanecen, de ahí que hayamos pensado el
sentimiento de culpa como dolor de existir, como malestar del sujeto en la
contemporaneidad y como patología de la responsabilidad ética. La angustia, en
este punto, tiene también un lugar preponderante. Luego si un analista aspira a
llevar a cabo una práctica responsable y ética primero ha de curarse del sentimiento
de culpa, pues su existencia no le permite operar de acuerdo con los principios
que rigen la dirección de la cura.
Hay analistas que sin
experimentar una cura, y siendo sólo trabajadores decididos, se conducen como
pavos reales, exhibiendo sus plumas pero escondiendo su feo rabo. Ahora, con el
nombre de "pase" se ha dado a conocer un procedimiento con el que se
aspira a verificar si el análisis ha producido unos efectos sustanciales, ¿para
chequear si se está en condiciones de declararse un no sufriente, es decir, un
sujeto que es capaz de soportar cierta dosis de malestar real, estructural e
irreducible y, al tiempo, puede contribuir a llevar a otros a experimentar una
cura?
En la ruta del trabajador
decidido, es decir, el no curado por el dispositivo analítico, según las
distorsiones de la mayoría en las universidades y aún en las escuelas, es
probable que existan en muchos grupos, asociaciones e institutos intelectuales
que, apoyados en Freud y Lacan, gustan de menospreciar el trabajo de otros
colegas. En este sentido, Gutiérrez Girardot, filósofo que vivió en Alemania,
decía que el más grande problema en el ámbito intelectual colombiano es el
"importantismo". El cual hace que cada uno construya pequeños nichos
donde se adoran y producen sufrimiento, sitios a los que trasladan a otros para
que también sufran. En este punto hay que decir que el mucho trabajo
intelectual no cura el sentimiento de culpa, antes por el contrario puede ser
un síntoma, una compulsión, en la que el sujeto goza, deriva sufrimiento, como
consecuencia del sentimiento de culpabilidad.
Ahora, si el analista no ha
experimentado una cura, es probable que al ser un trabajador decidido ello no
sea suficiente para tolerar los altos grados de angustia E frustración que implica
la práctica analítica. Es bastante factible que el "analista" o haya
experimentado una cura, y por ello se vea tentado, en muchos casos, a pasar al
acto, en un país como Estados Unidos se vea enfrentado permanentemente a
demandas, ya que en dicho país la práctica del psicoanálisis no sólo es harto
controlada, sino que además el analista allí ha de ser sumamente cuidadoso y
para esto es la cura propia el mejor camino, pues, como ya hemos mencionado, el
solo saber teórico es insuficiente para llegar a ser un analista "manos de
seda" que efectúa sus curas sin que sus pacientes se sientan presionados,
atacados o perseguidos, cuando el analista no ha alcanzado reducir los embates
sádicos del propio superyó. En este punto son oportunas las palabras de Miller
cuando hace años decía: “en los grupos analíticos que frecuento desde hace
veinticinco años es claro que la calidad de teórico a menudo hace dudar al
psicoanalista practicante de estar ante un colega”. La cura pensada así opera como control
kantiano o como adaptación constante al chequeo de lo normal.
Superyó: un Otro acusador-persecutor
Con este libro es factible que el
que aquí escribe se gane el título de controlador y acusador, algo así como una
paranoia invertida que deja mal parado el comentario de S1 que, en cierto
momento, dijera ser percibido por el investigador como un persecutor. El mismo
profesor, en otra ocasión, había dicho en tono burlón: "¿Y es que hay algo
de lo cual los analistas nos sintamos culpables?". Al respecto Jaspers
considera: "No se quiere oír hablar de la culpa, del pasado, uno no se
encuentra afectado por la historia universal. Se quiere dejar simplemente de
sufrir". Una cosa es mostrar los
excesos del Otro, de ese Otro que opera como un amo absoluto, como un fiel
representante de la instancia gozadora del superyó, y otra bien distinta
creerse el superyó persecutor de los malos analistas, de los más perversos o
cínicos. Éste no es nuestro caso.
El perseguidor en Estados Unidos
es, según Pérez, un abogado, digamos que es la persona que vive pendiente para
ver quién se equivoca y ponerle una demanda. Es una sociedad centrada en la
vigilancia del otro, una sociedad paranoica. Bueno... aunque parafraseando a
Lacan hay que decir que el que opera del lado analista, y esto es lo que se ha
hecho, es puesto en el lugar del gran Otro y convertido en un persecutor, en
este caso el superyó de los analistas. Por este hecho, hay que confesarlo aquí,
el autor dudó varias veces si asumía este trabajo o no. Además, como lo vemos
hoy y lo deducimos del trabajo de Lacan, los seres humanos nos reconocemos en
la paranoia. Según Juan David Nasio: "Lo que interesa a Jacques Lacan es
el lazo entre paranoia y estructura de la personalidad. La paranoia como forma
ejemplar de la locura debe ilustrarnos acerca de la personalidad humana [...].
La experiencia paranoica, que otros nos enseñaron a situar en términos de
proyección, es ante todo la de un desconocimiento. El paranoico no quiere saber
nada de lo que constituye su propia posición subjetiva". El mismo discurso científico es paranoico,
pues va siempre, como decíamos hace poco, mas allá con su arsenal
interpretador. Lacan hizo de la paranoia el objeto de su reflexión clínica, y a
él le debemos la expresión, a propósito del caso Aimée, "paranoia de
autocastigo", la cual es una versión de "los que fracasan al
triunfar" o de la "necesidad inconsciente de castigo", que
presenta algunos rasgos delirantes.
¿No es acaso lo imaginario el
ombligo en la paranoia y en la psicopatología de la vida cotidiana? Hay quienes
dicen, para el primer caso, que es el agujero en lo simbólico, al no existir el
significante nombre del Padre, y para el segundo dicen que sí, al lado de la
represión. ¿Qué sujeto, dada la multiplicidad de intrigas en distintos ámbitos
de la vida social, no des-confía hoy de sus semejantes? ¿Acaso el
psicoanálisis, con su teoría de la pulsión de muerte, el sadismo y el superyó,
no nos ha tornado mas prevenidos y desconfiados en el trato con nuestros
semejantes? Podríamos decir que si hay un sujeto paranoico ese es precisamente
el analista. En el psicoanálisis hay muchas formas de demostrar esto.
Ahora, qué significa curarse del
sentimiento de culpa sino de la persecución del superyó. Curarse del
sentimiento de culpa implica un cese de hostilidades del superyó para con el
yo. Este cese de los ataques y de la persecución del superyó es vivenciado por
el yo como cura del sentimiento de culpa. La posición del analista en la
dirección de la cura no es desde el lugar del superyó, sino desde I(A) o desde
el objeto.
A la paranoia la podríamos pensar
como la forma superlativa eminente de la condición humana. Es probable que sea,
más que una enfermedad, el fundamento, luego de la angustia, del quehacer
humano. Ahora, el carácter persecutorio del Otro no es un rasgo propio de la
psicosis paranoica, el neurótico también
lleva en su ser distintas marcas, por ello nos mantenemos alegando en silencio
con el Otro y a este desgaste, cuando se hace notorio, lo llamamos locura.
Freud mismo, parafraseándolo, llegó a considerar al psicoanálisis como una
"paranoia razonada".
¿Acaso lo que llamamos
pensamiento no es un modo de negociación con el Otro? Por la presencia del
superyó en nuestro aparato mental, en tanto Otro vigilante, acusador y persecutor;
todos, desde un punto de vista estructural, somos paranoicos, pues ¿quién no se
ha sentido alguna vez vigilado, atacado, perseguido y culpable? Quien nunca
haya experimentado esto, es posible inferir que no tiene superyó, lo cual es
prácticamente imposible porque esta instancia es precisamente la prueba de la
evidencia del influjo de nuestros padres, del superyó de ellos y de lo
socio-cultural por la vía del significante, del discurso, de lo simbólico. En
este sentido el Otro, en términos freudianos, es el superyó. Los fundamentos de la acción del Otro,
comenta Lacan, es que el Otro goza y el superyó es una entidad gozadora; de ahí
que Freud lo pensara como sádico, como un superyó sádico y esto quiere decir
que el fundamento del pensamiento paranoico es la pugna, en lo estructural,
entre el superyó y el yo, pugna en la que el superyó opera como un amo
despiadado, mortificador y culpabilizan-te, en tanto que el yo hace las veces
de vasallo, de esclavo y, por tanto, de masoquista. Este aspecto se precisa en
Cura del sentimiento de culpa y de la depresión, por medio del esquema
lacaniano del discurso del amo, el cual se presenta con algunas modificaciones
y en consonancia con la elaboración que aquí nos ocupa. Ahora bien, ¿qué lugar
ocupa en esta dinámica la primera tópica freudiana?
Lo que hemos llamado, apoyados en
Freud, sentimiento de culpa, sentimiento que expresa bastante bien el malestar
del sujeto contemporáneo, es aquello de lo cual el analista ha de curarse en el
proceso analítico. Esto con el fin de no conducirse como el superyó del paciente,
pues cuando ello sucede no hay cura ni tratamiento, sino sólo continuidad de
los modos bélicos vividos; primero, en la familia, en la que el padre coincidía
con una figura terrorífica y posteriormente, en la subjetividad, como
consecuencia de las marcas del Otro y del conflicto permanente entre el superyó
y el yo.
Ahora, es propio de canallas y de
unos pocos más, proponer una existencia colectiva sin la existencia del Otro.
Los americanos, al creerse el superyó del mundo y al intentar borrar la
existencia de los yoes particulares, suponen la inexistencia del otro, del semejante,
con abuso y cinismo aún en nuestro país.
El análisis es para reconocer la
inconsistencia del Otro, que algo le falta, que no es un monolito como supone
el paranoico. Es reconocer la falta propia, la hiancia, y ser capaz de burlarse
de sí mismo reconociendo la responsabilidad del sí y con otros. La verdad, así
se critique desde la psicopatología y la psiquiatría, es que hay seres con
doble personalidad, es que uno no es igual a uno, uno es al menos dos y por
ello podemos pensar que no hay monólogo sino diálogo.
Cuando reflexionamos en esto
surge el recuerdo de que en la Biblia hay algo que se articula en esta
dirección. Se trata de un endemoniado (con ello se ha comparado la locura), al
que una vez Jesús le preguntó: "¿Quién eres?", y éste le respondió:
"Soy legión", o sea una multitud y probablemente con ello estaba
dando cuenta del la verdad de las identificaciones, las cuales hacen que no
sólo tengamos doble personalidad sino múltiple, como dice el endemoniado. ¿Qué
quiere decir? ¿Que todos estamos endemoniados? Probablemente, sobre todo si lo
pensamos en términos de agresividad, de pulsión de muerte, la cual hace parte
constitutiva del superyó y es, al mismo tiempo, la mayor amenaza para el yo, ya
que la presencia de la pulsión de muerte en el yo, que se expresa como
fantasía, como fantasía de muerte, es la responsable en último término del
sentimiento de culpa, sentimiento que guarda estrecha relación con la represión
del odio, de la agresividad y que el analista, para poder practicar el psicoanálisis,
ha debido levantar y elaborar, pues de lo contrario no podría curar sino sólo
angustiar o patologizar aún más.
El psicoanálisis, en esta
perspectiva, es la única práctica, a diferencia de la psicología, la
psicoterapia y la psiquiatría, en la que el practicante ha debido primero
experimentar en sí mismo una cura, pues quien no haya experimentado los efectos
del dispositivo analítico difícilmente puede curar a otros. Ahí sí, como
decimos en la vida cotidiana, "nadie da de lo que no tiene", y lo que
aquí se espera que tenga el analista es un mínimo de paz, de serenidad y
paciencia, serenidad que pone en evidencia la rectificación subjetiva de los
modos beligerantes de la relación intersubjetiva del superyó y el yo, siendo la
serenidad del analista, entre otros factores, una consecuencia de la reducción
de las hostilidades en su mundo interno. Lo más atractivo de todo es que los
mismos pacientes lo advierten. Entonces, cuando un analista permanece solo en
su consultorio, mirando las cuatro paredes, cruzando los dedos y hasta elevando
plegarias para que llegue algún paciente, ¿mucho de esto ha sucedido? ¿Se trata
sólo de un trabajador decidido cuyas elaboraciones teóricas son exiguas a la
hora de atraer pacientes? El psicoanalista, así no se sienta culpable como
Heidegger en su aquiescencia del Nazismo, no sea un pecador impenitente, un
fascista o un stalinista, ha debido desmontar la instancia arcaica y punitiva,
la cual ataca al yo y lo castiga, no por sus actos, sino por sus fantasías
incestuosas y, sobre todo, parricidas.
La experiencia nos ha enseñado, a
pesar de la juventud en este paradójico oficio, que quien se ha analizado hasta
sus últimas consecuencias opera como un imán con quien realmente se quiere
psicoanalizar, mientras que el simple trabajador decidido actúa como esos
repelentes que nos echamos en la piel cuando vamos a la playa para ahuyentar a
los mosquitos, salvo aquellas situaciones en las que la necesidad inconsciente
de sufrimiento y castigo son mayores y el sujeto necesita dar la apariencia de
estarse ocupando del síntoma, cuando en realidad solo lo estaría
alimentando. Claro está que algunos se
pueden considerar la excepción. Consideran que el análisis es para otros, ya
que ellos se sienten como pavos reales y por tanto seres excepcionales. ¿Quién
ha dicho que ser muy inteligente o un gran orador exonera de las penurias del
análisis? Quien se considera la excepción, y al parecer todos nos consideramos
así de alguna manera, busca encontrar una justificación para exorarse a sí mismo
de responsabilidades. Quien ha sufrido, por ejemplo, una injusticia obliga al
otro a hacerse cargo. Esto es aplicable a las comunidades, a lo social, donde
el Estado es dizque el responsable de todo. En esta orientación el poderoso no
es sólo el rico sino también el pobre, el mendigo, el cual obliga a sus
semejantes para que se hagan cargo de su situación.
El gobierno norteamericano, por
el hecho de haber sufrido las inclemencias del terrorismo el de septiembre de
2001, cree que puede hacer lo que desee con el mundo. Todo porque sufrieron. El
que ha sufrido, y el analista no es la excepción, el débil, el que ha tenido
una afrenta en la relación con sus padres, y quién no, asume la posición de
hacer daño al otro porque cree que está exento, que no es responsable. El
mantenido, por haber sufrido algún daño en la infancia y por no tener pareja,
cree que puede asumir la posición del mendigo. Hay adolescentes de cuarenta y
cinco años, que van muy campantes por el mundo, sin ningún problema porque
creen que otros tienen que responder por ellos.
En estos casos, de las
excepciones, el sujeto obtiene un beneficio o ganancia secundaria de la
situación, de su padecimiento y se acostumbra a echarle la culpa de todo lo que
sucede al Otro, a no asumir nunca responsabilidad por nada, al no sentirse
culpable tampoco se siente responsable. Hay seres a los que les gusta ser
segundones, como el caso del ciclista que fue siempre subcampeón y buscan el
fracaso por no tolerar la libertad, por no poder vivir sin culpas y buscan ser
castigados por haber cometido una falta que se ignora. El que padece de culpa
es, esencialmente, el cobarde y no todo el que está librea de ella es un sujeto
responsable éticamente, pues está el perverso, el cínico, el canalla, que rara
vez se siente culpable por sus actos, el que va por el mundo atropellando a
todo el que encuentra a su paso, pues se considera el amo del mundo, como
ciertas figuras animadas de la televisión, y por tanto la excepción para
respetar los derechos de sus semejantes.
¿Entre la actitud del cínico y la
retórica existe un punto de articulación? Tanto griegos como latinos y romanos
hicieron de la retórica el fundamento de la vida ciudadana. Para el griego era
esencial formarse en un espíritu retórico, en la capacidad de la argumentación,
en el ejercicio de la palabra. En este punto el trabajador decidido podría
asemejarse al retórico. La retórica se funda en la lógica. Una cosa es la
argumentación lógica bien fundamentada, y otra bien distinta el llenarse de
argucias sin poder demostrar nada, lógicamente. La viveza en nuestro medio se
confunde con el talento y la inteligencia. Sin embargo, la viveza se opone a la
inteligencia. Podríamos denominar viveza al hecho de que el trabajador
decidido, no analizado, practique el psicoanálisis, todo porque es un gran
orador o un eminente profesor. ¿En esto no hay acaso una gran tontería en el
núcleo de esta supuesta viveza? En la retórica de muchos trabajadores decididos
hay una cierta viveza en la palabrería con la que al otro se le envuelve,
manipula y programa y esto no tiene nada que ver, o muy poco, con el bien-decir
o palabra plena. Una cosa es la retórica de la viveza (de la palabrería) y otra
el bien-decir, ambos campos tienden a confundirse con facilidad. Algo que
podríamos representar así:
Retórica de la viveza
____________________
Bien-decir
Perelman, filósofo, es uno de los
puntales de la lógica de la argumentación. Lacan se apoyó en él para determinar
la naturaleza del bien-decir. Éste se relaciona con el chiste, con el Witz, el
cual en alemán es la agudeza, el ingenio como una expresión lúcida o repentina
que puede contener o no humor, como es el caso del chiste de Miller, el cual ha
dado lugar a la formulación de la pregunta de investigación en este trabajo. El
chiste, como modelo de la palabra plena, se caracteriza por la brevedad, es algo
preciso. El éxito de un buen Witz es la brevedad del bien-decir analítico, el
cual es antagónico a la viveza de la retórica. En la poesía el poeta es el
ejemplo del bien-decir y, por ello, Lacan recomendaba a los psicoanalistas leer
poesía. En una lógica así se fundamentan las excepcionales sesiones breves con
las que algunos se enfrentan, a la famosa "elaboración analítica",
argumentando que es retórica opuesta al bien-decir.
El matema, según Lacan, es
también una construcción analítica en la que se condensa el bien-decir. Más
adelante se dará cuenta de esto por medio de algunos maternas. Entonces, el
bien-decir se puede producir por medio del chiste (Witz), así como por las
demás formaciones del inconsciente, la poesía y el matema. En el bien-decir (ya
se dijo) existe la posibilidad de la sorpresa. ¿Existe oposición entre
bien-decir y bienestar, o es la cura analítica una terapéutica? El fin de la
cura no significa que sea la terapéutica misma, pero tampoco es pertinente
decir que sea su renegación. En los círculos psicoanalíticos existe hoy un
cierto desdén por la terapéutica, aunque se consideran, simultáneamente,
efectos terapéuticos rápidos, en ciclos cortos. Este desdén, en cierto sentido,
es hasta peligroso e insostenible. ¿Qué se entiende por lo terapéutico? Lo
terapéutico es, fundamentalmente, el bienestar del paciente, lo cual no está en
tal contradicción con las mejores doctrinas del psicoanálisis. Este nace en la
medicina, aunque luego se diferencia, se aparta de ella.
Cómo definimos la salud y otros asuntos
La práctica analítica está
obligada a entrecruzarse con las ciencias de la salud, en este sentido nadie es
mejor analista porque sea ignorante en materia de medicina, decía Lacan. ¿En
qué consiste la salud?, se pregunta la medicina en la actualidad, aunque
algunos mitos o nociones de salud han caído. Lo terapéutico en medicina es
pensado como el restablecimiento de la salud y ésta es definida como el
funcionamiento armónico del organismo. En estos términos es definida hoy la
salud por algunos tratadistas.
La aspiración a la armonía es una
ambición mítica, pues la inarmonía es constitutiva del orden humano, por ello
lo armónico, en cualquier campo, resulta ser una franca ilusión y un ideal que
contribuye a incrementar el sufrimiento humano. No podríamos calcular hasta qué
punto la idea de la armonía, en el funcionamiento del organismo, es práctica.
De todos modos, en el ámbito médico la enfermedad es considerada la
perturbación del funcionamiento armónico. Ahora, lo que constatamos a partir de
Freud es que el ser humano es enfermo por naturaleza, no es un ser armónico, la
presencia de lo pulsional lo imposibilita. Antes por el contrario, si algo
caracteriza lo humano es precisamente lo inarmónico, el caos, la alteridad.
Entonces, algo del orden de la enfermedad es objeto de la cura analítica.
Digamos que es un error considerar que la cura analítica se halla por fuera de
toda terapéutica psicoanalítica.
¿Cómo definimos la salud? Los
médicos la definen como equilibrio inestable del organismo, pero también es
definida como el conjunto de fuerzas que mantienen una tendencia a conservar
vivo el organismo. En contraposición, la enfermedad es considerada como tendencia
hacia la muerte. La salud es la disposición a la realización, es la opción de
realización que ofrece la existencia, la posibilidad de gozar del bienestar. La
enfermedad, en esta dirección, sería entonces la negación de estas opciones.
Ahora, el ser humano está regido por el principio del placer, luego ¿el
bienestar sería realizar este principio?, lo cual es problemático. El placer se
asocia a la sexualidad, a la realización de la vida pulsional.
A partir de 1920 Freud destituye
con dificultad el principio del placer como rector del acaecer humano. Esto
plantea la caída de la sexualidad como placer, ¿por qué? Porque detrás de ella
está el displacer, la pulsión de muerte, la cual es la fuente del malestar del
sujeto. Por eso Freud decía que "la pulsión de muerte se tiñe de
erotismo". Entonces, ¿está el bienestar regido por el principio del
placer? Freud interroga la idea de que podamos alcanzar el bien-estar, pues
¿cómo conciliar el propósito terapéutico del psicoanálisis con la idea de la
pulsión de muerte, con la reacción terapéutica negativa, la necesidad
inconsciente de castigo y sufrimiento, el beneficio o ganancia secundaria de la
enfermedad y el sentimiento de culpa? Para Freud hay un dualismo pulsional
entre la vida y la muerte, entre Eros y Tánatos, entre la salud y la
enfermedad, dado que al existir morimos. Ahora, Lacan sitúa en el concepto de
goce la oposición entre vida y muerte, planteada por Freud. El bienestar es un
modo de goce, sea cual sea el mismo. Gozamos, en términos lacanianos, de las
cadenas de los tiranos o gozamos de la tibia noche.
¿Qué diferencias hay entre el
psicoanálisis aplicado y el psicoanálisis puro? El primero sería aplicado a la
terapéutica, como el que se detiene en ésta, lo que no significa renunciar a
los fundamentos de la práctica ni a los principios. El segundo es ir más allá
de lo terapéutico e implica el atravesamiento del fantasma, la identificación
al síntoma, la caída de los ideales, el bien-decir, la superación de la
cobardía moral, etc. Aquí ubicamos, como causa de ésta, la cura del sentimiento
de culpa.
Un hecho bastante sorprendente
hoy en el lacanismo es la muerte progresiva de la interpretación. Este aspecto
se ubica en cierta oposición a lo que Miller ha propuesto en los últimos años,
invitando a los analistas a hacer de la sesión analítica un acontecimiento,
algo singular. ¿Cómo piensa el acontecimiento? Como la decisión que se toma
sobre la esencia de la verdad. La pregunta aquí seria ¿cómo producir un
acontecimiento imprevisto, en la sesión analítica, sin interpretación? ¿No es
esto un contrasentido? También es pertinente preguntarse ¿cómo interpretar de
tal modo que sea un acontecimiento imprevisto? Freud pensó, a propósito de la
duración de una sesión, que esta debía durar cincuenta minutos, luego en la IPA
le rebajaron cinco minutos y Lacan, ya al final, sólo empleaba cinco minutos y
en algunos casos la reducción absoluta del tiempo. En este sentido, ¿qué clase
de cura es la que se produce en un dispositivo en el que la sesión es de cinco
minutos y no hay interpretación? ¿No es esto un despropósito, una apariencia de
análisis o quizás una estafa? Es verdad que una serie de extremos, viciosos y
perjudiciales, se han introducido. ¿Por restarle valor a la técnica analítica y
hablar mejor de la dirección de la cura, Lacan nos ha introducido, sin
preverlo, esos vicios? Por evitar una estandarización, al estilo IPA, se ha
caído en otra peor, la de sesiones cortísimas y con muerto a bordo, esto es,
con un "analista" que no analiza, que no interpreta porque todo ello
es labor del inconsciente del sujeto. De todas maneras la interpretación no es
la totalidad del acto analítico.
¿Lo que en la IPA se conoce como
"encuadre" es un estándar en el estricto sentido de la palabra? ¿No
será que el famoso estándar es sólo en apariencia y contribuye a encubrir lo
imprevisto del acontecimiento que es la sesión analítica? El estándar es sólo
fenomenológico, mientras que el dinamismo, el acontecimiento imprevisto, opera
en lo interno, profundo o latente. ¿Será acaso el asunto del estándar el
caballito de batalla de algunos lacanianos, por identificación inconsciente con
el maestro para desprestigiar a la IPA, institución que lo excluyó precisamente
por haber reducido considerablemente el tiempo de la sesión, y de paso,
adquirir una serie de seguidores invidentes, que lo único que pueden hacer es identificarse
y repetir como loros lo que la mayoría dice? ¿Es el estándar IPA más
perjudicial que el que cada vez más se impone en el lacanismo?
En el primero hay probabilidades
de análisis, de eso hay pocas dudas. Y en el segundo, ¿qué pasa aquí? ¿Hay análisis
en sesiones de cinco minutos, o en la no sesión, o cura del sentimiento de
culpa y conquista de la falta en ser? ¿Qué condiciones, en el dispositivo,
se requieren para que esta última se dé?
Referente a esto, pensamos en la conveniencia hoy "de un lacanismo plural
abierto a todos los componentes del freudismo, IPA incluida". Sin que ello sea pensado como una
contrareforma, o una réplica desde la IPA a la reforma lacaniana. La técnica en
la versión de Lacan supone un conjunto de procedimientos, de prácticas
rutinarias en el interior de un proceso. Pensada así, la técnica estaría
diseñada para no pensar, para no crear, pues sería una actividad repetitiva y
monótona en la que el pensamiento estaría más ausente que presente. Martín
Heidegger decía que lo grave de la época actual es que hemos olvidado pensar.
¿Será por esto que el psicoanalista kleiniano Wilfred Bion ha pensado que el
analista ha de operar en la dirección de la cura "sin memoria y sin
deseo"?
Entonces la técnica, según Lacan,
está hecha para no pensar. El acontecimiento obliga a pensar, mientras que la
técnica, en tanto burocratización de la vida cotidiana, es una evitación de la
sorpresa y el acontecimiento. Por eso Lacan se levantó contra los estándares en
la IPA. Consideraba que una cosa era ser responsable y decidir si se continuaba
un proceso y otra obedecer unos estándares. ¿Esto se relacionará con la
oposición de Lacan a su analista, el técnico ipeísta y kleiniano Rudolf
Loewenstein, de quien él mismo decía que no era lo suficientemente inteligente,
que no pensaba porque en una ocasión le preguntó algo en el curso de una sesión
y éste no le respondió? Ahora bien, retomando a Bion ¿Lacan lo decía como un
hecho positivo o negativo?
El problema, a nuestra manera de
ver, es que se crea que el encuadre analítico de la clínica kleiniana sea
pensado como un estándar fijo e inamovible, cuando en realidad esto sólo puede
ser así pero en apariencia, porque internamente implica una gran movilidad.
Algo similar a lo que sucede en la teoría atómica. Nadie dice que Freud, por
ejemplo, tenía una técnica estandarizada, que no daba lugar al pensamiento y la
creatividad, por el hecho de que sus sesiones de análisis fueran de cincuenta
minutos; sin embargo, ésta parece ser la argumentación en las críticas de
muchos analistas lacanianos respecto a los modelos de la IPA y de los
kleinianos. ¿Por qué? ¿Habrá en todo esto, tal y como sucede en la vida social
y en el capitalismo, intereses de tipo gremial, político y económico? Es muy
probable.
Lo curioso es que hoy en las
escuelas lacanianas se habla de estándares. Estándares en la duración de las
sesiones, cinco minutos en cada una, silencio absoluto, sin que haya interpretaciones
(como si todos los pacientes fueran psicóticos), corte de las sesiones, etc.,
al punto que se ha pasado de un estándar posibilitador del análisis (como el
que el mismo La-can experimentó y del que pocos dudan que en tal experiencia no
se haya producido una elaboración importante, pues es bastante improbable que
Lacan, con lo exigente que era, se haya soportado, así no más, una experiencia
de análisis de seis años con varias sesiones semanales, en un dispositivo
ortodoxo y reglamentario, sin obtener nada a cambio) a otro estándar que, a la
postre, dada la ausencia de algunos principios, ni psicoanálisis sería. Sin
embargo, algunos consideran que las sesiones cortas y aún las de cinco minutos,
lo mismo que el silencio, etc., no son un estándar, sino una contingencia en
cada caso. Como si los análisis lacanianos, por el sólo hecho de llamarse así,
estuvieran exentos de los problemas que se le endosan a los analistas de otras
orientaciones.
En distintos sectores del
lacanismo sucede algo similar a lo que acontece en la política, o en la vida
social misma, no es sino que un rumor se expanda para que la mayoría sin ningún
criterio y sin entrar a chequear en detalle la verdad o la falsedad de una
intención comunicativa, ésta se adopte sin ningún tipo de razonamiento y de
objeción. Pensamos que esto sucede no sólo entre muchos de los seguidores de
Lacan, quienes en su mayoría, al no haber realizado una elaboración adecuada de
su sentimiento inconsciente de culpabilidad y de la posición fálica (masculina)
que impide la aceptación de la falta en ser y la feminidad, actuarían como
admiradores de un artista famoso en medio de la idealización, la cobardía moral
y el sostenimiento de los ideales y del sujeto supuesto saber.
La experiencia de análisis
personal enseña que cuando no se ha dado una elaboración o rectificación
subjetiva a fondo, el sujeto tiende a vivir alimentando ideales. A no vivir sin
la tutela de un Otro. Algo semejante a lo que hace el sujeto que no ha superado
la minoría de edad kantiana o el fanático religioso, el cual al desconfiar en
sus potencias internas tiene que sobrevalorar a Dios. Algo similar le sucede a
quien está inmerso en una masa, tal como lo expresa Freud en Psicología de las
masas y análisis del yo. En cuanto a la aceptación de la falta en ser y de la
feminidad, digamos que buena parte de la presente elaboración se inspira en un
cartel iniciado en el año 2009 en la Nueva Escuela Lacaniana (NEL-Medellín),
adscrita a la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), bajo el título de
“Feminidad y fin de análisis”, cartel en el que el autor operó como
Más-uno. Y aunque inicialmente los
miembros de tal organización no le dieron mucho crédito a tal problema de
investigación en relación con los finales de análisis, tres años después dicha
problemática ocupó un lugar central en las VII Jornadas de la NEL tituladas:
“El sexo y el amor en el siglo XXI. ¿De qué satisfacción se trata?
Entonces, una cosa es la sesión
de 45 o 50 minutos, aunque hay quienes tienen un estándar del tiempo de 35 minutos y hasta de 5
minutos, y otra bien distinta la sesión variable y la no-sesión, aspectos que
introducen, como se puede inferir, un gran desorden en la conducción de tales
"análisis" y hacen que las resistencias al psicoanálisis cada vez
sean mayores, dando lugar con ello a que la rotación de los pacientes sea
excesiva y el escepticismo crezca cada vez más respecto a la eficacia de la
cura psicoanalítica, pues, como se dice en otra parte, el psicoanálisis puede
quedar reducido a un asunto de discurso, de filosofía, en el mejor de los
casos, o de una postura religiosa, como las tantas que hay o a contemporaneidad,
las cuales aglutinan multitudes y éstas acuden a distintos sitios de reunión,
sin que realmente ningún milagro, rectificación subjetiva o transformación
saludable se produzca. Sitios en los que, contrariamente al objetivo de
tranquilidad que se busca, se alimentan ilusiones de completitud, sentimientos
de culpa y malestar. Donde se confunden el milagro con el deseo de que éste
efectivamente se realice, como muchos lacanianos que hablan por aquí y por allá
de curas sin que se hayan dado
efectivamente, como si por el hecho de utilizar el significante cura
ella fuera un hecho. ¿Acaso en este tipo
de actitudes hay, de manera camuflada, una postura imaginaria que hoy es
necesario interrogar? De todas formas, la práctica analítica presenta múltiples
inconvenientes, los cuales integran, adicionalmente, los concernientes a la
entrada en el dispositivo analítico y los de la transferencia (entendida no
sólo como suposición de saber a un
sujeto), entre otros factores.
Nadie niega que Lacan hizo
considerables aportes a la teoría. El mismo Ricardo Horacio Etchegoyen,
expresidente de la IPA y gran amigo de Jacques-Alain I Miller, así lo reconoce,
pero otra cosa es la efectividad de los análisis de quienes operan con sesiones
cortas y de cinco minutos. La efectividad, es nuestra postura, es consecuencia
del tiempo en la elaboración analítica, algo similar a lo que refiere Marx
respecto a la creación de un producto o mercancía. Sin embargo, esto no quiere
decir que no haya grandes psicoanalistas lacanianos, o que Lacan no lo haya
sido. En esa dirección hay que pensar la esencia de la formación de los
analistas. Por ello vale la pena preguntarse cuál es el núcleo, la esencia, de
la formación de un psicoanalista. Esta es la tarea que nos hemos propuesto
desarrollar.
Entonces, y para concluir esta
parte, ¿qué hace que se den acontecimientos singulares en una sesión? ¿Acaso el
hecho de ser un trabajador decidido en el campo teórico o el haber
experimentado una cura, esto es, una verdadera revolución interna? ¿Puede
forjar un acontecimiento novedoso quien nunca lo ha experimentado en su
interior? Semejante a las revoluciones, como lo que sucedió con Bolívar, el
cual pudo realizar una subversión, digamos un cambio estructural, gracias a que
en su mundo interno ya se había revolucionado. La verdad es que no sólo el
psicoanalizado produce revoluciones, la historia lo demuestra. Pero en nuestro
campo, dada la singularidad de nuestro quehacer, es una cuestión extraña el que
la cura se dé en el paciente, las más de las veces, bajo la dirección de
alguien que previamente no se ha psicoanalizado. En esta lógica, ¿puede
revolucionar quien no se ha revolucionado? Lacan, por ejemplo, produjo un
cambio, una conmoción en el pensamiento psicoanalítico de su época, pero es
poco factible que esto haya acontecido si no hubiera pasado por el diván de
Loewenstein. Según esto, ¿quieren los analistas hoy operar grandes
acontecimientos en la mente de sus pacientes sin haberlos experimentado en sí
mismos? Sería como ensalzar un discurso sin haberlo inscrito en la subjetividad
y sin que algunos cambios o modificaciones, más o menos significativas, se
hayan presentado.
A nuestra manera de ver, la
capacidad para causar sorpresa, esto es, un acontecimiento in-olvidable, es
otra manera de llamar el deseo del analista, pero ocurre que éste no surge
fantástica o espontáneamente, es necesario para ello haber efectuado una cura,
es decir, haber desmontado el superyó gozador, reducir el sentimiento de culpa
y experimentar la vivencia de la falta en ser (o el vacío del ser según
Parménides). A este respecto, Lacan es bastante puntual en su seminario La
ética del psicoanálisis. El asunto es que es imposible generar un
acontecimiento o una sorpresa sin interpretar, estampa que muchos
"analistas" lacanianos, al menos en nuestro medio, todavía no han
entendido, pues creen que ser analista es no hacer nada, sólo echarse en
un sillón a dormir o a soñar despiertos
y esperar a que el efecto mágico se produzca por azar, por un milagro, por ser
un gran orador, un sugestivo profesor universitario o por ser muy buena
persona, como si la conducción de una cura analítica tuviera que ver con la
buena fe, las buenas intenciones, el ser un buen cristiano o ser una persona
dadivosa, generosa y altruista. Rasgos que, no obstante, solo unos pocos
analistas podrían tener, tras un largo trabajo de elaboración interna.
En las instalaciones de la
Alianza Francesa se llevó a cabo, el 29 de noviembre de 2003, una jornada cuyo
título fue "Las interpretaciones del psicoanálisis", evento
programado por la Asociación Foro del Campo Lacaniano de Medellín (AFCLM) en el
que participó quien aquí escribe, no sin sentirse como un intruso, como quien
se mete en una fiesta a la que no ha sido invitado directamente. En esta
jornada se desarrollaron algunos aspectos tratados por Juan Femando Pérez en su
seminario, pues parecía una continuación de éste. Lo llamativo fue que se
realizó una Ene de ponencias no acostumbradas con respecto a la interpretación,
el tiempo, el o del analista, el encuadre analítico y algunas alusiones a la
práctica analítica Otto Kernberg, quien ha sido varias veces presidente de la
IPA.
Una cosa es conducirse por
sentimiento de culpa, de esto saben bastante los filósofos medievales, los
moralistas y los sacerdotes, y otra bien distinta por responsabilidad ética y
por principios. Lo que sucede es que el que no ha tramitado su culpa puede
llegar a considerar inhumana la aplicación de los principios, pero la
experiencia demuestra que la aparente frialdad e indiferencia del analista es
precisamente la actitud necesaria para que lo humano se despliegue en el paciente.
Por ello se dice que el psicoanalista es objeto causa del deseo. En este punto
se requiere haber experimentado una cura analítica para convencerse, de una vez
por todas que la buena fe, la bondad y la generosidad, todas ellas actitudes
loables y altruistas muy valoradas en la cultura y en la vida social, poco o
nada aportan en la clínica psicoanalítica. Por ello consideramos necesario que
el analista se haya curado del sentimiento de culpabilidad. Efecto que
denominamos ético y no político.
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